Este
cuento ganó en el año 2013 el concurso que organiza la Legislatura de la ciudad
de Buenos Aires.
LA GRAN RADIACIÓN
Hoy es dieciocho de Junio de 2051 en
la ciudad de Buenos Aires.
Tan sólo
quedamos vivos siete personas.
El resto ha ido abandonando la
ciudad durante la última década. Eran
algunos cientos de miles de habitantes que sobrevivieron a la Gran Radiación del
año 2024 y que al final se fueron a vivir a ciertas zonas rurales de la
provincia donde se supone que están a salvo viviendo bajo pantallas de argón
sólido y policarbonato. Digo se supone aunque en realidad no lo
sé. La Gran Radiación
no sólo acabó con mucha de las formas de energía en el planeta sino que también
impidió para siempre la emisión de toda onda electromagnética.
Eso supuso el fin de la
comunicación entre la gente. O por lo menos de la comunicación tal como la
concebíamos en el momento del desastre. Creo que hay gente en la provincia
intentando utilizar algún tipo de paloma mensajera que aún no haya mutado en
reptil pero no estoy seguro. Lo escuché una tarde en una de mis caminatas hasta
el Puente Alsina. Un hombre me gritaba eso y alguna otra incoherencia desde el
otro lado del Riachuelo.
Es extraño.
Tengo casi toda la ciudad a mi
disposición y últimamente lo único que hago es peregrinar hasta la zona sur
para tratar de ver y de atisbar Valentín Alsina, el barrio de mi niñez. Me
siento en las barandas metálicas del puente y desde allí arriba contemplo
durante largas horas el paisaje, rodeado de un silencio que ya ha dejado de
causarme impresión hace bastante tiempo.
La Gran
Radiación mató de manera instantánea a
todos quienes se encontraban al aire libre. Algunos de los que estaban bajo
techo, en cambio, sobrevivieron algunas semanas antes de morir. Y una cierta
cantidad de gente no precisada (algunos hablaban de mas de cien mil personas)
escapó hacia las zonas rurales luego de descubrir que estaba a salvo debajo del
argón y del policarbonato.
Tan sólo diez personas
permanecimos normales. Y esto de “normales” no deja de ser un eufemismo. Los
diez nos encontrábamos (por diversos motivos)
debajo de la bóveda de acero de la Casa Central del Banco Nación. Siete hombres y tres mujeres, todos de
bastante edad. En especial las mujeres, que eran todas ancianas y que estaban
controlando sus valores y joyas atesoradas en cajas de seguridad individuales.
En aquellos días de caos, de desorganización,
de violencia y de saqueos que sucedieron en los primeros tiempos yo me refugié
en mi casa y creo que eso me salvó de la muerte. Por increíble que parezca, los
miles de sobrevivientes se enfrentaban entre ellos con violencia, intentando
apoderarse de la mayor cantidad de bienes (que por otra parte estaban a mano de
cualquiera) o tratando de imponer su poder y sus ideas sobre el resto.
Unos llamados Comandos Argentinos terminaron por imponerse y
trataron de instrumentar el orden y la seguridad en la ciudad. Y entre las
prioridades sociales fijaron la consigna de enterrar a todos los cadáveres
usando palas excavadoras y fosas comunes mientras todavía se dispusiera de
energía. Aunque también yo he visto a los muertos flotando sobre el Río de la Plata, como si fuera el Ganges.
Luego todos se fueron al campo.
Los diez que estábamos debajo del
acero blindado del Banco Nación permanecimos en la ciudad.
Un último comité de científicos nos estudió varias semanas y al
final dictaminó que no podíamos, ni debíamos traspasar los límites de la ciudad
porque sino moriríamos de inmediato.
La Gran
Radiación (entre otras cosas) trajo
inauditos cambios en las leyes físicas y hasta las relacionó con los límites
políticos de la geografía. También puso el ADN y los genes de las personas en
función del tiempo solar.
“Si se quedan dentro del perímetro de la ciudad vivirán
exactamente 100 años”. –dictaminó el comité. “Y si lo traspasan morirán de
inmediato”.
Y lo extraño es que nunca pensé en
suicidarme.
Me quedé simplemente en la ciudad,
aprovechando todo aquello que se encontraba a mi disposición, escribiendo un
diario y comiendo las frutas y verduras de las huertas urbanas. Con el grupo de los diez del Banco Nación nos encontrábamos una
vez por mes en el Café Tortoni. Al principio nos resultaba extraño ver desierto
al Café Tortoni pero después nos fuimos acostumbrando.
Las ancianas, como era de esperar,
se fueron muriendo justamente el día de cumplir cien años.
Los que sobrevivíamos las
llevábamos en carro y la enterrábamos en la Chacarita.
Y así ha ido
pasando el tiempo.
Siete hombres
solos y bastante mayores custodiando el espíritu de la Ciudad de Buenos Aires.
Y entonces todos nos dedicamos a
cantarle. A escribir narraciones y relatos. Tangos y temas musicales. Poemas,
novelas e historias triviales que pudieran perpetuarla en el tiempo y en los
años.
En mi caso particular, sin
embargo, he dejado esta mañana de escribir mi diario.
He venido a sentarme en la baranda
del Puente Alsina con la esperanza de recordar de alguna manera a mi infancia y
a mis padres. Y a mirar al Riachuelo que oscila en dirección del río como una
tortuosa senda.
Hoy cumplo cien años.
Y uno de los dos, la ciudad o yo,
comenzará a ser leyenda.
©2013
Fantástico! Muchas felicidades.
ResponderEliminarGracias marta, muy amable!
EliminarQue fascinantes este cuento Nes. Felicitaciones, me pareció atrapante
ResponderEliminarGracias Carlita, un abrazo.
EliminarMe da mucho placer..leerte..
ResponderEliminarY este cuento afirma y reafirma tu deseo eterno de ser custodio y ferviente admirador de la ciudad y de Valentín Alsina...
Me gustó mucho a pesar del trágico efecto de la radiación.
Te deseo mucha suerte....!!!!
Gracias Ali!
EliminarFascinante, con razón ganó ese premio. Todo un derroche de creatividad y talento. Te felicito y me felicito por leerte. Besos fulles. SOFIAMA
ResponderEliminarMuy amable Sofy. Gracias por tan lindo comentario!
EliminarNo por apocalíptico ni turbador tu historia deja de ser bella, ... en el fondo el personaje parece que se erige como el último baluarte de tu amada ciudad. Un abrazo!
ResponderEliminarEs cierto Norte. Has captado la esencia del relato, ese permanecer obligado dentro de los límites de la ciudad esconde, aunque obligada, una especie de declaración de amor. Gracias por tu visita.
EliminarEs cierto, ese final con los personajes cantando su amor por la ciudad me parece muy poético, en especial con un trasfondo aterrador. Muy bueno, me gustó mucho.
ResponderEliminarEs verdad Graciela, el relato combina un desastre natural con un postulado de amor a la ciudad. Me alegra que te haya gustado!
EliminarExcelente cuento, sin duda, Néstor. Me alegro muchísimo que haya sido elegido para la antología de Oro, es uno de los cuentos más lindos que te he leído. Te mando mis felicitaciones porque es un logro muy merecido. El hecho de que hayas obtenido este reconocimiento me pone muy contento y muy orgulloso, no cualquiera tiene un amigo escritor que haya obtenido ese logro. Te mando un enorme abrazo.
ResponderEliminarAriel
Muchas gracias Ariel. Siempre consecuente con lo que publico. Espero verte pronto. te mando un fuerte abrazo.
EliminarQue buena visión del futuro, trágico final. En cuanto a las personas que por diversos motivos quedaron custodiando sus riquezas entendieron que el dinero no es todo, ni ahora, ni en el futuro, pero los recuerdos y los sentimientos, vencieron a todo lo material. Muchísima Suerte!
ResponderEliminarGracias Alicia!
ResponderEliminarMe gustó este cuento, lo había leído en oportunidad de su publicación. Temática distinta a las más habituales en tus narraciones, atrapante
ResponderEliminarQue buenoooo Guille. Me alegra que te haya atrapado!
EliminarMucho gusto volver a leerte Néstor. Un gran relato.
ResponderEliminarGracias José. Un abrazo.
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