sábado, 19 de enero de 2019

La Reina del Rock



    Roberto Pérez nació en la soleada tarde del 17 de Octubre del año 45. Su padre estuvo ese día participando de las manifestaciones que pedían la libertad del coronel Perón. Si hubiera nacido algún tiempo mas tarde, en lugar de Roberto se hubiera llamado Juan Domingo. Tal era la admiración que el líder justicialista despertaba en el alma de su progenitor.
                El niño nació en el dormitorio de su propia casa y su madre fue atendida por una partera como se estilaba entonces. Su temprana niñez se desarrolló en aquella segunda mitad de la década del 40 y tuvo como marco de referencia tanto la agitación política como el progreso económico.
                 Por razones ajenas a la voluntad de sus padres Roberto fue hijo único.
             Esta situación, que suele provocar en algunas personas diversos problemas de tipo psicológico, resultó, sin embargo una bendición para el niño ya que le gustaba mucho ser el centro y la atención de todos.
              Sus padres lo anotaron desde muy pequeño en las divisiones inferiores del club de fútbol San Lorenzo de Almagro y Roberto entonces demostró que estaba bien dotado para ese deporte. Era un niño hermoso, de pelo rubio y ojos marrones que hacía las delicias de sus mayores tocando la guitarra en las reuniones familiares o recitando versos en las fiestas escolares.
                Roberto siempre fue atendido con suma diligencia en cuestiones de salud y también tuvo la suerte de recibir muy a menudo juguetes y regalos. Sin embargo pasó toda la niñez solo y sin un amigo que lo acompañara.
                Cuando llegó a la pubertad estaba de moda el rock. Los padres lo inscribieron en una academia y el jovencito demostró rápidamente su aptitud para el baile.
             En la primavera del 58 fue anotado en un concurso organizado por el club Crisol del Parque Chacabuco. Llevaba como pareja a su prima Cristina y tenía un loco deseo de ganarlo.  Los jóvenes compitieron durante tres jornadas contra unas doscientas parejas de toda la capital y el domingo a la noche se consagraron campeones del torneo. En ese entonces existían numerosos clubes deportivos y sociales que reunían a los porteños en actividades deportivas y sencillas.
                Roberto y Cristina fueron invitados a dar exhibiciones en muchos de ellos porque bailaban realmente bien y además mantenían el ritmo infernal de las melodías sin dejar de hacer figuras acrobáticas y piruetas imprevistas que deleitaban mucho a los espectadores. Fue tal el suceso que obtuvieron en la Capital Federal que pronto los llamaron para actuar en algunas ciudades del interior del país. Los llamaban Los Genios del Rock and Roll y a Cristina le decían La Reina del Rock. Todo el verano del 59 se lo pasaron de gira por las provincias. Ganaron bastante dinero y se divirtieron mucho.
  Los acompañaba siempre la tía de Roberto (y a la vez mamá de Cristina), una mujer obesa y algo extraña que tenía por misión cuidar a los menores.
                Antes de la llegada del otoño y mientras daban una exhibición en la localidad de Río Tercero Roberto comenzó a  sentirse algo extraño. Notaba que se perturbaba mientras bailaba debido a la forma agitada de respirar de Cristina. Tampoco podía apartar la vista de las turgencias del pecho y del contorno de los muslos de su prima.  Esa misma noche la chica lo incitó a besarla y Roberto así lo hizo. Pasaron largos minutos besándose en la terraza del hotel, detrás de una columna y al amparo de miradas extrañas. De regreso a Buenos Aires habló con el padre y le dijo que quería que Cristina fuera su novia.
                El hombre se enojó mucho y le aplicó un golpe en la cara.
              ¡Cristina es tu prima hermana, idiota! – gritó después de una manera lapidaria.
               A partir de aquel día se terminaron los bailes y las giras por el interior.
            El comienzo del año lectivo ayudó a que los jóvenes permanecieran ocupados en el estudio y separados largo tiempo el uno del otro.
              El furor por el rock, además, declinaba.
           El baile fue reemplazado enseguida por otro ritmo llamado twist, circunstancia aprovechada por los padres para separar todavía más a los jóvenes primos.
            Roberto cumplió los dieciocho en 1963. En aquel tiempo se consideraba a ésa edad como el equivalente en el hombre de los 15 años de la mujer. No se hacían, de todos modos, el tipo de fiestas principescas reservadas a las damas. Al varón se le festejaba, en cambio, con alguna reunión sencilla donde se acostumbraba hacer alarde de la libreta de enrolamiento para el Servicio Militar. Roberto tuvo a suya aquel año. Sus padres le organizaron una reunión con mucho cariño y hasta compraron una torta decorada con la famosa libreta. Concurrieron algunos familiares y la totalidad de los amigos del muchacho (que en realidad no eran muchos)
               A la madrugada llegó Cristina.
            Venía de un baile en el Centro y traía de regalo un disco de Los Beatles. Roberto la miró y sintió que todo se oscurecía en derredor suyo. Tuvieron que pasar más de tres años desde aquel triste día en que su padre le pegara el cachetazo para que el muchacho pudiera volver a ver a su prima otra vez. La familia confiaba que aquella separación sería suficiente para mantener a los primos a distancia pero Roberto, sin embargo, apenas la vio la sacó a bailar y durante los temas lentos hasta se animó a susurrar algunas palabras en su oído. Un rato después los padres dieron por terminada la reunión.
                Aquella primavera Roberto conoció a una chica rubia y menuda llamada Susana y enseguida se puso de novio con ella. El padre de la chica era obrero y peronista, razón por la cual el padre aprobó de inmediato la relación. Susana era la antítesis de la hermosa y exuberante Cristina y además se mostraba dulce y educada con toda la familia.  Cristina por su parte se mudó a una pensión de estudiantes de la Ciudad de la Plata y comenzó a estudiar medicina en la universidad.
                El noviazgo de Roberto y Susana se fue desarrollando con normalidad a lo largo del año siguiente. El muchacho le daba a su novia un trato afectuoso y a veces se besaban o caminaban tomados de la mano. No tenían, sin embargo, relaciones sexuales y Roberto se cuidaba mucho de propasarse con ella cuando a veces se quedaban solos en la oscuridad del zaguán de su casa.
                Una tarde de verano, mientras esperaba para ingresar al estadio del club Estudiantes de La Plata Roberto vio pasar a Cristina manejando un automóvil. Desesperado, se apartó de la fila y corrió hacia el auto pero ella no se dio cuenta de la presencia de su primo y se alejó con rapidez en dirección al sur.
Para seguirla, Roberto tomó un taxi en la esquina de la Calle 2 y recién la alcanzó al llegar al centro comercial de la ciudad. Cristina lo abrazó y lo besó y después lo invitó a la pensión de estudiantes donde ella residía. Roberto dejó entonces de lado el partido de fútbol y pasó toda la tarde con su prima tomando mate y comiendo masas finas.  Casi de noche, Cristina lo llevó en su pequeño automóvil hasta la Terminal de Ómnibus para que regresara a su casa.  En el trayecto, sin embargo, estacionaron el auto en una zona oscura del llamado “Bosque” de La Plata y comenzaron a besarse apasionadamente.
A partir de ese instante Roberto perdió toda noción del paso del tiempo.
Sentados en el asiento de atrás del automóvil los primos terminaron haciendo el amor dos veces seguidas. Roberto sentía que una fuerza poderosa lo empujaba a permanecer en el interior de Cristina y a no dejar de penetrarla pasara lo que pasara.  Escuchaba también una voz muy fuerte que le decía que la siguiera amando hasta que sus fuerzas se lo permitieran y Roberto tampoco parecía dispuesto a resistir ese llamado. Y así estuvieron durante casi una hora hasta que al final cayeron exhaustos y abrazados.
El muchacho regresó a Buenos Aires con una enorme confusión en la cabeza. Sentía por Cristina una mezcla de amor y de pasión desesperada que no lo dejaba pensar con claridad. Estaba abrumado por lo que le pasaba.
Además, la relación sexual con su prima era la primera que mantenía con una mujer que no fuera prostituta. Todo resultaba nuevo para él.
La pasión, una pasión tan fuerte que lograba hacer latir su corazón como si fuera el de un potro desbocado. Y también la transgresión. Esa seductora posibilidad de mandar a la gente al diablo y decirle que no a todo el mundo al mismo tiempo.
Roberto, sin embargo, eligió la moderación.
Comenzó a visitar a Cristina todos los domingos a La Plata y a mantener con ella apasionados encuentros amorosos en la pensión donde se alojaba. Como el conserje de aquel lugar era un hombre muy estricto Roberto tenía que entrar siempre de  una forma furtiva. A veces necesitaba esconderse largo tiempo en los pasillos del edificio y en otras debía aguardar en la vereda, tapado por un árbol, esperando el momento oportuno para ingresar al cuarto de su prima sin que nadie lo viera.
Un año estuvo Roberto procediendo de esa manera.
Mantuvo durante todo el tiempo su noviazgo con Susana (aunque ella se quejaba de encontrarlo desganado) Y así comprendió enseguida que con alguna que otra excusa razonable podía conformar a su novia formal y luego pasar esos domingos locos junto a Cristina.
En Octubre del 65 Roberto cumplió 20 años y Cristina tuvo con él una larga charla. La chica era consciente de la imposibilidad de hacer oficial la relación con su primo.
–Sería una locura. –le dijo– y vos lo sabés bien.
Roberto escuchó sus palabras con una mezcla de comprensión y de furia. Entendía las razones de Cristina pero sentía un profundo odio contra la sociedad y contra sus padres y los padres de Cristina en particular.
– ¿Y qué vamos a hacer? –dijo Roberto.
–No sé. –contestó Cristina–. Vivamos el presente y el día que lo nuestro se termine nos despedimos y listo.
Roberto sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y Cristina, al verlo así, se apresuró a consolarlo.
–Vamos. –dijo– No seas tonto. Todavía tenemos tiempo.
Hicieron el amor toda la tarde en la camilla de una sala apartada del hospital al que Cristina concurría como practicante. Roberto regresó luego a Buenos Aires con un sabor agridulce en la boca y se fue a dormir sin hablar con nadie.
A instancias de su padre, aceleró los estudios comerciales en una Academia privada. Ingresó luego a la administración de la empresa metalúrgica más importante del barrio y comenzó a ganar un sueldo razonable.
Meses después en la familia le dijeron que ya era tiempo de hacer planes para casarse y Roberto no se opuso. En el término de unas pocas semanas los cuatro futuros consuegros aceleraron los planes y aportaron dinero de sus ahorros para comprarles un pequeño departamento en la zona de Flores. El saldo estaba a cargo de los novios y debían cancelarlo en 10 años.
Pocos días antes de casarse Roberto visitó a Cristina por última vez.
El joven sabía que su casamiento era la última e infranqueable valla de la separación. Cristina había sido muy clara al respecto.  Ella había dicho “Cuando te cases se termina todo” y eso a Roberto le parecía dolorosamente lógico.
La encontró a la salida del  hospital donde Cristina practicaba y estuvieron todo el domingo juntos. Hicieron el amor con la misma desesperación de siempre pero los dos estaban tristes y melancólicos. Al atardecer, cuando se dieron cuenta que todo terminaba, regresaron al hospital y empezaron a quedarse sin palabras.
–Es mejor que te vayas solo. –dijo Cristina– Esta vez prefiero no acompañarte.
Entonces Roberto se levantó de la silla, casi temblando y se acercó para despedirse de ella. Cristina permaneció en silencio durante un largo rato pero luego tomó un bisturí y con una presión suave y uniforme se cortó la palma de la mano izquierda ante la mirada azorada de Roberto. La sangre comenzó enseguida a brotar y Cristina extendió la mano hacia su primo. Roberto pasó entonces sus labios por la herida y la beso con pasión durante un largo rato.
–Bebiste de mi sangre–dijo Cristina–. No importa lo que pase. Serás mío para siempre.
Después Roberto regresó a Buenos Aires y a la semana siguiente se casó con Susana.
A partir de ese día la vida de los primos tomó por caminos diferentes. Roberto llevó por muchos años una existencia ordenada y rutinaria. También fue progresando en la empresa metalúrgica hasta llegar al puesto de gerente. Tenía 30 años cuando le dieron el cargo y supo hacer frente con eficacia a los problemas económicos del país. Susana le dio hijos mellizos al año y medio de casados pero luego no pudo volver a procrear debido a las complicaciones que tuvo el parto. Para ese entonces Roberto vendió el departamento que sus padres le habían ayudado a comprar y se mudó con su familia a un chalet del Bajo Flores. Era una hermosa vivienda de dos plantas con fondo arbolado y una pequeña pileta de natación. Tenía un  quincho con techo de pajas y una de esas enormes parrillas que tanto le gustan a los argentinos.
Cristina por su parte, se recibió de médica y se casó con un compañero de facultad. Constituyó su hogar allá en La Plata pero terminó divorciada al poco tiempo y sin haber llegado a tener hijos.
En todo ese tiempo llegaron a verse tres o cuatro veces. Lo hicieron obligados por compromisos familiares porque ninguno deseaba ver al otro pero cuando eso pasó la sensación interior que experimentaron fue muy fuerte.
Al llegar el golpe del 76 los asesinos de la represión mataron en La Plata a varios de los amigos de Cristina. Llegaban con toda ferocidad, tiraban las puertas abajo y secuestraban y mataban gente indefensa que dormía plácidamente en la cama. Cristina sintió que el aire se le estaba haciendo irrespirable y entonces decidió aceptar un trabajo humanitario en el África.
Roberto por su parte fue progresando cada día más. Se adaptó con perfección a las nuevas políticas económicas del país y terminó por convertirse en un hombre de bastante fortuna pero por alguna razón que sólo tiene explicaciones en el alma continuó viviendo siempre en el chalet del Bajo Flores. Allí devino en un vecino influyente y notorio. Llevaba por entonces una moderada vida sexual junto a su esposa y los mellizos crecían sanos y hermosos.
Una noche, al volver del trabajo, Susana le dijo:
–Hoy llegó un telegrama de Burundi, parece que tu prima está enferma.
Roberto se sobresaltó de tal manera que ni siquiera se preocupó por ocultarlo.
–Pero... ¿Cómo puede ser?–preguntó– ¿Qué tiene?
–No sé–contestó Susana – el telegrama no lo dice.
Roberto pronunció en ese momento algunas frases de compromiso frente a su esposa pero su mente comenzó a trabajar de manera febril.
Muchos años habían pasado desde aquella tarde en que se despidió de Cristina para siempre. Muchos años transcurridos en una asumida “normalidad” y apartado de lo que era su sentimiento verdadero y ahora, en un instante, y al recibir la información de que Cristina estaba enferma en África sentía que todo ese esfuerzo por complacer a los demás se derribaba igual que un castillo de naipes.
La sola imagen de Cristina enferma y abandonada a su suerte en el continente africano le resultaba particularmente intolerable.  Alguna decisión debía tomar y Roberto lo hizo. Al día siguiente le comunicó a su esposa que había decidido viajar de inmediato a Burundi.
Cristina no tenía familiares directos, estaba divorciada, sus padres habían muerto y tampoco tenía hijos. Todos esos argumentos eran suficientes para explicarle a su esposa de la necesidad del viaje pero de todos modos Roberto estaba convencido que, bajo cualquier circunstancia que fuera,  igual habría viajado.
En el curso de unos pocos días tramitó una visa especial para Zaire porque Burundi no tenía consulado en Buenos Aires. Después se aplicó cinco vacunas y por último viajó vía Marruecos en un complicado itinerario que le demandó 22 horas de vuelo. Cuando llegó a Burundi encontró a Cristina internada en el mismo Hospital de campaña donde trabajaba. Estaba pálida y delgada y conectada a un frasco de suero. Cuando ella lo miró sus ojos adquirieron un brillo extraño y denotaron la sorpresa de volver a verlo después de tanto tiempo. Roberto tomó un banquillo de lona y casi con timidez se sentó a su lado.
– ¿Cómo estás? –dijo.
–Mas o menos– contestó Cristina – Tengo un virus que no se conoce y estoy con anemia.
–Yo vine a vigilarte para que te cures pronto –dijo Roberto– Después te llevo a Buenos Aires.
Cristina sonrió y cerró los ojos pero Roberto la notó muy desmejorada. Un rato después habló con los médicos y le confirmaron el diagnóstico. Entonces pidió permiso para pernoctar allí porque deseaba permanecer cerca de su prima y porque además el hotel se encontraba en la capital, Kitega, a más de cien kilómetros de distancia.
A la mañana siguiente, antes de desayunar, Roberto donó sangre para Cristina y luego concurrió a ver a su prima.
Juntos conversaron durante un largo rato.
– ¿Te acordás cuando ganamos el concurso? – dijo ella.
– ¡Cómo voy a olvidarlo! –contestó Roberto- Me parece mentira pero pronto se cumplirán 20 años de ese tiempo fabuloso.
–Yo era la Reina del Rock. –dijo Cristina.
–Cuando estemos de vuelta en Buenos Aires vamos a bailar de nuevo. Te lo juro.
Cristina sonrió y tomó las manos de Roberto. Le gustó ese calor, un calor conocido y familiar que la llevaba a recordar las compartidas horas de pasión de aquellos años. Un calor que necesitaba mucho, en especial en ese momento en que sentía que sus fuerzas la abandonaban cada vez más.
–Tengo miedo de morirme, Roby. –dijo Cristina.
– ¡Cómo se te ocurre! –contestó Roberto– Hay que tener paciencia y dejar que tu enfermedad evolucione sin complicaciones para tu salud.
– ¿Seguro? –preguntó Cristina.
– ¡Pero por supuesto! –dijo Roberto y la besó en la frente.
Al siguiente mediodía Cristina entró en coma y a la noche murió.
Roberto la acompañó en todo momento y asistió de lejos a los últimos intentos de los médicos por salvarla. Después salió a la intemperie y lloró, apoyado en un árbol, hasta quedarse sin lágrimas.
Cristina fue enterrada en un pequeño cementerio de la selva de ese continente que recién estaba aprendiendo a amar. Roberto no consideró ni prudente ni necesario traer su cuerpo de vuelta al país. Hacerlo hubiera supuesto una multitud de trámites administrativos y sanitarios y  el trasbordo del ataúd a tres aviones durante el transcurso del viaje.
Ya de regreso a Buenos Aires Roberto continuó llevando una existencia próspera durante mucho tiempo, pero un buen día, en la primavera del 96, la metalúrgica a la que había dedicado toda su vida quebró definitivamente.
Aquella circunstancia, un tanto azarosa, no afectó en modo alguno su estado de ánimo ya que Roberto se encontraba para ese entonces en una sólida posición económica. Era propietario de varios inmuebles en la capital y disponía de una cuenta bancaria en el extranjero. Los mellizos, además, se habían convertido en profesionales jóvenes y promisorios y su esposa daba siempre la impresión de estar tranquila y feliz.
Por esas y otras razones Roberto tomó la situación con filosofía.
Paseaba su perro por las mañanas y daba largas caminatas en el Bajo Flores, tratando de elaborar para su vida madura algún proyecto.
Mientras tanto los vecinos lo miraban y saludaban con respeto y le decían: “Don Roberto”, aunque él no le hacía demasiado caso a las formalidades y prefería verse siempre a sí mismo como aquel inquieto muchacho que ganó el festival de rock bailando junto a Cristina.

©2019



  

12 comentarios:

  1. Una Historia apasionante, dentro de tu estilo, siempre con algo de nostalgia. He disfrutado mucho su lectura.

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    1. Me alegra mucho Graciela. Uno de los propósitos de quienes nos sentamos frente al teclado es hacer disfrutar al lector. Un cariño grande. Y muchas gracias!

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  2. La lectura del relato atrapa la atención hasta el final. Hay serenidad y cierto regusto en recrear aquellos tiempos tan distintos a los que ahora vivimos...Pero, el amor y la pasión siempre son iguales. Un saludo.

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    1. Gracias Encarna, eres muy amable. Me pone muy feliz que te haya atrapado la trama. Y tu visita y comentario en el blog. Que retribuiré pronto!

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  3. Este es un cuento de amor y de dolor Nes. Casi lloro en la parte final. Me gustó mucho.

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    1. Muy amable Carlita. Me alegra siempre verte por aquí. Tan consecuente con lo que publico. Un beso.

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  4. Una historia en la cual el narrador desarrolla los acontecimientos de la vida de los personajes en una línea temporal que alude, de tanto en tanto, a sucesos de la realidad argentina. Un texto que va desovillando la relación amorosa del protagonista, a lo largo de su vida, con dos mujeres totalmente distintas. Un relato que permite al lector percibir con nostalgia las secuelas del paso del tiempo y la fragilidad de la existencia. Muy bueno, Néstor. Me encantó.
    Ariel

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    1. Ciertamente Ariel, hay un trasfondo (acaso leve) político y social. Y si bien es un relato local, también puede llegar a ser a la vez universal. Y empatizar con gente de otros lares. Te agradezco la visita, el comentario y los elogios. Un abrazo.

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  5. Alicia Carmen Vullo21 de enero de 2019, 10:48

    El narrador expresa en el relato un tema cultural y político. El mismo está reflejado en los lazos de sangre. Triste final, ya que a pesar de la condena social no pudieron destruir el sentimiento. Muy bueno Nestor. Hasta la próxima!!!

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    1. Gracias Alicia por estar siempre visitando el blog. Un abrazo..¡Te espero desde ya en la próxima!

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  6. Creo Nestor que la línea temporal que relatas es tan amplia y has apuntado tantos detalles que es una pena que no se traduzca en algo más extenso que un hermoso relato. Me encanta conocer, aunque sea a pequeños retazos, la realidad de tu país en otras épocas. Feliz semana!

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    1. Gracias Norte. Eres muy amable. Acaso he puesto el núcleo del relato en la relación entre los primos y en la evolución de la vida del protagonista. Cada país del mundo tiene sus rasgos de identidad, eso es bien cierto. Aunque en el caso del mío la cuestión se complica un poco. Gracias por ser tan gentil en visitar el blog. Te mando un fuerte abrazo.

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