Las luces de la mañana se mueven todas a la
vez.
Al oriente el sol, siempre
omnipresente, asoma la inminencia de sus
rayos por sobre los techos de las antiguas casas. Largas sombras se inclinan hacia
occidente y hay un concierto de reflejos en el brillo de los autos y en las luminarias
de la avenida. Todo el paisaje refleja la impronta de los albores del día.
Anoche no he podido dormir pensando en ti,
Maia y en las razones de tu lejanía.
Vivo en un barrio industrial. Enormes
camiones prepotentes cortan mi paso en las esquinas. Niños de guardapolvo
blanco transitan la vereda rumbo a la escuela y los obreros van al trabajo con la
vianda de comida debajo del brazo.
Sé perfectamente que Buenos Aires nunca ha
sido mía por más que lo haya intentado.
Distinto
de ti, mujer lejana, que una vez de verdad lo fuiste.
Alguien me ha dicho que están remodelando el
Parque Lezama. Que han cambiado sus aceras y talado algunos árboles. Diez años
atrás, sentados allí en uno de los bancos de madera te juré amor eterno y para siempre.
–Eso es una redundancia –dijiste divertida.
Siempre recuerdo aquella risa diáfana y el
humor con que tomabas mis palabras. Ya era un hombre bastante grande y sin
embargo intenté con torpeza grabar nuestras iniciales en la corteza del fresno
que daba a la barranca. Y no pude hacerlo, claro. Apenas quedaron unas marcas
ilegibles en el tronco centenario mientras
tú me mirabas con tu sonrisa legendaria.
Hoy tomé un café doble en el bar.
Eran casi las seis de la mañana pero estaba
abierto porque aquí todo amanece más temprano. Necesitaba despertarme te lo
juro. He sentido tu ausencia en la lejanía como nunca antes. La noche de mi
insomnio fue pasando entre la música funcional que sonaba desde Youtube y el rumor
del tránsito en la madrugada. No quise desayunar
porque esperaba hacerlo en La Giralda.
Entonces tomé el tren subterráneo y allí fui.
Las cosas han cambiado mucho en estos diez
años. Vieras el vagón del Subte y el conjunto de autómatas mirando su smartphone. Algunos con auriculares en los oídos y casi todos
con la mirada extraviada. Me ha dado un poco de miedo esa visión de un futuro
cercano. No sé si viviré lo suficiente para verlo pero temo que el mundo algún
día se convierta en un refugio de androides.
Sabrás que tomé la decisión de ir a La
Giralda porque sus mesas fueron el lugar de nuestro primer encuentro. Allí desayunábamos
juntos y en la propia avenida Corrientes te burlaste de mí cuando sumergí uno
de los churros en el café con leche. Es algo que vengo haciendo desde chico, ya
lo tengo incorporado; incluso te conté que una vez hice lo mismo en el Waldorf Astoria:
mojé mi rosquilla en la taza de café de la elegante mesa de mármol de la
entrada.
Creo que no sabes cuánto te he querido Maia.
A veces me pregunto que hubiera sido de nosotros si hubiéramos seguido juntos y no tengo
ninguna respuesta. En realidad, pretender saberlo es como querer ahondar en el
designio de las cosas. Algo imposible para los humanos.
Hoy dispongo de algo de dinero y bastante
tiempo para mí. Sin embargo estoy solo y paso demasiado tiempo sentado frente
al teclado.
Me estoy enamorando de mi propia soledad y no
sé si eso es bueno para mí.
Buenos Aires mientras tanto me ampara. Creo
que trata de decirme que es mejor ser amigos que amantes. Ella me conoce bien
pero yo no tanto porque, como ha dicho Arlt, nunca nadie la podrá conocer bien del
todo.
Y bien mujer llanera, corazón de mi alma, luz
de mi pasado. A mí también a veces me hacen gracia las cosas que te escribo.
Nunca me gustó agregarle dramatismo a lo inevitable. Verás, luego del desayuno
caminaré por Corrientes y no dejaré de visitar ninguna librería. Seguramente me
detendré en algún estante y buscaré a Tolkien y a su breve ensayo Sobre los Cuentos de Hadas que tanto te
gustaba. Luego regresaré a mi soledad y a mi casa mientras tu sombra luminosa
me acompaña.
Definitivamente te extraño mucho.
Y aunque nunca me lo diga, sé que la ciudad
también te extraña.
©2017