miércoles, 30 de septiembre de 2020

Marisa y Adrián


 

                Se conocieron en Buenos Aires una mañana de abril. Fue en el andén de la Estación Boedo del Subte E. Justo cuando los pasajeros se agolpaban ante las puertas automáticas porque no deseaban perder un lugar en la valiosa formación.

Siempre sucede que durante la mañana miles de personas anhelan llegar a tiempo a su trabajo y acaso algún empellón final suele ser necesario.  Marisa y Adrián desistieron de hacerlo y entonces sonó la alarma y se cerraron las puertas. Luego el tren comenzó a alejarse y quedaron solos en la estación.

Todos habían embarcado menos ellos dos.

Adrián omitió el disgusto que le provocaba la demora y le sonrió a Marisa con una cierta complicidad. Marisa se alzó de hombros.  Y así, de alguna manera, comenzó todo.

Corría el año 1990 y gobernaba la nación un presidente riojano de largas patillas, muy parecidas a las que Facundo Quiroga lucía en sus retratos. En aquel tiempo la incertidumbre era moneda corriente en el país, aunque en realidad no pasaba nada demasiado diferente de lo sucedido durante décadas.

Marisa y Adrián comenzaron la relación encontrándose a menudo en la confitería Richmond de la calle Florida. El trabajaba en el Banco Ciudad y ella en una agencia de viajes. Solían almorzar frugalmente y jugar al ajedrez en las mesas de la parte trasera del salón y Marisa casi siempre  ganaba. Los dos habían cumplido ya los 30 años y venían de sendos fracasos sentimentales. Comenzaron a darle cauce al amor en un hotel alojamiento del barrio en que vivían y luego eligieron otro un poco más lujoso en Caballito, con baño sauna, pantalla de tv y frigobar.

Se casaron la primavera siguiente y fueron de luna de miel a Río de Janeiro. Adrián hizo uso de un crédito del banco en el que trabajaba y pudieron comprarse un dos ambientes bastante luminoso y que daba a la avenida San Juan. Eran los años en que el dólar valía lo mismo que el peso y eso les permitió hacer algunos buenos viajes. Conocieron París  y conocieron Roma. Y luego buscaron tener un  hijo pero finalmente les resultó imposible porque Marisa sufría de problemas congénitos en el útero. Entonces buscaron (y lograron) una adopción justo cuando el siglo cambiaba y llegaba el año 2000. Era una niña y le pusieron de nombre Mercedes.    Aquella adopción les trajo gran felicidad y ambos  la disfrutaron mucho.

Luego el tiempo pasó, de la misma manera en que pasa siempre. Sus  padres fallecieron y Adrián y Marisa heredaron algunos bienes. Compraron un departamento más amplio y la situación económica del matrimonio mejoró bastante. Adrián hizo una buena carrera y lo ascendieron en el banco y Marisa abrió, con una amiga, un elegante negocio de venta de ropa.

Junto con el nuevo siglo llevaron una vida sencilla y modesta pero sin ningún apremio económico. Al cumplir 18 años enviaron a Mercedes a estudiar a Londres porque sus finanzas se lo permitían y aquello los llenó de felicidad y orgullo. Ambos estaban felices de haberse conocido y haber vivido juntos.

Hasta que una tarde de Marzo del año 2020 Adrián regreso del trabajo con tos y algo de fiebre. En un principio pensó que sufría algún resfrío o alguna gripe fuerte pero también comenzó a sentir un fuerte dolor en el cuerpo y dificultad al respirar. Lo internaron en una clínica y el diagnóstico reveló  la existencia del virus que era pandemia en el mundo. Fue aislado en la internación y Marisa no pudo pasar a verlo y sola y agobiada sintió que debía afrontar lo peor.

Sin embargo el cuerpo de Adrián resistió. Luego de largas semanas de tratamiento y de rehabilitación volvió a su vida diaria de siempre. Dejó su trabajo con el acuerdo del banco y recibió una buena pensión.

El mundo había cambiado mucho, realmente, desde aquel 1990 en que se conocieran. Tanto en lo humano como en lo tecnológico. Y la aparición del virus, además,  vino a modificar la vida de la gente por completo.

Una tarde recordó aquella vez en que sus vidas se cruzaron y le propuso a Marisa celebrarlo. Ya estaba recuperado del Covid y pensó en alguna manera sencilla de recordar tiempos pasados. A los dos les parecía increíble la rapidez del paso de los años. Pensó en ir a la Richmond y volver a jugar con Marisa al ajedrez pero luego recordó que la confitería de la calle Florida había cerrado para siempre. 

Entonces decidió, de todos modos, ir a pasear juntos al Centro.

Era un tibio sábado al atardecer y fueron hasta la estación Boedo del Subte E.  Todo parecía ser un sueño para ellos dos.  Las noches de amor, la adopción, los viajes y la propia vida que también pasó. Entonces se tomaron de la mano y bajaron, paso a paso, las viejas escaleras del lugar. Y juntos recordaron aquella lejana mañana de abril en que perdieron el viaje y no pudieron subirse al tren.  

 

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