Anoche caminaba por la costanera de mi ciudad.
Hace mucho que vivo en la Patagonia, en un extremo del mundo y frente a las
costas del océano Atlántico.
Disfruté por algunos minutos de la rambla y luego bajé a la arena. Era una
noche áspera y extraña y algunos trasnochados albatros pasaron volando sobre mi
cabeza. Ya no quedaban vestigios del otoño. La intensidad del viento suele ser particular
en esta zona durante todo el año y ahora, a comienzos del invierno, parecía
cortar la piel de mi cara.
Igualmente mi querida
soledad se hallaba impoluta. Nada iba a
privarme de alcanzar el faro. Disfrutaba mucho de la noche destemplada y de la
arena húmeda rozando mis zapatos.
Fue entonces que la
vi.
Era una pequeña botella de vidrio sumergida hasta la mitad en la grava. La
levanté, la miré extrañado y la tomé en mis manos. Estaba cerrada de manera
hermética con un corcho y sobre el corcho un baño de plástico. Aquello me
intrigó. Levanté la botella para observarla al trasluz contra la iluminación de
la costanera y enseguida noté un pequeño papel enrollado en su interior.
Entonces decidí regresar a mi casa.
Una vez allí la lavé con cuidado. Alguien la había arrojado al mar. Vaya
uno a saber dónde y cuándo pero lo cierto es que algo me estremeció en ese
instante ¿Qué diría el mensaje? ¿Quién la habría arrojado? Imposible saberlo
con certeza. La apoyé en un estante, luego me senté y finalmente me serví un
gran vaso de ron que bebí de un solo trago. A la noche al dormir tuve sueños
extraños de incertidumbre y venganza. Fue realmente un tenebroso descanso. Al
despertar puse mi cabeza bajo el agua fría y me serví café. La botella seguía
en su lugar luminoso del estante.
Allí la dejé y fui a mi trabajo en el puerto.
Cuando regresé continuaba en el mismo lugar, naturalmente. Aquel día pensé
mucho en las “casualidades” (en las que no creía) y en las misteriosas razones
que hicieron que me cruce con ella. La levanté varias veces y luego la dejé en
su lugar.
Entonces tomé la decisión de no abrirla. No me interesaba saber lo que
decía.
Tal vez algún día, vaya uno a saberlo, alguien la recoja cuando yo muera.
No quiero ni deseo que nada interrumpa mi querida soledad en la costanera.
©2019