lunes, 23 de abril de 2018

El Último Ciclista


             Hace muchos años atrás, siendo un muchacho joven, tuve una novia en la avenida Agraciada.  Viajaba los viernes a la noche en el Buquebús y regresaba con el último ferry del domingo a la tarde. Eran jornadas agotadoras pero colmadas de pasión y de placer. En uno de esos atardeceres de mi regreso me crucé en una esquina con un hombre subido a una tarima y dando un discurso. Era flaco, de nariz prominente y con el pelo largo y lacio cayendo a ambos lados de la cara. Hablaba de una manera apasionada sin que le importara demasiado la escasa cantidad de gente que lo escuchaba.
Era Zelmar Michelini, un político de izquierda que luego fue asesinado.
Hoy, después de mucho tiempo, regresé a Montevideo y las cosas han cambiado. Yo me he vuelto, digamos, un tipo grande y Zelmar Michelini es el nombre de una calle.
Los años, de todos modos, no han hecho demasiada mella en mi memoria. He recorrido muchos lugares de la ciudad y los encuentro exactamente iguales. Montevideo no parece adherir al paradigma del cambio. Aunque esta vez no he llegado en el ferry sino en un simple bus que me trajo desde la pequeña ciudad de Colonia. El amor para qué negarlo, es el motivo principal del viaje. Pero además mi propósito es reencontrarme con la ciudad y de ser posible con muchos recuerdos del pasado que todavía conservo en la memoria.
Ha sido una semana especial de verdad.
Estuve en las leves  alturas de la Ciudad Vieja para mirar desde arriba el puerto y la Rambla. Visité el estadio Centenario con el solo propósito de recordar el gol del Chango Cárdenas y bebí un largo trago de Espinillar en el viejo bar de la calle Maldonado. La bebida es una  insólita mezcla de ron y de whisky que tan solo existe acá y que a mí me gusta mucho. También recorrí  caminando la calle 18 desde una punta a la otra por el simple gusto de hacerlo y anduve hasta cansarme por Palermo y el Barrio Sur.
Hay partes de Montevideo y muchos de sus barrios que conservan las fachadas de varias décadas atrás, algo que ya no sucede en la ciudad de donde vivo. Y a mí me fascina verlo. Me la he pasado tomando una multitud de fotos y he batido mi propio record caminando. Y también hubo tiempo para el amor, claro.
Lo que provocó mi asombró  en especial es haber visto transformado el viejo penal de Punta Carretas en un centro comercial de lujo.  Allí estuvieron detenidos hace décadas atrás los integrantes de una agrupación política violenta llamada “Tupamaros”. Esa gente luchó, secuestró y mató en pos de una utopía socialista y sin embargo el lugar es hoy es un shopping capitalista muy lujoso.
Al respecto, anoche fuimos a escuchar un poco de música uruguaya. En particular ese estilo especial y con aire de murga que tan bien se compone por acá. Me gustó mucho “El último ciclista”. La canción contiene una alegoría que me parece hermosa. Dicen que cuando el último ciclista arriba a la meta de La Vuelta del Uruguay se termina tanto el verano como la semana (santa) de turismo y entonces empieza la dura lucha cotidiana de enfrentar a la vida nuevamente.
Conozco lo transitorio de las cuestiones humanas.
Sé que nadie puede escapar a ese tipo de cosas y mucho menos en un recorrido por cualquier parte del mundo. Sin embargo esta estancia en la Banda Oriental ha significado para mí una multitud de emociones y alegrías que a veces cuesta definir con palabras. He vivido sucesos especiales y que solo ocurren en los viajes. Me voy como casi todos los viajeros con la esperanza de regresar algún día bajo una mezcla de ansiedad y de extraño deseo.
Mientras tanto le pido a la ciudad que no me olvide.
Algún día, si el destino me deja, volveré a Montevideo.



©2018

miércoles, 11 de abril de 2018

Un Retazo de Tiempo



El otoño se oculta en la ciudad sin nombre
Y hay un leve destello de luz entre los álamos.

Mi ventana es un mundo abierto a lo posible
Y el paisaje parece bañado por los árboles.

Veo un tono castaño haciendo de escenario
Mientras tanto una hoja se derrumba en el patio.

No siento por ahora demasiada nostalgia
Estoy solo en mi casa y tengo un vino a mano

Sin embargo el recuerdo es una luminaria
Y una llama que marca los sueños que pasaron.

Mi imagen está fija en el bruñido espejo
Mi pelo brilla inmerso en un cielo de canas.

La realidad es hoy un futuro perplejo
Y solo incertidumbre llevo anclada en el alma.

La luz de los recuerdos no obstante me acorrala
Imágenes dispersas de un pasado impreciso

Redes donde se guardan ciertos húmedos labios
Bocas que fueron mías hace ya mucho tiempo.

Viajes donde buscaba conocer bien quién soy
Fotos descoloridas de lejanos paisajes.

Todo es un torbellino pero lento y extraño
Y en el medio del centro tu lejana mirada.

Me acerco a la ventana a ver el panorama
Hoy la melancolía se ha vuelto desolada.

Es una antigua fiesta, parece una quimera
Repleta de ilusiones de tiempos que se fueron.

Y hacia adelante nada. Sólo un leve horizonte
Vacío de proyectos y con gusto a resaca.

Así se fue la vida sin que me diera cuenta
Veloz como un destello que no tiene sentido

Con la muerte parada en un viejo baldío
Vigilando mis pasos por las calles del barrio.

Me he vuelto lo confieso, perito en desengaño
Sin futuro y sin verbo nada habrá de salvarme.

Todo fue un espejismo fugaz, yo no me engaño.
O acaso haya pasado como si fuera un sueño.

Solo quedan vestigios y un retazo de tiempo
Y aunque no sepa cómo, debo aprender a usarlo.


©2018