¿Cómo se te ocurrió morirte
Ana María? ¿Adónde iré a parar yo ahora con mi carga de recuerdos desesperados?
¿De qué manera olvidarte? Donde refugiarme...no lo sé. Tal vez deba caminar el
sendero de la aspereza hasta que mis pies se vuelvan desollados. Tal vez me
arrodille en la 9 de Julio frente al escenario donde alguna vez vimos a
Barenboim y le pida perdón a la ciudad por no tenerte. ¿Qué fue lo que pasó, cómo
pudiste hacerlo? Yo creo que debiste insultar a la muerte. No hubiera venido
mal una amenaza para que se aleje esa perversa vieja encapuchada. ¿Y por qué
tan lejos mío? ¿Porque me abandonaste? ¿Era
en verdad necesario? Nunca lo entendí
del todo.
Y ahora, en esta noche
tenebrosa, solo en casa, con la copa de vino, sentado en mi sillón y escuchando
música me llega el mensaje brutal. Que
quieres que te diga ángel de Floresta, no puedo disculpar que no estés aquí. Y
no me refiero a que no estés aquí ahora a mi lado. Eso hace ya mucho que lo
determinaste. Me refiero simplemente a que no te encuentres hoy en este ridículo
planeta infinitesimal. Tan parecido a la nada y que se la pasa dando vueltas
alrededor de un sol que un día terminará por apagarse. A mí con eso me alcanzaba
aunque ya no te tuviera. Tan solo deseaba saber que estabas aquí, en la Tierra cuántica. Con tu
inocente sonrisa indescifrable, con tu nariz respingada y ese flequillo que yo
tanto adoraba. Te diré que voy a hacer: me arrancaré cada recuerdo uno por uno,
borraré las fotos digitales y esta tarde lloraré si es que puedo. Y luego por la noche, mientras me toque
dormir, te convertiré en el objeto de mi sueño devastado.
Hasta siempre corazón, o hasta
nunca que es más o menos lo mismo.
Desde hoy, y en mi profundo
dolor, empiezas a ser parte del pasado.
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