Úrsula Restrepo Uribe nació en Medellín,
Colombia, en 1865. Era hija del terrateniente Francisco Restrepo Ramos y de una
mulata que trabajaba en su hacienda llamada Leonor Uribe. La niña fue aceptada
y reconocida por su padre, que estaba casado y tenía otros tres hijos, siendo
inscripta en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen de La Ceja, en las afueras de la ciudad.
Úrsula nunca conoció a sus tres hermanos y
fue apartada desde el comienzo de su vida de cualquier relación social con la
familia de su padre. Su madre murió al
poco tiempo de haber nacido y la niña fue criada en el Convento Domus Dei de
las Hermanas Dominicas.
Tenía la piel levemente aceitunada, el pelo
oscuro y rizado y unos ojos verdes e
insondables.
Úrsula creció bajo una estricta moral
cristiana. Fue informada de La Biblia (muchos de cuyos versículos sabía de
memoria) y de la llegada del Hijo de Dios y del Espíritu Santo y todas esas
cosas. Una tarde, sin embargo, contempló que cuatro campesinos negros eran
azotados, atados a un árbol, porque estaban sospechados de haber cometido un
delito y la visión de aquel hecho alteró por completo su percepción del mundo.
Tenía por entonces 18 años y vivía rodeada
por las monjas, sin amigas, ni amigos y sin novio. Una Navidad, las hermanas le
informaron que era demasiado grande para permanecer allí, que debía abandonar
el Convento y casarse con el hijo de un herrero al que ella detestaba.
Úrsula no lo pensó demasiado, tomó sus
ahorros, armó una pequeña valija con sus cosas y viajó hacia Cartagena de
Indias. Desde allí tomo un vapor hacia Nueva York, dónde según todos le decían,
se encontraba el centro del mundo. En ese lugar trabajó de costurera junto a
otras inmigrantes pero las condiciones del trabajo la agobiaban. Estuvo en
Chicago en 1886 y le tocó vivir de cerca los acontecimientos que se
desencadenaron a partir del 1º de Mayo de ese año. Luego regresó a Nueva York y
allí notó que tenía condiciones de escritora.
Algo se iluminó en ella en ésa década.
Trabajó como vendedora en una tienda y en los
ratos libres, al regresar del trabajo, solamente se dedicaba a la escritura. De
aquellos años proviene su extraordinaria trilogía: Crónicas de una Mujer, Diarios de Inmigrante y en especial Bajo la Encina, novelas donde aborda la
temática de la mujer trabajadora, aunque más desde una óptica existencial que
feminista. Cuando le llevó su primera novela a la editorial Collins de Nueva
York Úrsula se sorprendió de la rápida aceptación de su manuscrito. Los libros
fueron un éxito y enseguida pudo vivir de lo que escribía.
En 1897 y con 32 años recién cumplidos Úrsula,
al igual que en su momento hiciera Rimbaud, abandonó la literatura para
siempre. No se dignó siquiera escuchar
los ruegos de la editorial que le pedían, casi de rodillas, que escribiera al
menos un libro más, dada las muy buenas ventas de los tres anteriores. Tenía
una solida posición económica y además encontró el amor en un periodista
neoyorquino llamado David Mark. Juntos
viajaron a Europa y allí comenzó el extraordinario periplo de Úrsula alrededor
del mundo.
Estuvo junto a David en decenas de países
mientras vivía de sus derechos de autor y de los libros de viaje que su esposo
escribía. Nunca pudieron tener hijos aunque eso a Úrsula no le importó
demasiado. Era una determinista convencida desde los tiempos en que leía a
Espinoza en su pequeño cuarto de Nueva Jersey.
Conoció a Virginia Woolf en Londres y el
propio Hemingway le pidió una entrevista. Úrsula había pasado a convertirse en
una especie de leyenda dentro del mundo literario. David murió en Junio de 1935
y Úrsula, que sostenía dignamente sus 70 años decidió que ya era tiempo de
regresar a Medellín.
Estuvo, como todo viajero que regresa,
visitando los lugares que más
profundamente habían marcado su alma. Merodeó en un lujoso automóvil la
hacienda donde había nacido y el convento donde había sido criada. Y también
fue a escuchar al cantor argentino Carlos Gardel, que esa noche cantaba en la
ciudad. La muerte del cantor al día siguiente en un accidente de aviación la
afectó de una manera enorme. Úrsula amaba el tango y además a la canciones
tristes como el fado y las canzonetas
italianas.
Al día siguiente regresó a Nueva York.
Y allí vivió recluida dejando pasar el
tiempo, junto a su dama de compañía y tan solo esperando la muerte.
Lo cierto es que eso no sólo no sucedió sino
que Úrsula vivió hasta los cien años. Su
leyenda, naturalmente, se fue apagando con el paso del tiempo hasta que un día
el escritor argentino Julio Cortázar la rescato del olvido y le refirió la
historia a Gabriel García Márquez que por ese entonces estaba escribiendo Cien
Años de Soledad. El escritor colombiano
quedó muy impresionado por aquella leyenda, en especial por la firmeza de su
carácter, y terminó por inspirarse en ella para su personaje de Úrsula Iguarán.
Finalmente Úrsula Restrepo murió en Nueva
York a finales de 1967. Tenía 102 años y tal cual fue su voluntad, sus cenizas
fueron arrojadas al Mar Caribe.
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