viernes, 26 de abril de 2019

Irrealidad


La tibia quietud de la noche invade la soledad de mi casa. Guy Williams me saluda y yo le contesto "¡Hola Zorro!". Hay un par de whiskys entre los dos en la barra del bar de La Recoleta. "Yo no soy el puto Zorro”, me contesta en inglés y entonces sonrío. Lo recuerdo buen mozo, indefenso y querible. Sus ojos chispeaban en la tarde porteña mientras movía el hielo del whisky con el dedo índice de su mano izquierda. Me dijo que Argentina le gustaba mucho. "En realidad me gusta Buenos Aires -agregó- aquí hay mucho de irrealidad y eso me gusta". Charlamos un largo rato. Yo intenté mejorar mi inglés pero él insistió en hablar en castellano. Tenía un leve acento por supuesto, pero a veces incorporaba algunas palabras del lunfardo. Se había quitado, cuando yo lo conocí, aquel delgado bigote de su personaje legendario y creo, pero no lo sé con seguridad, que luego se lo dejaba crecer cuando necesitaba actuar. Corría el año 1988 y Guy tenía la edad de mi padre, que precisamente había muerto aquel año. Le comenté que un gran amigo mío se llamaba Diego debido a que su madre adoraba el personaje de la serie y entonces él me respondió con una leve sonrisa. Supongo que estaba triste. Creo que era un hombre triste pero naturalmente nunca supe porqué. Y ahora aquí en mi casa y en la tibia quietud de la noche comienzo a entender aquello de la irrealidad. Hay un Universo paralelo y desconocido, hay una realidad secreta. Y yo estoy sólo pero también estoy con Guy, bebiendo un whisky en el bar de La Recoleta.

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martes, 16 de abril de 2019

Nunca conocí al Padre Mugica


Anoche estuve viendo en la TV por cable un programa que trataba acerca del Padre Carlos Mugica. Las imágenes me trajeron recuerdos de aquellos primeros años de la década del setenta. Y nadie que no haya vivido en aquel tiempo puede saber el estado enardecido y apasionado que se vivía en el país en esos años. Entonces recordé un par de visitas que le hice a Carlos en su departamento del Barrio Norte. Era un hombre rubicundo y si mal no recuerdo de ojos azules muy claros con una fría y permanente determinación en la mirada. Hincha de Racing (igual que yo) me miraba con algo de desconfianza debido a la sorpresiva irrupción que había hecho en su vida en aquel año.
En la segunda de aquellas visitas le solicité que oficiara la ceremonia de mi casamiento pero él se negó. Me dijo que no celebraba “bodas burguesas” de carácter fastuoso y yo le acepté la explicación. Aunque, naturalmente, mi casamiento no iba a tener nada de fastuoso. Era la sencilla y modesta gala de un muchacho y una chica que andaban en eso de cumplir los mandatos de la sociedad de aquel tiempo. Luego lo acompañé a visitar a algunos presos políticos al barco “Granadero” que estaba anclado en el Puerto de Buenos Aires.
El gobierno de Lanusse los colocaba en camarotes y allí permanecían detenidos por un tiempo indeterminado.
El barco no se hallaba en ninguna dársena. Lo habían recalado de manera precaria en el Dique 2 de lo hoy es Puerto Madero y cuando llegué pude oír (desde lejos) a los presos cantar una canción acerca de la libertad, de la película Z, que estaba muy de moda en esos años. Más tarde llegó el actor Alberto Fernández de Rosa y Mugica me saludó y se retiró junto a él. Aquella fue la última vez que lo vi con vida. Y junto a mi mujer estuvimos en su velorio un par de años después, cuando lo asesinaron.
El cura Carlos Mugica estaba muerto y yo estaba casado.
Ahora bien, debo confesarles que no estoy muy seguro que todo esto sea verdad. Los años han pasado y junto con su paso se oscurece la memoria. Y acaso mi vanidad y mi nostalgia han armado una historia imposible y falaz; no lo sé.
A veces pienso que nunca conocí a Carlos Mugica, que nunca le pedí que me case y que jamás estuve en el buque Granadero junto con él. Son juegos y articulaciones de la mente que van pasando en una serie de imágenes (como si fuera la proyección de diapositivas) donde el pasado y el presente se confunden muchas veces con eso que llamamos realidad.
Tal vez nunca conocí al Padre Mugica. Acaso nunca estuve en el Aula Magna de la Facultad de Medicina escuchando a Piero y al Cuarteto Vocal Zupay ni tampoco me bañé en Villa Gesell a medianoche en el mar. Los orbes y los símbolos se confunden junto con los recuerdos en una cronología extraña y difusa que nos hace desconfiar del tiempo que pasó. Qué quieren que les diga, tal vez nunca compré aquel Long Play de Joan Báez en la disquería de la esquina de mi casa. Acaso nunca me fumé un porro con Diego en el Parque Chacabuco.
Y lo que es peor: tal vez el Equipo de José nunca existió.


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