Lo
recuerdo como si fuera ahora.
Me parece mentira que haya pasado un año.
Fue en la fiesta de casamiento de tu hermano,
mi compañero de trabajo.
Las cosas sucedieron en una quinta de fin de
semana en Don Torcuato que había sido transformada en un lugar para celebración
de eventos y reuniones.
Pero no era una quinta cualquiera, claro.
El portal de su entrada era imponente, muy
parecido a la de las residencias que una vez pude ver en Bel-Air, durante un
viaje a Los Ángeles. Los custodios,
además eran estrictos. Todo el mundo vestido de fiesta. Ellas de gala y ellos
de smoking. (Yo me alquilé uno en Reynal Duggan y por momentos me sentía
envarado como un muñeco de torta). Y además con la tarjeta de invitación bien a
la vista y en la mano. Lo único que faltaba es que el invitado debiera pasar el pulgar por un escáner de rayos laser.
Tu hermano Carlos, mi compañero de trabajo en
la redacción del diario, había tenido la condenada suerte de conocer durante un viaje a España a la
sobrina de una duquesa de no sé donde, porque en España todavía existen los
títulos nobiliarios.
Siempre fue un tipo de suerte tu hermano.
A los 45 y todavía soltero dio con esta
treintañera española y millonaria que se enamoró perdidamente de él y que luego
del encuentro lo siguió hasta aquí, hasta la Argentina.
Juntos habían hecho un pacto:
Vivirían en España y ella le conseguiría el
mejor trabajo, de ser posible de periodista gráfico. Y el padre les pagaría una
fiesta fastuosa para que se despidiera de su familia y de sus amigos en Buenos
Aires.
A esa es la fiesta a la que fui invitado. A
la fiesta de casamiento de tu hermano, mi compañero de trabajo.
En ese tiempo yo andaba, como ahora, sin una
pareja estable y la idea de concurrir solo a esa reunión no me agradaba
demasiado. De todos modos me enfundé en el smoking alquilado y me fui hasta Don
Torcuato en un auto también alquilado.
La mansión era una casa de estilo Tudor con algo
así como quince habitaciones. Tenía en su costado un jardín inglés de por lo
menos una hectárea y una pileta de natación iluminada justo al comienzo del
parque arbolado. La gente circulaba por los jardines, conversando y saludando a
los que llegaban y varios mozos pasaban con su bandeja llena de bebidas:
whisky, champagne, gin tonic, vodka y vino blanco. Y algunos Martinis y tragos
ya preparados.
Si no hubiera conocido a muchos de los
pelagatos que estaban allí hubiera supuesto que me encontraba en el set de la
serie Dinastía. Así que tomé un whisky
de la primera bandeja que paso cerca de mí y luego de darle un sorbo me fui a
saludar a Carlos, tu hermano y mi compañero de trabajo. Estaba muy elegante
vestido de black tie, con una fina
faja de seda y oliendo a un exquisito perfume francés. Fue bastante ceremonioso
conmigo, después nos abrazamos y nos dijimos al oído palabras ciertamente
groseras y ordinarias mientras me guiñaba un ojo. Yo le deseé suerte y el me
contestó con una puteada.
Luego se corrió hacia un costado y nos
presentó:
–Esta es Claudia, mi hermana. –dijo.
Y yo comencé a pasar por un estado, digamos,
de estupor. Allí estabas, con un vestido de noche rojo oscuro, con tu pelo
castaño recogido, con tus ojos negros, con aros pendientes de tono esmeralda y
un fino collar de oro blanco matizando el abismo del escote.
Por un momento pensé que me quedaba sin
habla.
– ¿Hermana? –dije para salir del paso– No
sabía que tenías una hermana.
–Ella es diseñadora y trabaja en San Pablo
–agregó– vino tan solo para la fiesta.
Luego se retiró y nos dejó solos. ¿Te lo
recuerdas no es cierto?
Yo te dije: periodista, divorciado, porteño y
desengañado. Y tú me contestaste: diseñadora, casada pero viviendo en cuartos
separados; con un hijo paulista, argentina y determinista.
Fue tan loca esa noche que dudo que se
repita. A las cuatro de la mañana estábamos en un sector alejado del jardín,
sentados en una mesa de madera rústica, cada uno con una copa de Martini en la
mano. Yo quité la aceituna de la mía y la comencé a pasar por tus labios, luego
te incité a que la mordieras y al final nos besamos.
No deseábamos dar la nota y por eso nos
fuimos lo más lejos posible de los invitados.
De todos modos te quitaste los zapatos porque
ya no soportabas los tacos altos. Me
desanudaste el moño del smoking y desabotonaste la camisa y así nos fuimos
juntos a buscar alguno de aquellos quince cuartos.
No puedo creer que haya pasado un año, te lo
juro.
Lo cierto es que al mediodía siguiente te fui
a despedir al Aeroparque. Sabías que estaba loco por vos y me prometiste
solucionar tu matrimonio y tus cosas y avisarme.
Nunca contestaste mis mensajes y nunca me
llamaste.
Y ahora, bueno, en esta noche de tormenta te
apareces por mi casa, vestida así, tan sencilla y mojada por la lluvia que por
momentos me dió la impresión de estar viendo a tu propia hermana gemela.
– ¿Hay champagne? –preguntaste.
– Claro, tengo uno en la heladera. Pero ¿Por
qué nunca me llamaste?
–Afuera es noche y llueve tanto… –dijiste
susurrando la letra de un tango– ¿Te parece que dejemos las preguntas para
mañana?
Y yo me entregué a lo estricto de tu lógica.
Allí estabas, la misma, y con los mismos ojos
negros del año pasado, con el mismo pelo castaño ahora mojado por la lluvia y
con el mismo desparpajo.
La vida suele ser así, deja que los años y
los meses pasen casi sin sentido y un buen día se manifiesta de forma violenta.
Entonces descorché el champagne, te volví a besar después de un año y te propuse un brindis por la vuelta.
Afuera, mientras tanto, tronaba la tormenta.
©2018
Excelente. Relato sensual y perturbador, aquí prevaleció la pasión. Luego la despedida y el regreso otra brasa que vuelve arder, el Champagne y la lluvia....y el "Afuera es noche y llueve tanto".......
ResponderEliminarGracias Alicia. me alegrea que te haya parecido excelente!
EliminarQue buena historia Nes. Por momentos me ha parecido ver las imágenes mientras leía. Muy bueno. Un beso.
ResponderEliminarGracias Carlita. Fuerte abrazo!
EliminarUn relato con sabor a tango contado en forma impecable. No sé cómo llamar a esas sorpresas que parece que suceden en los cuentos solamente, esas ocasiones en las cuales ella se presenta sin avisar o, a veces, nuestro deseo tiene tanta fuerza que la soñamos como parte de nuestra realidad concreta.
ResponderEliminarUn texto pulido, como si hubiese sido corregido varias veces hasta lograr la suavidad deseada para que el lector no vea ningún vestigio de la mano del escritor. Excelente, Néstor!!
Ariel
Gracias Ariel. Anduve jugueteando con la segunda persona y eso trae sus riesgos. Tenés razón, tuve que pulir las transiciones. Me alegra que te haya gustado!
EliminarExcelente relato. Trabajo pulcro y esmerado para presentar una historia muy simple, común a pesar del "glamour". Muy atractivo y bien logrado el desenlace tanguero.
ResponderEliminarGracias beba! Me pone muy feliz tu visita Eres muy amable.Espero a la brevedad retribuirte. Un abrazo.
EliminarMe parece realmente muy bien escrito. Es como un sueño hecho realidad, de repente se aparece la persona soñada. Y dejando las preguntas para después. Con el entorno de la tormenta y el tango.
ResponderEliminarQue bueno que te haya gustado. Gracias por tus concecuentes visitas y comentarios. Un abrazo.
ResponderEliminarFabulosa historia romántica en un ambiente de lujo. Me gustó mucho!
ResponderEliminarGracias querida Graciela. Eres muy amable!
ResponderEliminarA pesar de que creo que, por desconocimiento, me he perdido algo relativo al tango, creo sinceramente que el tempo, ... el tempo que empleas en este relato marida de un modo fantástico con la historia tan glamurosa y romántica, pero también sensual, que nos has regalado
ResponderEliminarGracias Norte. Siempre me pone feliz tu visita. "Por la vuelta" es un conocido tango. Aquí te dejo el link
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=QRy6V7kTHW8