Roberto Pérez nació en la soleada
tarde del 17 de Octubre del año 45. Su padre estuvo ese día participando de las
manifestaciones que pedían la libertad del coronel Perón. Si hubiera nacido
algún tiempo mas tarde, en lugar de Roberto se hubiera llamado Juan Domingo.
Tal era la admiración que el líder justicialista despertaba en el alma de su
progenitor.
El
niño nació en el dormitorio de su propia casa y su madre fue atendida por una
partera como se estilaba entonces. Su temprana niñez se desarrolló en aquella
segunda mitad de la década del 40 y tuvo como marco de referencia tanto la
agitación política como el progreso económico.
Por
razones ajenas a la voluntad de sus padres Roberto fue hijo único.
Esta
situación, que suele provocar en algunas personas diversos problemas de tipo
psicológico, resultó, sin embargo una bendición para el niño ya que le gustaba mucho
ser el centro y la atención de todos.
Sus
padres lo anotaron desde muy pequeño en las divisiones inferiores del club de
fútbol San Lorenzo de Almagro y Roberto entonces demostró que estaba bien
dotado para ese deporte. Era un niño hermoso, de pelo rubio y ojos marrones que
hacía las delicias de sus mayores tocando la guitarra en las reuniones
familiares o recitando versos en las fiestas escolares.
Roberto
siempre fue atendido con suma diligencia en cuestiones de salud y también tuvo
la suerte de recibir muy a menudo juguetes y regalos. Sin embargo pasó toda la
niñez solo y sin un amigo que lo acompañara.
Cuando
llegó a la pubertad estaba de moda el rock. Los padres lo inscribieron en una
academia y el jovencito demostró rápidamente su aptitud para el baile.
En
la primavera del 58 fue anotado en un concurso organizado por el club Crisol
del Parque Chacabuco. Llevaba como pareja a su prima Cristina y tenía un loco
deseo de ganarlo. Los jóvenes
compitieron durante tres jornadas contra unas doscientas parejas de toda la
capital y el domingo a la noche se consagraron campeones del torneo. En ese
entonces existían numerosos clubes deportivos y sociales que reunían a los
porteños en actividades deportivas y sencillas.
Roberto
y Cristina fueron invitados a dar exhibiciones en muchos de ellos porque
bailaban realmente bien y además mantenían el ritmo infernal de las melodías
sin dejar de hacer figuras acrobáticas y piruetas imprevistas que deleitaban
mucho a los espectadores. Fue tal el suceso que obtuvieron en la Capital Federal
que pronto los llamaron para actuar en algunas ciudades del interior del país. Los
llamaban Los Genios del Rock and Roll y a Cristina le decían La Reina del Rock. Todo el
verano del 59 se lo pasaron de gira por las provincias. Ganaron bastante dinero
y se divirtieron mucho.
Los
acompañaba siempre la tía de Roberto (y a la vez mamá de Cristina), una mujer
obesa y algo extraña que tenía por misión cuidar a los menores.
Antes
de la llegada del otoño y mientras daban una exhibición en la localidad de Río
Tercero Roberto comenzó a sentirse algo
extraño. Notaba que se perturbaba mientras bailaba debido a la forma agitada de
respirar de Cristina. Tampoco podía apartar la vista de las turgencias del
pecho y del contorno de los muslos de su prima.
Esa misma noche la chica lo incitó a besarla y Roberto así lo hizo.
Pasaron largos minutos besándose en la terraza del hotel, detrás de una columna
y al amparo de miradas extrañas. De regreso a Buenos Aires habló con el padre y
le dijo que quería que Cristina fuera su novia.
El
hombre se enojó mucho y le aplicó un golpe en la cara.
¡Cristina es tu prima hermana, idiota! – gritó después de una manera lapidaria.
A
partir de aquel día se terminaron los bailes y las giras por el interior.
El
comienzo del año lectivo ayudó a que los jóvenes permanecieran ocupados en el
estudio y separados largo tiempo el uno del otro.
El
furor por el rock, además, declinaba.
El
baile fue reemplazado enseguida por otro ritmo llamado twist, circunstancia
aprovechada por los padres para separar todavía más a los jóvenes primos.
Roberto
cumplió los dieciocho en 1963. En aquel tiempo se consideraba a ésa edad como el
equivalente en el hombre de los 15 años de la mujer. No se hacían, de todos
modos, el tipo de fiestas principescas reservadas a las damas. Al varón se le
festejaba, en cambio, con alguna reunión sencilla donde se acostumbraba hacer
alarde de la libreta de enrolamiento para el Servicio Militar. Roberto tuvo a
suya aquel año. Sus padres le organizaron una reunión con mucho cariño y hasta
compraron una torta decorada con la famosa libreta. Concurrieron algunos
familiares y la totalidad de los amigos del muchacho (que en realidad no eran
muchos)
A
la madrugada llegó Cristina.
Venía
de un baile en el Centro y traía de regalo un disco de Los Beatles. Roberto la
miró y sintió que todo se oscurecía en derredor suyo. Tuvieron que pasar más de
tres años desde aquel triste día en que su padre le pegara el cachetazo para
que el muchacho pudiera volver a ver a su prima otra vez. La familia confiaba
que aquella separación sería suficiente para mantener a los primos a distancia
pero Roberto, sin embargo, apenas la vio la sacó a bailar y durante los temas
lentos hasta se animó a susurrar algunas palabras en su oído. Un rato después
los padres dieron por terminada la reunión.
Aquella
primavera Roberto conoció a una chica rubia y menuda llamada Susana y enseguida
se puso de novio con ella. El padre de la chica era obrero y peronista, razón
por la cual el padre aprobó de inmediato la relación. Susana era la antítesis
de la hermosa y exuberante Cristina y además se mostraba dulce y educada con
toda la familia. Cristina por su parte
se mudó a una pensión de estudiantes de la Ciudad de la Plata y comenzó a
estudiar medicina en la universidad.
El
noviazgo de Roberto y Susana se fue desarrollando con normalidad a lo largo del
año siguiente. El muchacho le daba a su novia un trato afectuoso y a veces se
besaban o caminaban tomados de la mano. No tenían, sin embargo, relaciones
sexuales y Roberto se cuidaba mucho de propasarse con ella cuando a veces se
quedaban solos en la oscuridad del zaguán de su casa.
Una tarde de
verano, mientras esperaba para ingresar al estadio del club Estudiantes de La
Plata Roberto vio pasar a Cristina manejando un automóvil. Desesperado, se
apartó de la fila y corrió hacia el auto pero ella no se dio cuenta de la
presencia de su primo y se alejó con rapidez en dirección al sur.
Para
seguirla, Roberto tomó un taxi en la esquina de la Calle 2 y recién la alcanzó
al llegar al centro comercial de la ciudad. Cristina lo abrazó y lo besó y
después lo invitó a la pensión de estudiantes donde ella residía. Roberto dejó
entonces de lado el partido de fútbol y pasó toda la tarde con su prima tomando
mate y comiendo masas finas. Casi de
noche, Cristina lo llevó en su pequeño automóvil hasta la Terminal de Ómnibus
para que regresara a su casa. En el
trayecto, sin embargo, estacionaron el auto en una zona oscura del llamado
“Bosque” de La Plata y comenzaron a besarse apasionadamente.
A
partir de ese instante Roberto perdió toda noción del paso del tiempo.
Sentados
en el asiento de atrás del automóvil los primos terminaron haciendo el amor dos
veces seguidas. Roberto sentía que una fuerza poderosa lo empujaba a permanecer
en el interior de Cristina y a no dejar de penetrarla pasara lo que
pasara. Escuchaba también una voz muy
fuerte que le decía que la siguiera amando hasta que sus fuerzas se lo
permitieran y Roberto tampoco parecía dispuesto a resistir ese llamado. Y así
estuvieron durante casi una hora hasta que al final cayeron exhaustos y
abrazados.
El
muchacho regresó a Buenos Aires con una enorme confusión en la cabeza. Sentía
por Cristina una mezcla de amor y de pasión desesperada que no lo dejaba pensar
con claridad. Estaba abrumado por lo que le pasaba.
Además,
la relación sexual con su prima era la primera que mantenía con una mujer que
no fuera prostituta. Todo resultaba nuevo para él.
La
pasión, una pasión tan fuerte que lograba hacer latir su corazón como si fuera
el de un potro desbocado. Y también la transgresión. Esa seductora posibilidad
de mandar a la gente al diablo y decirle que no a todo el mundo al mismo
tiempo.
Roberto,
sin embargo, eligió la moderación.
Comenzó
a visitar a Cristina todos los domingos a La Plata y a mantener con ella
apasionados encuentros amorosos en la pensión donde se alojaba. Como el
conserje de aquel lugar era un hombre muy estricto Roberto tenía que entrar
siempre de una forma furtiva. A veces
necesitaba esconderse largo tiempo en los pasillos del edificio y en otras
debía aguardar en la vereda, tapado por un árbol, esperando el momento oportuno
para ingresar al cuarto de su prima sin que nadie lo viera.
Un
año estuvo Roberto procediendo de esa manera.
Mantuvo
durante todo el tiempo su noviazgo con Susana (aunque ella se quejaba de
encontrarlo desganado) Y así comprendió enseguida que con alguna que otra
excusa razonable podía conformar a su novia formal y luego pasar esos domingos
locos junto a Cristina.
En
Octubre del 65 Roberto cumplió 20 años y Cristina tuvo con él una larga charla.
La chica era consciente de la imposibilidad de hacer oficial la relación con su
primo.
–Sería
una locura. –le dijo– y vos lo sabés bien.
Roberto
escuchó sus palabras con una mezcla de comprensión y de furia. Entendía las
razones de Cristina pero sentía un profundo odio contra la sociedad y contra
sus padres y los padres de Cristina en particular.
–
¿Y qué vamos a hacer? –dijo Roberto.
–No
sé. –contestó Cristina–. Vivamos el presente y el día que lo nuestro se termine
nos despedimos y listo.
Roberto
sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y Cristina, al verlo así, se
apresuró a consolarlo.
–Vamos.
–dijo– No seas tonto. Todavía tenemos tiempo.
Hicieron
el amor toda la tarde en la camilla de una sala apartada del hospital al que Cristina
concurría como practicante. Roberto regresó luego a Buenos Aires con un sabor
agridulce en la boca y se fue a dormir sin hablar con nadie.
A
instancias de su padre, aceleró los estudios comerciales en una Academia
privada. Ingresó luego a la administración de la empresa metalúrgica más
importante del barrio y comenzó a ganar un sueldo razonable.
Meses
después en la familia le dijeron que ya era tiempo de hacer planes para casarse
y Roberto no se opuso. En el término de unas pocas semanas los cuatro futuros
consuegros aceleraron los planes y aportaron dinero de sus ahorros para
comprarles un pequeño departamento en la zona de Flores. El saldo estaba a
cargo de los novios y debían cancelarlo en 10 años.
Pocos
días antes de casarse Roberto visitó a Cristina por última vez.
El
joven sabía que su casamiento era la última e infranqueable valla de la
separación. Cristina había sido muy clara al respecto. Ella había dicho “Cuando te cases se termina
todo” y eso a Roberto le parecía dolorosamente lógico.
La
encontró a la salida del hospital donde Cristina
practicaba y estuvieron todo el domingo juntos. Hicieron el amor con la misma
desesperación de siempre pero los dos estaban tristes y melancólicos. Al
atardecer, cuando se dieron cuenta que todo terminaba, regresaron al hospital y
empezaron a quedarse sin palabras.
–Es
mejor que te vayas solo. –dijo Cristina– Esta vez prefiero no acompañarte.
Entonces
Roberto se levantó de la silla, casi temblando y se acercó para despedirse de
ella. Cristina permaneció en silencio durante un largo rato pero luego tomó un
bisturí y con una presión suave y uniforme se cortó la palma de la mano
izquierda ante la mirada azorada de Roberto. La sangre comenzó enseguida a
brotar y Cristina extendió la mano hacia su primo. Roberto pasó entonces sus
labios por la herida y la beso con pasión durante un largo rato.
–Bebiste
de mi sangre–dijo Cristina–. No importa lo que pase. Serás mío para siempre.
Después
Roberto regresó a Buenos Aires y a la semana siguiente se casó con Susana.
A
partir de ese día la vida de los primos tomó por caminos diferentes. Roberto
llevó por muchos años una existencia ordenada y rutinaria. También fue
progresando en la empresa metalúrgica hasta llegar al puesto de gerente. Tenía
30 años cuando le dieron el cargo y supo hacer frente con eficacia a los
problemas económicos del país. Susana le dio hijos mellizos al año y medio de
casados pero luego no pudo volver a procrear debido a las complicaciones que
tuvo el parto. Para ese entonces Roberto vendió el departamento que sus padres
le habían ayudado a comprar y se mudó con su familia a un chalet del Bajo
Flores. Era una hermosa vivienda de dos plantas con fondo arbolado y una
pequeña pileta de natación. Tenía un
quincho con techo de pajas y una de esas enormes parrillas que tanto le
gustan a los argentinos.
Cristina
por su parte, se recibió de médica y se casó con un compañero de facultad.
Constituyó su hogar allá en La Plata pero terminó divorciada al poco tiempo y
sin haber llegado a tener hijos.
En
todo ese tiempo llegaron a verse tres o cuatro veces. Lo hicieron obligados por
compromisos familiares porque ninguno deseaba ver al otro pero cuando eso pasó
la sensación interior que experimentaron fue muy fuerte.
Al
llegar el golpe del 76 los asesinos de la represión mataron en La Plata a
varios de los amigos de Cristina. Llegaban con toda ferocidad, tiraban las
puertas abajo y secuestraban y mataban gente indefensa que dormía plácidamente
en la cama. Cristina sintió que el aire se le estaba haciendo irrespirable y
entonces decidió aceptar un trabajo humanitario en el África.
Roberto
por su parte fue progresando cada día más. Se adaptó con perfección a las
nuevas políticas económicas del país y terminó por convertirse en un hombre de
bastante fortuna pero por alguna razón que sólo tiene explicaciones en el alma
continuó viviendo siempre en el chalet del Bajo Flores. Allí devino en un
vecino influyente y notorio. Llevaba por entonces una moderada vida sexual
junto a su esposa y los mellizos crecían sanos y hermosos.
Una
noche, al volver del trabajo, Susana le dijo:
–Hoy
llegó un telegrama de Burundi, parece que tu prima está enferma.
Roberto
se sobresaltó de tal manera que ni siquiera se preocupó por ocultarlo.
–Pero...
¿Cómo puede ser?–preguntó– ¿Qué tiene?
–No
sé–contestó Susana – el telegrama no lo dice.
Roberto
pronunció en ese momento algunas frases de compromiso frente a su esposa pero
su mente comenzó a trabajar de manera febril.
Muchos
años habían pasado desde aquella tarde en que se despidió de Cristina para
siempre. Muchos años transcurridos en una asumida “normalidad” y apartado de lo
que era su sentimiento verdadero y ahora, en un instante, y al recibir la
información de que Cristina estaba enferma en África sentía que todo ese
esfuerzo por complacer a los demás se derribaba igual que un castillo de
naipes.
La
sola imagen de Cristina enferma y abandonada a su suerte en el continente
africano le resultaba particularmente intolerable. Alguna decisión debía tomar y Roberto lo
hizo. Al día siguiente le comunicó a su esposa que había decidido viajar de
inmediato a Burundi.
Cristina
no tenía familiares directos, estaba divorciada, sus padres habían muerto y
tampoco tenía hijos. Todos esos argumentos eran suficientes para explicarle a
su esposa de la necesidad del viaje pero de todos modos Roberto estaba
convencido que, bajo cualquier circunstancia que fuera, igual habría viajado.
En
el curso de unos pocos días tramitó una visa especial para Zaire porque Burundi
no tenía consulado en Buenos Aires. Después se aplicó cinco vacunas y por
último viajó vía Marruecos en un complicado itinerario que le demandó 22 horas
de vuelo. Cuando llegó a Burundi encontró a Cristina internada en el mismo
Hospital de campaña donde trabajaba. Estaba pálida y delgada y conectada a un
frasco de suero. Cuando ella lo miró sus ojos adquirieron un brillo extraño y
denotaron la sorpresa de volver a verlo después de tanto tiempo. Roberto tomó
un banquillo de lona y casi con timidez se sentó a su lado.
–
¿Cómo estás? –dijo.
–Mas
o menos– contestó Cristina – Tengo un virus que no se conoce y estoy con
anemia.
–Yo
vine a vigilarte para que te cures pronto –dijo Roberto– Después te llevo a
Buenos Aires.
Cristina
sonrió y cerró los ojos pero Roberto la notó muy desmejorada. Un rato después
habló con los médicos y le confirmaron el diagnóstico. Entonces pidió permiso
para pernoctar allí porque deseaba permanecer cerca de su prima y porque además
el hotel se encontraba en la capital, Kitega, a más de cien kilómetros de
distancia.
A
la mañana siguiente, antes de desayunar, Roberto donó sangre para Cristina y
luego concurrió a ver a su prima.
Juntos
conversaron durante un largo rato.
–
¿Te acordás cuando ganamos el concurso? – dijo ella.
–
¡Cómo voy a olvidarlo! –contestó Roberto- Me parece mentira pero pronto se
cumplirán 20 años de ese tiempo fabuloso.
–Yo
era la Reina del Rock. –dijo Cristina.
–Cuando
estemos de vuelta en Buenos Aires vamos a bailar de nuevo. Te lo juro.
Cristina
sonrió y tomó las manos de Roberto. Le gustó ese calor, un calor conocido y
familiar que la llevaba a recordar las compartidas horas de pasión de aquellos
años. Un calor que necesitaba mucho, en especial en ese momento en que sentía
que sus fuerzas la abandonaban cada vez más.
–Tengo
miedo de morirme, Roby. –dijo Cristina.
–
¡Cómo se te ocurre! –contestó Roberto– Hay que tener paciencia y dejar que tu
enfermedad evolucione sin complicaciones para tu salud.
–
¿Seguro? –preguntó Cristina.
–
¡Pero por supuesto! –dijo Roberto y la besó en la frente.
Al
siguiente mediodía Cristina entró en coma y a la noche murió.
Roberto
la acompañó en todo momento y asistió de lejos a los últimos intentos de los
médicos por salvarla. Después salió a la intemperie y lloró, apoyado en un
árbol, hasta quedarse sin lágrimas.
Cristina
fue enterrada en un pequeño cementerio de la selva de ese continente que recién
estaba aprendiendo a amar. Roberto no consideró ni prudente ni necesario traer
su cuerpo de vuelta al país. Hacerlo hubiera supuesto una multitud de trámites
administrativos y sanitarios y el
trasbordo del ataúd a tres aviones durante el transcurso del viaje.
Ya
de regreso a Buenos Aires Roberto continuó llevando una existencia próspera
durante mucho tiempo, pero un buen día, en la primavera del 96, la metalúrgica
a la que había dedicado toda su vida quebró definitivamente.
Aquella
circunstancia, un tanto azarosa, no afectó en modo alguno su estado de ánimo ya
que Roberto se encontraba para ese entonces en una sólida posición económica.
Era propietario de varios inmuebles en la capital y disponía de una cuenta
bancaria en el extranjero. Los mellizos, además, se habían convertido en
profesionales jóvenes y promisorios y su esposa daba siempre la impresión de
estar tranquila y feliz.
Por
esas y otras razones Roberto tomó la situación con filosofía.
Paseaba
su perro por las mañanas y daba largas caminatas en el Bajo Flores, tratando de
elaborar para su vida madura algún proyecto.
Mientras
tanto los vecinos lo miraban y saludaban con respeto y le decían: “Don Roberto”,
aunque él no le hacía demasiado caso a las formalidades y prefería verse
siempre a sí mismo como aquel inquieto muchacho que ganó el festival de rock
bailando junto a Cristina.
©2019
Una Historia apasionante, dentro de tu estilo, siempre con algo de nostalgia. He disfrutado mucho su lectura.
ResponderEliminarMe alegra mucho Graciela. Uno de los propósitos de quienes nos sentamos frente al teclado es hacer disfrutar al lector. Un cariño grande. Y muchas gracias!
EliminarLa lectura del relato atrapa la atención hasta el final. Hay serenidad y cierto regusto en recrear aquellos tiempos tan distintos a los que ahora vivimos...Pero, el amor y la pasión siempre son iguales. Un saludo.
ResponderEliminarGracias Encarna, eres muy amable. Me pone muy feliz que te haya atrapado la trama. Y tu visita y comentario en el blog. Que retribuiré pronto!
EliminarEste es un cuento de amor y de dolor Nes. Casi lloro en la parte final. Me gustó mucho.
ResponderEliminarMuy amable Carlita. Me alegra siempre verte por aquí. Tan consecuente con lo que publico. Un beso.
EliminarUna historia en la cual el narrador desarrolla los acontecimientos de la vida de los personajes en una línea temporal que alude, de tanto en tanto, a sucesos de la realidad argentina. Un texto que va desovillando la relación amorosa del protagonista, a lo largo de su vida, con dos mujeres totalmente distintas. Un relato que permite al lector percibir con nostalgia las secuelas del paso del tiempo y la fragilidad de la existencia. Muy bueno, Néstor. Me encantó.
ResponderEliminarAriel
Ciertamente Ariel, hay un trasfondo (acaso leve) político y social. Y si bien es un relato local, también puede llegar a ser a la vez universal. Y empatizar con gente de otros lares. Te agradezco la visita, el comentario y los elogios. Un abrazo.
EliminarEl narrador expresa en el relato un tema cultural y político. El mismo está reflejado en los lazos de sangre. Triste final, ya que a pesar de la condena social no pudieron destruir el sentimiento. Muy bueno Nestor. Hasta la próxima!!!
ResponderEliminarGracias Alicia por estar siempre visitando el blog. Un abrazo..¡Te espero desde ya en la próxima!
EliminarCreo Nestor que la línea temporal que relatas es tan amplia y has apuntado tantos detalles que es una pena que no se traduzca en algo más extenso que un hermoso relato. Me encanta conocer, aunque sea a pequeños retazos, la realidad de tu país en otras épocas. Feliz semana!
ResponderEliminarGracias Norte. Eres muy amable. Acaso he puesto el núcleo del relato en la relación entre los primos y en la evolución de la vida del protagonista. Cada país del mundo tiene sus rasgos de identidad, eso es bien cierto. Aunque en el caso del mío la cuestión se complica un poco. Gracias por ser tan gentil en visitar el blog. Te mando un fuerte abrazo.
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