lunes, 23 de diciembre de 2019

Solsticio de verano

La luna; la enigmática luna, cae ahora perpendicular sobre el Río de la Plata.
Su reflejo dibuja contornos imposibles en el agua del estuario.
Oh luna que brillas sobre el cielo oscuro y que tantos miles de millones de ojos te han mirado. Aquí me tienes, en la soledad de mi departamento, sentado en el sillón que prefiero, junto al ventanal y algo asombrado. Cierro el libro de Byron, corro las cortinas y me acerco a tu lado.
Quiero verte a lo lejos en el cielo, quiero sentirme devastado.
Ya sabes luna que me gustan los poemas pero no las traducciones. A veces he intentado leerlos en inglés pero siempre he fracasado.
Y aquí estoy solo y recordando a Paula.
Pongo algo de música, algún sonido italiano que me la recuerde, y me sirvo una copa antes de que un agujero negro se lleve mi vida o antes de que estalle el universo en mil pedazos. Los científicos son claros en estos casos. Saben que en cualquier momento puede pasar cualquier cosa y nadie puede negarlo.
Todo está determinado.
A lo lejos escucho el carrillón de la iglesia de La Merced. La medianoche se instala en la ciudad y yo me pongo a pensar –arbitrariamente– en las motivaciones humanas, en la muerte y en lo frágil de nuestras relaciones personales.
Y allí está Paula en pleno verano, saliendo de las aguas del océano Atlántico. Con su blanco traje de baño de dos piezas, envuelta en las olas, sonriente, maravillosa, extraordinaria.
Luego  busco sus fotos pero me cuesta mucho encontrarlas.
Siento que algo arrasó con mis recuerdos. Algo que está insertado en el tiempo y que no conoce nadie. Y entonces salgo al balcón y vuelvo a entrar a la casa porque un molesto y fuerte viento recorre  las esquinas y las calles.
Exactamente a las 4:38 horas el sol se detendrá.
Aunque aquí no lo veamos porque es de noche igual se detendrá. Y entonces llegará el solsticio de verano y un nuevo ciclo habrá de comenzar en éste ínfimo planeta que vaga sin sentido por el espacio.
Nada de eso me importa demasiado. Solo pienso en Paula.
Ella y yo bailando Fra Noi. Su mejilla pegada a la mía, la playa, los médanos  y la bienaventuranza. No sé bien cómo evaluar las cosas pero Paula era tan tersa, su pelo tan negro y su sonrisa tan perfecta que no hago otra cosa que añorarla.
Luego del solsticio de verano cambiará todo. Habrá un punto de inflexión.
La curva de la luz, que iba en un sentido se modificará hacia el otro mientras yo seguiré  viviendo con mi soledad a cuestas sin que al parecer estas cosas le importen demasiado a nadie.
Volveré con la copa, a sentarme en mi sillón y a leer el libro de Byron.
Mañana será otro día en la ciudad de Buenos Aires.

©2019

viernes, 8 de noviembre de 2019

La botella



            Anoche caminaba por la costanera de mi ciudad.
Hace mucho que vivo en la Patagonia, en un extremo del mundo y frente a las costas del océano Atlántico.
Disfruté por algunos minutos de la rambla y luego bajé a la arena. Era una noche áspera y extraña y algunos trasnochados albatros pasaron volando sobre mi cabeza. Ya no quedaban vestigios del otoño.  La intensidad del viento suele ser particular en esta zona durante todo el año y ahora, a comienzos del invierno, parecía cortar la piel de mi cara.
Igualmente mi querida soledad  se hallaba impoluta. Nada iba a privarme de alcanzar el faro. Disfrutaba mucho de la noche destemplada y de la arena húmeda rozando mis zapatos.
Fue entonces que la vi.
Era una pequeña botella de vidrio sumergida hasta la mitad en la grava. La levanté, la miré extrañado y la tomé en mis manos. Estaba cerrada de manera hermética con un corcho y sobre el corcho un baño de plástico. Aquello me intrigó. Levanté la botella para observarla al trasluz contra la iluminación de la costanera y enseguida noté un pequeño papel enrollado en su interior.
Entonces decidí regresar a mi casa.
Una vez allí la lavé con cuidado. Alguien la había arrojado al mar. Vaya uno a saber dónde y cuándo pero lo cierto es que algo me estremeció en ese instante ¿Qué diría el mensaje? ¿Quién la habría arrojado? Imposible saberlo con certeza. La apoyé en un estante, luego me senté y finalmente me serví un gran vaso de ron que bebí de un solo trago. A la noche al dormir tuve sueños extraños de incertidumbre y venganza. Fue realmente un tenebroso descanso. Al despertar puse mi cabeza bajo el agua fría y me serví café. La botella seguía en su lugar luminoso del estante.
Allí la dejé y fui a mi trabajo en el puerto.
Cuando regresé continuaba en el mismo lugar, naturalmente. Aquel día pensé mucho en las “casualidades” (en las que no creía) y en las misteriosas razones que hicieron que me cruce con ella. La levanté varias veces y luego la dejé en su lugar.
Entonces tomé la decisión de no abrirla. No me interesaba saber lo que decía.
Tal vez algún día, vaya uno a saberlo, alguien la recoja cuando yo muera.
No quiero ni deseo que nada  interrumpa mi  querida soledad en la costanera.


©2019

sábado, 19 de octubre de 2019

Mara


Realmente ha pasado mucho tiempo Mara. Ni te imaginas la conmoción interior que siento al recordar aquellos días. Hay una especie de halo de luz en la pantalla de mi memoria. Un intermitente destello que se entrecruza con imágenes queribles y de color sepia enmarcadas en madera barnizada. Retratos de aquel aliento agitado y  de tu cuerpo de luna imposible y dorada. Fotografías de la piel de ternura que lucías y que no se comparan con nada. Todavía te sueño, te lo juro, en la sensible desnudez que me brindabas por  las tardes del Bajo de Belgrano.  Es que siempre estuviste a mi lado. Tanto en aquellas aventuras de porteño incorregible y alocado como en las crepusculares tardes de abrazarnos junto al lago. Nunca me dejaste ir y sin embargo nunca me encadenaste a nada. Todo sedimentaba como en las aguas de un río claro. Eras en cierto modo la unidad, mi sentimiento giraba alrededor de ti y tú además eras el núcleo. En Selquet, mientras tomabas un café, me gustaba  acercarme por detrás con algún regalo. Y luego esas tardes extensas y extenuantes en el hotel de la calle Castañeda cuando nada parecía imposible entre los dos.  Sabrás que amo tu recuerdo y que amo el barrio de Belgrano.  Soy un prisionero, acaso asombrado e indulgente, de la nostalgia que provoca el pasado. Aunque no hay tristeza en lo que siento, lo único que tengo es asombro existencial por el tiempo que se fue y  por la vida que ha pasado. Muchas veces pienso en ti en la frontera de este momento que me abruma y que acaso sea el preámbulo de algunos más abrumadores. Otras veces trato de ubicar aquello que fuimos en el escenario de lo que llamamos “vida” y desde ya que no lo consigo ¿Con que vara medir? ¿Dónde ubicarnos? Me parece que eso no lo puede hacer ni nosotros ni nadie. Flotamos en un Universo que no tuvo principio y que acaso no tenga un final. Marionetas de un cosmos que nos ignora y nos desclasifica. Y sin embargo tú y yo, aquel año y medio juntos, viviendo con la sospecha de haber compartido  un amor irrepetible y que jamás volverá.   ¿Quién puede desmentirnos? ¿Un Agujero Negro? ¿Una explosión solar? Probablemente solo brillamos por un rato en el mar del tiempo, pero lo cierto es que brillamos. Hace poco me enteré que continúas del otro lado del charco, que sigues con tu amada docencia y que un hombre acompaña tus días de soledad. Yo te deseo que encuentres en tus alumnos el hijo que nunca tuviste, que los niños te llenen de calor y endulcen tus días con afecto.  Que vivas sucesos y experiencias asombrosas y que la vida sea benigna contigo. En mi caso pienso en ti como si pensara en ciudades  y en ángeles, en poemas de verso libre o en el vino que compartímos en aquel pequeño bar de la calle Echeverría. Siempre serás parte de mi vida aun cuando tú chispa y la mía se hayan apagado.  Desde ya que no aspiro a ser inmortal Mara, pero tú si lo eres exactamente ahora, en mis palabras.



©2019

sábado, 14 de septiembre de 2019

Requiem para Ana María


¿Cómo se te ocurrió morirte Ana María? ¿Adónde iré a parar yo ahora con mi carga de recuerdos desesperados? ¿De qué manera olvidarte? Donde refugiarme...no lo sé. Tal vez deba caminar el sendero de la aspereza hasta que mis pies se vuelvan desollados. Tal vez me arrodille en la 9 de Julio frente al escenario donde alguna vez vimos a Barenboim y le pida perdón a la ciudad por no tenerte. ¿Qué fue lo que pasó, cómo pudiste hacerlo? Yo creo que debiste insultar a la muerte. No hubiera venido mal una amenaza para que se aleje esa perversa vieja encapuchada. ¿Y por qué tan lejos mío? ¿Porque me abandonaste?  ¿Era en verdad necesario?  Nunca lo entendí del todo.
Y ahora, en esta noche tenebrosa, solo en casa, con la copa de vino, sentado en mi sillón y escuchando música  me llega el mensaje brutal. Que quieres que te diga ángel de Floresta, no puedo disculpar que no estés aquí. Y no me refiero a que no estés aquí  ahora  a mi lado. Eso hace ya mucho que lo determinaste. Me refiero simplemente a que no te encuentres hoy en este ridículo planeta infinitesimal. Tan parecido a la nada y que se la pasa dando vueltas alrededor de un sol que un día terminará por apagarse. A mí con eso me alcanzaba aunque ya no te tuviera. Tan solo deseaba saber  que estabas aquí, en la Tierra cuántica. Con tu inocente sonrisa indescifrable, con tu nariz respingada y ese flequillo que yo tanto adoraba. Te diré que voy a hacer: me arrancaré cada recuerdo uno por uno, borraré las fotos digitales y esta tarde lloraré si es que puedo.  Y luego por la noche, mientras me toque dormir, te convertiré en el objeto de mi sueño devastado.
Hasta siempre corazón, o hasta nunca que es más o menos lo mismo.
Desde hoy, y en mi profundo dolor, empiezas  a ser parte del pasado.


 ©2019

jueves, 1 de agosto de 2019

Brillantina



Ciudad de Buenos Aires, Febrero de 1964. Cali se pasa el peine por su pelo rubio frente al espejo del baño. Intenta hacerse una especie de jopo que sin embargo no llegará a elevarse. Mi madre, por su parte, arregla mi camisa con charreteras (planchada de manera impecable) y con el auxilio de la brillantina intenta dominar mis rizos indomables. Hoy es sábado de Carnaval y siendo niños iremos solos a nuestro primer baile. A lo lejos resuena el rumor de la música, cantan algunos cantantes de tango, parece, porque el sonido es muy distante. Afuera hay agitación y ella nos despide en la puerta con pocas recomendaciones, (no eran tiempos aquellos para recomendar nada). La vida discurre en 1964 con muchas carencias pero con la seguridad de las cosas amadas. Cali y yo caminamos rumbo al club Sportivo Campos. Al acercarnos notamos el humo de la carne asada. Y resuena el tango Bahía Blanca de Carlos Di Sarli por el sonido de los precarios altoparlantes. Un tocadiscos raspa sin piedad el vinilo. Y es así que el sonido sale a circular por el aire. Compramos paquetes de papel picado. Miramos a las inaccesibles chicas de quince años y allí nos quedamos, junto a la diversión, hasta que la noche de Carnaval pasa, como pasan todas las cosas, como pasa la vida y la flecha del tiempo, como pasan los años.

Ciudad de Buenos Aires, Febrero de 2014.  La oscuridad se hecho larga y callada. No sé por donde andará mi hermano Cali. Acaso en las preocupaciones de sus tres hijos varones o en algún problema de salud o en alguna reunión con sus amigos en el marco de beber un vino amable. El mundo ha cambiado mucho, en Buenos Aires ya casi no hay bailes de carnavales. Estoy oculto en la penumbra de mi casa, acabo de apagar la PC y mi sesión de Internet porque me siento solo y estoy algo cansado. Sentado en mi mejor sillón, tengo en la mano un pendrive que aloja unos dos mil quinientos temas musicales. Uno de ellos es el tango Bahía Blanca de  Carlos Di Sarli. Lo escucho en el DVD, con SenSorround, y el sonido en verdad está impecable. Hoy hace mucho calor en la ciudad. Algunos dicen que el planeta se está recalentando. Y esto a mí, la verdad,  no me importa demasiado, Mientras tanto la imagen de las mujeres que amé, de las alegrías, de los sinsabores y los desengaños me acompañan en la sombra cálida del sillón donde me he sentado. Ya no necesito  brillantina. Mis rizos indomables son hoy un pelo de color bastante gris y ciertamente ajado. La noche del Carnaval ha pasado, como pasan todas las cosas, como pasa la vida y la flecha del tiempo, como pasan los años.



©2019