Hace
unos 20 años atrás solía veranear con mi familia en Villa Gesell.
En general nos quedábamos un mes entero allí y casi siempre lo hacíamos durante el soleado transcurso de Enero. Por ese entonces se solía llamar a Enero como el mes de los abogados y de los psicólogos aunque para mí era el mejor de todos.
En general nos quedábamos un mes entero allí y casi siempre lo hacíamos durante el soleado transcurso de Enero. Por ese entonces se solía llamar a Enero como el mes de los abogados y de los psicólogos aunque para mí era el mejor de todos.
La
mayoría de la gente, no obstante,
prefería Febrero porque casi siempre era el mes de los Carnavales y
había mucha más acción y diversión en toda la costa.
Llegábamos
en los últimos días de Diciembre y recién regresábamos a la tarde del 31 de
Enero junto a toda la marejada de turistas. Lo hacíamos a conciencia y lo único
que buscábamos era quedarnos en Gesell la mayor cantidad de tiempo posible.
Mi esposa y mi hija iban desde temprano a la playa y yo acostumbraba a preparar la comida y a hacer las compras por la mañana. Nunca me ha gustado demasiado el sol y tan solo iba a la playa por la tarde como para cumplir con el ritual de cualquier turista.
Aquella rutina me dejaba libres un par de horas que siempre utilizaba para ir a beber algunas copas y jugar a las cartas en el bar de doña Herminia, que estaba en el paseo 105 o acaso en el 106, la verdad es que no estoy seguro. A veces la memoria me juega un mal rato y se me confunden los números de las calles de Gesell.
Mi esposa y mi hija iban desde temprano a la playa y yo acostumbraba a preparar la comida y a hacer las compras por la mañana. Nunca me ha gustado demasiado el sol y tan solo iba a la playa por la tarde como para cumplir con el ritual de cualquier turista.
Aquella rutina me dejaba libres un par de horas que siempre utilizaba para ir a beber algunas copas y jugar a las cartas en el bar de doña Herminia, que estaba en el paseo 105 o acaso en el 106, la verdad es que no estoy seguro. A veces la memoria me juega un mal rato y se me confunden los números de las calles de Gesell.
Ese bar de doña Herminia era una
verdadera pulpería, aunque no concurrían gauchos, porque no existían, sino
gente del lugar, ajenos a los turistas que llegaban de visita.
En aquellos tiempos fue que conocí a don Casanova.
Era el típico paisano del campo argentino. Hombre del sur y de la pampa, atildado, cálido y a veces distante pero siempre correcto. Usaba un sombrero de ala angosta y unos sencillos bigotes blanqueados por las canas. Por alguna razón que desconozco, o que sencillamente se debe al destino, comenzamos a jugar juntos al Truco. Lo hacíamos casi siempre frente a diferentes contrincantes y también por una razón que desconozco ganábamos siempre.
En aquellos tiempos fue que conocí a don Casanova.
Era el típico paisano del campo argentino. Hombre del sur y de la pampa, atildado, cálido y a veces distante pero siempre correcto. Usaba un sombrero de ala angosta y unos sencillos bigotes blanqueados por las canas. Por alguna razón que desconozco, o que sencillamente se debe al destino, comenzamos a jugar juntos al Truco. Lo hacíamos casi siempre frente a diferentes contrincantes y también por una razón que desconozco ganábamos siempre.
Aquellos triunfos continuos hicieron que forjáramos una relación muy especial, que
si bien no llegaba a la amistad, se aproximaba mucho a eso.
El era un paisano del campo de 70 y yo un hombre de la ciudad de 40 y sin embargo todo estaba bien entre nosotros. A mí me gustaba preguntarle acerca de algunas historias de su vida pasada en los pagos del Quequén o en Lobería pero él era siempre muy parco al respecto. Una vez, durante una partida le dije. “don Casanova, tómese una ginebra” y entonces me contestó. “No, gracias, yo la cura de giniebra ya me la hice”.
Y así estuvimos cada verano durante unos cinco años. Era una relación de mucho afecto, aunque jamás llegamos a tutearnos.
Yo arribaba a Gesell, me instalaba en la casa y al otro día me iba al bar de doña Herminia para iniciar la rutina de los años anteriores. Entonces lo veía a don Casanova y él me saludaba con una reiterada frase.”¿Cómo anda el porteño? para mí es un gusto verlo” Y yo lo abrazaba (aunque de forma leve) ya que don Casanova era un hombre de costumbres moderadas y no le gustaban mucho los excesos.
Una vez me pidió que le enseñe a jugar al Dominó y aquello me causó algo de asombro. Luego comprendí que por las tardes -cuando yo estaba en la playa- se jugaba al Dominó en el bar por bastante dinero y el deseaba intervenir en las jugadas. Para mí fue un honor enorme que don Casanova me pidiera eso. Era una forma de sellar, de manera tácita, el vínculo de afecto que nos unía en aquel tiempo. Pero tuve una sorpresa más. El sencillo paisano del campo argentino, no solo aprendió a jugar al Dominó, sino que adquirió una destreza extraordinaria. Y siempre elaboraba la estrategia adecuada y muchas veces ganaba.
Un año, finalmente, regresé a Villa Gesell al bar de doña Herminia. Pregunté por él y me dijeron que había muerto de una neumonía el invierno anterior.
No creo que esta afirmación pueda sorprender a nadie.
Lo cierto es que en ese momento sentí una fuerte contradicción en mi alma. La misma que suele provocar la muerte en cualquier persona. Por un lado la certeza de que esta es la ley de la vida y que debe cumplirse y por el otro lado la angustia y la desolación de saber que ya no veremos más a la persona que hemos amado. Entonces pregunté donde estaba enterrado y me dijeron que su tumba se hallaba en el Cementerio Municipal de Villa Gesell.
El era un paisano del campo de 70 y yo un hombre de la ciudad de 40 y sin embargo todo estaba bien entre nosotros. A mí me gustaba preguntarle acerca de algunas historias de su vida pasada en los pagos del Quequén o en Lobería pero él era siempre muy parco al respecto. Una vez, durante una partida le dije. “don Casanova, tómese una ginebra” y entonces me contestó. “No, gracias, yo la cura de giniebra ya me la hice”.
Y así estuvimos cada verano durante unos cinco años. Era una relación de mucho afecto, aunque jamás llegamos a tutearnos.
Yo arribaba a Gesell, me instalaba en la casa y al otro día me iba al bar de doña Herminia para iniciar la rutina de los años anteriores. Entonces lo veía a don Casanova y él me saludaba con una reiterada frase.”¿Cómo anda el porteño? para mí es un gusto verlo” Y yo lo abrazaba (aunque de forma leve) ya que don Casanova era un hombre de costumbres moderadas y no le gustaban mucho los excesos.
Una vez me pidió que le enseñe a jugar al Dominó y aquello me causó algo de asombro. Luego comprendí que por las tardes -cuando yo estaba en la playa- se jugaba al Dominó en el bar por bastante dinero y el deseaba intervenir en las jugadas. Para mí fue un honor enorme que don Casanova me pidiera eso. Era una forma de sellar, de manera tácita, el vínculo de afecto que nos unía en aquel tiempo. Pero tuve una sorpresa más. El sencillo paisano del campo argentino, no solo aprendió a jugar al Dominó, sino que adquirió una destreza extraordinaria. Y siempre elaboraba la estrategia adecuada y muchas veces ganaba.
Un año, finalmente, regresé a Villa Gesell al bar de doña Herminia. Pregunté por él y me dijeron que había muerto de una neumonía el invierno anterior.
No creo que esta afirmación pueda sorprender a nadie.
Lo cierto es que en ese momento sentí una fuerte contradicción en mi alma. La misma que suele provocar la muerte en cualquier persona. Por un lado la certeza de que esta es la ley de la vida y que debe cumplirse y por el otro lado la angustia y la desolación de saber que ya no veremos más a la persona que hemos amado. Entonces pregunté donde estaba enterrado y me dijeron que su tumba se hallaba en el Cementerio Municipal de Villa Gesell.
Y allí fui con un pequeño ramo de flores
y le dije “Querido Viejo, el porteño ha venido a despedirse. Usted ha sido un
amigo de gran felicidad para mí y espero verlo algún día si Dios así lo
dispone” y entonces dejé los jazmines sobre la tierra apisonada.
Aquí termina la historia de don Casanova, un hombre del campo argentino, sin grandes estridencias pero escrita con el alma.
Aquí termina la historia de don Casanova, un hombre del campo argentino, sin grandes estridencias pero escrita con el alma.
Una historia que es un homenaje al futuro
pero a través de las cosas que han sucedido en el pasado. Emotiva y sencilla
tal vez, pero no tengan dudas que ha sido escrita de la manera en que a don
Casanova le hubiera gustado.
©2018
Que historia simple y extraordinaria. Será que la maravilla es algo sencillo y cotidiano? Muy emotiva además...
ResponderEliminarGracias Lili. me alegra que te haya emocionado!
EliminarMe gustó el poder de evocación Nes. Disfruté mucho de esta historia.
ResponderEliminarQue bueno Carlita. Un abrazo.
EliminarNestor: La amistad no se basa por la cantidad de tiempo compartido, sino por la calidad de las vivencias. Muy emotivo y a la vez muy acertado en su elección, el ramito de jazmines ya que simboliza la esperanza y la espiritualidad. Felicitaciones!
ResponderEliminarEs cierto Alicia. La amistad que se cuenta en el cuento supera las diferencias de edad y la distancia. Gracias por tus felicitaciones!
EliminarUn relato dedicado a la amistad, enfocado en la figura del paisano don Casanova, con una especie de nota al pie del escritor dando fe de que el motivo de esta historia es un homenaje sentido a ese hombre de campo que pasó por su vida. Un texto de una profunda sensibilidad. Muy, muy bueno, Néstor. Me emocionó.
ResponderEliminarAriel
Gracias Ariel, me alegra haberte emocionado. Un abrazo.
ResponderEliminarUn verdadero derroche de emoción y sentimientos. Gran relato Nestor!
ResponderEliminarSe agradece dra. Qué bueno que te haya gustado. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarSimplemente hermoso! Un abrazo de amistad que nos une desde hace tantos años. Besotes, querido amigo. SOFIAMA
ResponderEliminarGracias Sofy. Beso grande.
ResponderEliminarUn homenaje precioso. Emotivo y muy conmovedor.
ResponderEliminarMuchas gracias Marta. Me pone muy feliz verte de visita por el blog!
ResponderEliminarEl relato, el tempo, la emotividad,.... y el recuerdo. Todo sobresaliente.
ResponderEliminarUn a brazo Nestor!
Qué alegría verte por acá Norte. ¡Me alegra que te haya gustado!
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