La tibia quietud de la noche invade la
soledad de mi casa. Guy Williams me saluda y yo le contesto "¡Hola
Zorro!". Hay un par de whiskys entre los dos en la barra del bar de La
Recoleta. "Yo no soy el puto Zorro”, me contesta en inglés y entonces
sonrío. Lo recuerdo buen mozo, indefenso y querible. Sus ojos chispeaban en la
tarde porteña mientras movía el hielo del whisky con el dedo índice de su mano
izquierda. Me dijo que Argentina le gustaba mucho. "En realidad me gusta
Buenos Aires -agregó- aquí hay mucho de irrealidad y eso me gusta".
Charlamos un largo rato. Yo intenté mejorar mi inglés pero él insistió en
hablar en castellano. Tenía un leve acento por supuesto, pero a veces
incorporaba algunas palabras del lunfardo. Se había quitado, cuando yo lo conocí,
aquel delgado bigote de su personaje legendario y creo, pero no lo sé con
seguridad, que luego se lo dejaba crecer cuando necesitaba actuar. Corría el
año 1988 y Guy tenía la edad de mi padre, que precisamente había muerto aquel
año. Le comenté que un gran amigo mío se llamaba Diego debido a que su madre
adoraba el personaje de la serie y entonces él me respondió con una leve
sonrisa. Supongo que estaba triste. Creo que era un hombre triste pero
naturalmente nunca supe porqué. Y ahora aquí en mi casa y en la tibia quietud
de la noche comienzo a entender aquello de la irrealidad. Hay un Universo
paralelo y desconocido, hay una realidad secreta. Y yo estoy sólo pero también
estoy con Guy, bebiendo un whisky en el bar de La Recoleta.
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