Clarita
siempre fue una chica de barrio. Una flor silvestre que podía crecer hasta en
el espacio entre dos baldosas. Una soñadora de sueños hermosos que recorría las
veredas del Bajo Flores con su juventud a cuestas y de la que muchos decían que
era la más linda que habían visto en muchos años. Clarita paseaba por las
calles del barrio la límpida frescura de su adolescencia. Tenía el sol en el
pelo y los ojos marrones y almendrados. Pero Clarita era una chica de fin de
siglo, por lo tanto muy moderna y predispuesta al cambio. A ella le gustaba el
rock and roll, aunque no el clásico rock del pasado sino el actual, bien
rítmico y bien tecno, según decía.
Cuando
Clarita cumplió 20 años se cortó el pelo muy corto, Igual que un varón. En la
familia quedaron todos asombrados. Ellos no ignoraban que la jovencita tenía un
carácter de aristas rebeldes pero también pensaban que esas aristas se iban a
ir limando con el paso de los años. Días después les esperaba otra sorpresa.
Clarita apareció con el pelo teñido de color celeste. Esta vez la sorpresa se
tornó en disgusto pero todos ellos comprendieron que era demasiado poco lo que
podían hacer ante el hecho consumado.
La
chica era hacendosa y trabajadora aunque no duraba mucho en sus ocupaciones.
Había empezado a trabajar como empleada en el mostrador de una ferretería. Esta
no era, por supuesto, una tarea de su agrado pero fue lo único que consiguió al
terminar el secundario. Al poco tiempo el dueño intentó propasarse con ella en
un rincón de las estanterías y Clarita le cruzó la cara con un arañazo. Su
siguiente trabajo fue en una casa de servicios fúnebres. La joven duró muy poco
en sus tareas. Renunció enseguida al comprobar que en su trayecto hacia el baño
debía pasar junto a los cadáveres. Después trabajó en una joyería y finalmente
recaló en una elegante peluquería de la zona norte. Allí, por suerte, pudo
estabilizarse. Estaba encargada del manejo de las relaciones de la casa, programaba
los turnos de las clientas y atendía la caja. Los peluqueros -casi todos homosexuales– no la molestaban y
hasta le consentían sus excentricidades. Ellos le cortaron el pelo y la tiñeron
de celeste. Todos en general la halagaban y aunque Clarita era una chica
rebelde bien podía decirse que estaba conforme con su trabajo.
Clarita
usaba siempre pantalones de colores oscuros y muy ajustados. Llevaba extraños
zapatos con plataformas, borceguíes y botas militares. Ella no era demasiado
afecta a formas de vestir muy delicadas pero su feminidad igual aparecía por el
suave y sinuoso contorno del cuerpo.
Todas
las mañanas tomaba el colectivo 132 para concurrir al trabajo. Abordaba el
transporte en la calle Varela sabiendo que desde allí lograba viajar sentada.
Para
poder llegar hasta la parada Clarita pasaba siempre por el taller de Pablo.
Pablo
tenía por entonces, cumplidos, los treinta años. Era un muchacho sencillo e
inteligente e hijo único de madre viuda. Aquella situación había condicionado
su vida por completo y tanto es así que a lo largo de esos años solo había
dedicado sus desvelos a la madre. Ni bien el padre murió, Pablo se hizo cargo
del taller de reparación de automóviles con una eficiencia y seriedad notables
para sus jóvenes años. Enseguida comprendió la dureza de la vida. Pronto se dio
cuenta que este era un mundo lleno de engaños. Armó una coraza alrededor suyo
para defenderse de embaucadores y farsantes. Trabajo muy duro, pagó los
impuestos y fue serio y ordenado. Claro que al fin todo esto terminó por
alejarlo de otras cuestiones de la vida que no fueran el esfuerzo y el trabajo.
Durante
esos años había tenido dos novias pero las dos lo dejaron.
Pablo
pasaba sus veranos en Santa Teresita. Se dedicaba a pescar con un grupo de
amigos. Salían en botes inflables a unas pocas millas de la costa para cazar
tiburones (aunque rara vez conseguían
alguno). Tenía un Torino de los años 70 color marrón oscuro que era de su
devoción especial porque estaba conservado como un original. Así era su vida, a
grandes rasgos. La vida conocida por la gente porque Pablo también tenía un
secreto: le gustaba mucho escribir poesía. Guardaba con mucho celo varios
cuadernos del tipo que usan los universitarios. Allí dejaba constancia de las
emociones que la vida le causaba. Pero no era una tarea intimista. Pablo no
llevaba un diario. Escribía en general sobre la gente y el paisaje y esta
predilección lo llevó finalmente a escribir letras de tango. Ese era su tesoro
mas preciado y guardaba el secreto bajo siete llaves.
Cuando
Clarita pasaba por la puerta del taller rumbo al trabajo los mecánicos que trabajaban
junto a Pablo le dirigían frases procaces y a veces hasta alguna grosería. Ella, en lo posible, trataba de
ignorarlos. Un día, sin embargo, el perro ovejero de Pablo la asustó con sus
ladridos y Clarita trastabilló y cayó sobre un cantero embarrado. Indignada por
lo sucedido entró al taller y se encontró con Pablo.
-
Le pido mil disculpas señorita - dijo Pablo.
-
Te advierto una cosa. -contestó Clarita- Yo paso siempre por acá. Si me llega a
suceder algo mas, te mando a la policía y a la inspección municipal.
Aquel
fue el primer encuentro entre Clarita y Pablo. El quedó deslumbrado por el
brillo de furia en los ojos de Clarita. "Esta chica es linda - pensó -
hasta enojada me gusta”.
Clarita
ni siquiera reparó en Pablo.
Dos
meses después, en primavera, Clarita caminaba distraída cerca del taller cuando
torció su tobillo al pisar una zanja mal señalizada. Advertido de lo que había
pasado Pablo la alzó en brazos y la llevó hasta la guardia del hospital Piñero.
Trataba de tomar distancia de la piel tentadora de Clarita y del perfume
francés que tanto le gustaba pero aún bajo aquella azarosa circunstancia le
costaba mantenerse alejado de su encanto. Clarita fue enyesada, los médicos le
colocaron una bota en el tobillo y Pablo la llevó hasta su casa.
A
partir de ese momento Pablo calculaba siempre el horario en el cual ella pasaba
y trataba además de merodear por la vereda para poder saludarla.
Una
tarde cálida del mes de octubre Clarita atravesó el frente del taller vestida -
como nunca - de blusa y minifalda. Su pelo estaba mas largo y había cambiado el
color celeste por otro de tono aún más claro. Pablo se acercó a saludarla e
intercambió con ella palabras convencionales pero aprovechó también la calidez
de la chica para seguir caminando junto a ella hasta la parada.
-
¿Tenés algo que hacer el sábado a la noche? - preguntó.
-No
-dijo ella sorprendida.
-Bueno,
entonces te invito al cine.
-
Acepto - dijo Clarita y subió al colectivo.
El
sábado fueron juntos a un cine de la calle Corrientes. Vieron la película EL
Cartero y a la salida comieron pizza en Serafín. Casi dos horas
conversaron, tanto de la vida de ella como de la de él.
En
síntesis, Clarita dijo:
-Soy
una mujer joven y libre. No quiero ataduras. Quiero vivir. Me interesa el
placer y -si lo siento así- voy siempre al frente. Quiero tener una historia.
Una historia propia. Una historia mía, que me pertenezca solo a mí. No voy a
vivir prestada y en cierto sentido estoy decidida a todo.
Pablo
dijo:
-
Estoy cansado de estar solo. Quiero una mujer, formar una familia, disfrutar de
las cosas que me gustan y tener un hijo varón.
También
hablaron de la película, de música y de poesía y Clarita se sorprendió al notar
que de este tema ella sabía mucho menos que él.
Volvieron
al Bajo Flores en el Torino de Pablo. Antes pasaron por el hotel alojamiento de
la avenida Pedro Goyena e hicieron el amor hasta la madrugada. Pablo después la
llevó hasta su casa.
-Una
sola cosa. - dijo ella en la puerta- Ni se te ocurra enamorarte.
Varias
semanas seguidas se siguieron viendo. Casi siempre se encontraban los sábados y
los domingos y a veces también la noche de los viernes. Cuando cumplieron un
mes de verse Pablo le regaló a Clarita un gran oso de peluche y ella le
obsequió un encendedor. Era una relación apasionada y Pablo sentía que cada día
se entregaba mas a esa hoguera que los quemaba.
Una
tarde, sin embargo, Clarita le dijo
-No
me llames más. Ya no quiero seguir saliendo juntos.
Pablo
se quedó helado por el asombro.
-
Pero... ¿Porque? - preguntó
-
No hay un porqué - dijo ella- quiero vivir otras experiencias. Nada más.
Ese
día Pablo sintió que se hundía en un pozo muy profundo. A la noche, solo en la
habitación de su casa, las fuerzas lo abandonaron y estuvo a punto de largarse
a llorar aunque no lo hizo. Recordaba a Clarita de todas las formas posibles
pero también recordaba el momento en que ella le advirtió claramente que no se
enamorase.
Del
recuerdo de aquellas palabras Pablo sacó la fuerza para seguir adelante.
Regresó a su taller y a sus tareas y buscó refugio en el trabajo. De tardecita
paseaba a su perro ovejero llamado Chango y a la noche cenaba y miraba
televisión junto a su madre. En ese tiempo escribió la letra de un tango
referido a su relación junto a Clarita. El estribillo decía:
Tal
vez ya nunca más te tenga entre mis brazos
Y
deba acostumbrarme a vivir sin tu amor.
Estarás,
sin embargo, conmigo a cada instante
Mi
querida del alma, mí corazón.
La vida de Clarita, en cambio,
comenzó a tomar un vértigo mayor.
Uno
de los peluqueros la recomendó a la agencia de modelos más importantes del país
y ella comenzó enseguida a salir en algunos avisos de la televisión. La primera
vez que la vio, Pablo saltó de la silla. Sentía una extraña mezcla de alegría y
estupor.
La
carrera de modelo de Clarita, sin embargo, no creció mucho más, ya que ella no
daba la altura necesaria para poder pasar ropa en los desfiles.
En
los meses de verano Clarita entabló un romance con el encargado de relaciones
públicas de una discoteca. Era un hombre cercano a los cincuenta que habitualmente
la traía de regreso a su casa en una moto Harley-Davidson. Vestía siempre con
pantalones, botas y camperas de cuero negro y tenía el pelo teñido de rubio y
del largo que suelen usar los adolescentes. Pablo los veía pasar muchas mañanas
por el taller de la calle Varela. Iban casi siempre a gran velocidad y Pablo no
sabía muy bien si ambos regresaban de bailar o si él la estaba llevando a su
trabajo.
Una
mañana de otoño dejaron de pasar frente al taller y eso a Pablo le extrañó
mucho. Días enteros miraba con incertidumbre hacia la calle porque para Pablo
el solo hecho de poder verla era más que
suficiente.
No
le importaba que ella ya no lo quisiera ni tampoco que se encontrara en otros
brazos. Le bastaba solo con verla, con saber que estaba viva y respirando en
este mundo.
Clarita
reapareció en una helada mañana de Abril. El frío del invierno porteño parecía
haber llegado un poco antes. Ella pasó caminando con un paso vacilante y algo
lento. Estaba pálida y llevaba anteojos oscuros.
Pablo
le gritó:
-
¡Clarita!
Y
ella se dio vuelta y lo miró.
Saludó
desde lejos agitando la mano en el aire pero un inoportuno colectivo 132 llegó
de inmediato por Varela y entonces ella subió con rapidez y luego se alejó.
Clarita
volvió a pasar al día siguiente y Pablo fue a su encuentro con mucha decisión.
Al llegar a su lado la beso en la mejilla y le quitó los anteojos para verla
mejor. Clarita tenía un enorme hematoma en el ojo izquierdo y varios cortes en
el pómulo y en la nariz.
-
Me pegó - dijo sollozando - El hijo de puta me pegó.
Pablo
la tomó de la mano y le ofreció su hombro derecho para que pudiera llorar y
desahogarse pero Clarita lo rechazó.
-
Igual estoy bien. No te preocupes - dijo.
Pablo
volvió a darle un beso y ella subió al 132
Los
días que siguieron a ese encuentro fueron para Pablo días de angustia y
remordimiento."Acaso ella me necesita - pensaba - Acaso está pidiendo
ayuda y yo no la llego a entender."
Clarita
sin embargo estaba lejos de pedir ayuda a nadie. Ella consideraba que episodios
como ese la fortalecían. Ella quería ser fuerte y la debilidad no estaba en sus
planes.
A
los pocos días Clarita comenzó a pasar frente al taller conduciendo un pequeño
automóvil. Pablo creyó verla una mañana pero el reflejo del sol le impidió
confirmarlo. Finalmente, esa misma noche, Clarita estacionó el automóvil en la
entrada del taller y bajó para consultar con Pablo algunas cuestiones técnicas
del auto.
A
partir de ese momento Clarita comenzó a frecuentar el taller con bastante
frecuencia. Cada tanto reparaba algún desperfecto del vehículo pero Pablo no le
cobraba los servicios que prestaba. Estaba decidido a dejar de involucrarse con
ella, aunque igual abrigaba, en el fondo de su corazón, la secreta esperanza de
recuperarla algún día.
En
pleno invierno murió la mamá de Clarita.
La
mujer falleció de una manera sorpresiva por un derrame cerebral y el
sufrimiento de Clarita fue aún más intenso por lo inesperado de la muerte. Había
dejado, la noche anterior, su auto en el taller y ya no lo pasó a buscar.
Pablo, intrigado, se dirigió a la casa varios días después y la encontró
sentada en un ángulo de la habitación. Tenía puestos los auriculares del equipo
de audio y la mirada lejana y transparente.
-
¿Puedo ayudarte? - dijo Pablo.
Clarita
lo miró, se levantó y corrió a abrazarlo.
La
semana siguiente Clarita renunció a su trabajo en la peluquería, se recluyó en
la casa y estuvo casi diez días sin salir. Después regresó a la vida social y
lo primero que hizo fue cortarse el pelo. También puso un aviso para vender el
automóvil y le rogó a Pablo que lo atendiera.
-Quiero
venderlo...-dijo. Quiero sacar 10.000 pesos. Con eso alcanza y sobra.
-Pero,
para qué? - dijo Pablo.
-
Me voy a Londres - contestó - allá tengo una amiga.
Pablo
vendió el auto al tercer aviso. El mismo se encargó de las diligencias de la
venta y apartó el dinero de los impuestos. Arregló todo de tal manera que
Clarita tuviera tan solo que firmar los papeles y cobrar el importe de la
operación.
Con la
plata en la mano Clarita aceleró las gestiones. En el plazo de un mes gestionó
el pasaporte, obtuvo la visa y confirmó el pasaje. También compró ropa para el
otoño inglés y vendió su colección de discos y el equipo de audio.
-
Ya nada me ata aquí - dijo.
Cuando
llegó la noche anterior a la partida de Clarita, Pablo se sintió desesperado.
Deseaba tener una última conversación con ella. Entonces la invitó a la
Costanera a comer asado.
-
Es lo mas argentino que se me ocurrió - dijo en su oído mientras manejaba el
Torino rumbo al bajo.
Comieron
mucho, tomaron vino y se marearon un poco porque ninguno de los dos estaba
acostumbrado.
Pablo
dijo:
-
Clarita por favor no te vayas. Te pido por favor que no te vayas porque nunca
amé a nadie como te amo a vos. Estoy dispuesto a darte todo. Hasta mi vida si
es necesario. Podemos casarnos. Yo tengo una casa, un taller, y un departamento
en Santa Teresita. Te lo ofrezco todo para que vivamos juntos los dos.
Clarita
dijo:
-
Pablo, por favor, no hagas más difícil todo. Mañana me voy. Me voy a la libertad,
a lo desconocido. Mañana me embarco hacia lo extraño. Voy a ser libre. Me
teñiré el pelo de cuatro colores y nadie habrá de notarlo. Voy a comer
toneladas de hamburguesas de pescado y a escuchar música pop.
Eso
fue todo. Todo lo que conversaron.
Volvieron
después al Bajo Flores en el Torino de Pablo pero no fueron a hacer el amor a
ningún lado. Pablo la dejó en la casa y Clarita le dio un beso interminable.
-
Te dije que era mejor no enamorarse.
-
Claro - dijo Pablo y la besó en los ojos.
Después
los dos se fueron a dormir y en ningún momento lloraron.
El
avión de British Airways salió a las 10 de la mañana. Pablo dejó a Clarita en
la escalera mecánica y la despidió haciendo señas con la mano. Regresó como
pudo al Bajo Flores porque le costaba controlar el auto.
En
el trayecto, sin embargo, pensó en su madre, en los amigos y en las calles del
barrio y se dijo a sí mismo que tal vez Dios le diera otra oportunidad mas
adelante. Después se perdió por la autopista Richeri, rumbo al centro de la
ciudad de Buenos Aires.
Esta es la letra completa del tango
que Pablo le escribió a Clarita.
Uno no sabe nunca las vueltas
de la vida
No hay certeza ninguna para un alma
mortal.
A veces disponemos del cielo entre
las manos
Y otras un sueño vano y un vano
despertar
Yo quisiera aferrarme al tiempo en
que te tuve
Aunque tal vez ya nunca vuelva a
verte jamás
Y esté solo en la tierra con mi
dolor a cuestas
Y tu ausencia refleje toda mi
soledad.
Es cierto,
Tal vez ya nunca más te tenga entre
mis brazos
Y deba acostumbrarme a vivir sin tu
amor
Estarás sin embargo conmigo a cada
instante
Mi querida del alma, mi corazón.
©2019
Realmente me has sorprendido Nes. Una historia mucho mas larga de las que siempre publicás pero muy simpática y a la vez trsite. Me gustó mucho!
ResponderEliminarGracias Carlita, me alegra mucho que te haya gustado.
EliminarSi hay algo que puedo decir luego de leer este relato es que está tan bien escrito que no me distraje en ningún momento. Los dos personajes, tan disimiles, tan distintos emocionalmente, están perfectamente materializados. Y lo más importante, para mí, es que la historia llega, sacude, porque es natural y a la vez cargada de sentimientos. Una hermosa historia de amor. Un texto de los tuyos, Néstor, de esos que dejan huella literaria. Felicitaciones, me encantó.
ResponderEliminarAriel
Muchas gracias Ariel. El cuento data de unos veinte años. Estoy buscando en aquellos textos "iniciales" de mi escritura y en algun caso reelaborándolos. Valga el gerundio :) Bien sabés que esta extensión es más para libro de papel que para Internet. Y su repercusión es menor en el número de lectores. Pero cada tanto publicaré de este modo. Desde ya que estoy muy reconocido y honrado por tus elogios.
EliminarQue hermosa historia Néstor. Sencilla y clara y con mucha emoción y sentimiento. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarQue buenoo Graciela. Gracias por visitar el blog. Estoy feliz que te haya gustado!
EliminarCreo que Clarita en el fondo de su corazón no se enamoró profundamente como para abandonar su libertad, o si pero igual eligió buscar otro camino y Pablo no estaba en el.
ResponderEliminarEran muy diferentes. Los dos buenas personas. Tal vez en unos años Clarita regrese a buscarlo. ;) Gracias Alicia por leer y comentarme!
ResponderEliminarPreciosa historia de amor, sencilla y melancólica. Muy bien logrado ritmo y personajes. Me ha encantado, Néstor.
ResponderEliminarQue bueno Marta. ¡Me alegra mucho que te haya encantado! Gracias por pasar por el blog!
EliminarHermosa y emocionante historia. Me quedé pensando en la rebeldía de Clarita y las chicas de mi generación. Al menos yo me identifiqué en algunas cosas.
ResponderEliminarCiertamente ha sido, la de Clarita, un generación rebelde e imnovadora. Gracias por leer y comentar Noemí.
ResponderEliminarPor comparación con otros relatos tuyos y acostumbrado a esas mezclas que a veces nos regalas de una pizca de realidad y dos cucharadas de ficción, por un momento pensé que el tango que Pablo escribió es famoso o archiconocido,... jajaja pero veo, por los comentarios que no es así (ya que Norte no tiene ni idea de ese estilo musiscal mas allá de los más famosos de Gardel,... y que me perdonen los porteños). La historia suena tan real que es imposible no deleitarse con los personajes. Un abrazo Nestor!
ResponderEliminarGracias Norte por la visita y el comentario. No, no es ningún tango "real". Lo escribí especialmente para el relato. Y se lo adjudiqué al protagonista :) Me alegra que te hayas deleitado con los personajes. Un fuerte abrazo!
Eliminar