viernes, 8 de noviembre de 2019

La botella



            Anoche caminaba por la costanera de mi ciudad.
Hace mucho que vivo en la Patagonia, en un extremo del mundo y frente a las costas del océano Atlántico.
Disfruté por algunos minutos de la rambla y luego bajé a la arena. Era una noche áspera y extraña y algunos trasnochados albatros pasaron volando sobre mi cabeza. Ya no quedaban vestigios del otoño.  La intensidad del viento suele ser particular en esta zona durante todo el año y ahora, a comienzos del invierno, parecía cortar la piel de mi cara.
Igualmente mi querida soledad  se hallaba impoluta. Nada iba a privarme de alcanzar el faro. Disfrutaba mucho de la noche destemplada y de la arena húmeda rozando mis zapatos.
Fue entonces que la vi.
Era una pequeña botella de vidrio sumergida hasta la mitad en la grava. La levanté, la miré extrañado y la tomé en mis manos. Estaba cerrada de manera hermética con un corcho y sobre el corcho un baño de plástico. Aquello me intrigó. Levanté la botella para observarla al trasluz contra la iluminación de la costanera y enseguida noté un pequeño papel enrollado en su interior.
Entonces decidí regresar a mi casa.
Una vez allí la lavé con cuidado. Alguien la había arrojado al mar. Vaya uno a saber dónde y cuándo pero lo cierto es que algo me estremeció en ese instante ¿Qué diría el mensaje? ¿Quién la habría arrojado? Imposible saberlo con certeza. La apoyé en un estante, luego me senté y finalmente me serví un gran vaso de ron que bebí de un solo trago. A la noche al dormir tuve sueños extraños de incertidumbre y venganza. Fue realmente un tenebroso descanso. Al despertar puse mi cabeza bajo el agua fría y me serví café. La botella seguía en su lugar luminoso del estante.
Allí la dejé y fui a mi trabajo en el puerto.
Cuando regresé continuaba en el mismo lugar, naturalmente. Aquel día pensé mucho en las “casualidades” (en las que no creía) y en las misteriosas razones que hicieron que me cruce con ella. La levanté varias veces y luego la dejé en su lugar.
Entonces tomé la decisión de no abrirla. No me interesaba saber lo que decía.
Tal vez algún día, vaya uno a saberlo, alguien la recoja cuando yo muera.
No quiero ni deseo que nada  interrumpa mi  querida soledad en la costanera.


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