1984.
George Orwell por supuesto.
Y la cerveza y las pastillas y algunos hechos iguales, infinitos e
inofensivos que me llegan desde algunas
de mis propias conexiones celulares.
“No existe la mente” –me había dicho un profesor marxista diez años
atrás– “lo único que existe es el cerebro y las neuronas”.
En las noches de viento siempre me pongo a recordar esa frase.
Materialismo dialéctico en su estado más puro.
Yo tuve ese privilegio terrible de ser joven en la República Argentina
y en particular en la década del setenta. Un “pendejo tan altivo como
ignorante”, según los dichos de mi profesor de historia. Un hippie de pelo
largo, una hojarasca.
Yo no puedo ser una hojarasca. –le comenté a Mariana.
La hojarasca son las miles de hojas que caían de los árboles en los otoños
de mi niñez. Un paisaje de hojas secas esparcidas
por el suelo que le daban al jardín de mi casa un aspecto triste y un poco abandonado.
Mariana
era rubia, argentina e hija de un matrimonio mixto. El padre un judío algo
escéptico y la madre, una argentina hija de inmigrantes. Tengo un recuerdo
preciso de Mariana. Fue cuando me regaló una cadena de oro y una estrella de
David y que yo, como buen joven, la perdí a las pocas semanas bañándome en el
mar.
Tuve
muchos sueños desde aquel día. No podía tolerar, ni aceptar, mi torpeza. A
veces soñaba durante la noche que me sumergía en el mar y nadaba y buceaba hasta dar con la verdadera cadena y con la
estrella y luego regresaba a mostrársela.
Pero era tan solo un sueño y
nada más.
Mis amigos se burlaban de mi
“¿Te hiciste judío hijo de puta?” dijo el mas procaz cuando me vio con la
cadena en el pecho. En fin, tal vez yo fuera una hojarasca, como había llegado
a decir mi profesor de historia, pero ciertamente a ellos los doblaba en calidad humana.
Y tenía un proyecto: anhelaba
ser escritor. Nada del otro mundo. Me la pasaba escribiendo. En especial poesía
de la que hoy reniego por completo. Algunas
incluían puntos suspensivos y otros símbolos ortográficos que desprecio.
1984.
George Orwell por supuesto.
Mariana vino una tarde y me dijo: “He perdido una década de mi vida.
Te ruego que leas esto”. Me dejó una edición de bolsillo de un libro, El Tao de
la Física, editado en 1974 y de un escritor con nombre hindú que ya no recuerdo.
Decía que el texto unía el orientalismo y la mecánica cuántica.
No supe cómo decirle que no creo ni en la materia ni en el espíritu ni
en nada.
Ella me apuñaló, como buena mujer, con la palabra.
“Tu profesor de historia tenía razón– dijo– también se le llama hojarasca a la cosa
inútil y de poca sustancia”. Después marchó a Miami y se casó con un cubano
anticastrista y ya nunca más volví a encontrarla.
Bueno,
estas han sido las cosas que pasaron hasta hoy. Nada del otro mundo, como les
dije. Cuestiones de las que cientos de escritores, filósofos y farsantes se han
ocupado desde existe lo que llamamos civilización humana. Pensamientos confusos
y mentiras perdidos en el medio de la falsedad y también en la contienda de una subasta.
Que
quieren que les diga.
Pura
hojarasca.
©2018
Estos recuerdos juveniles que cada tanto publicás son para mí un placer `poder leerlos. Me gustó mucho Nes. Un beso.
ResponderEliminarGracias por visitarme Carlita. Me alegran mucho tus elogios!
EliminarMuy bueno Néstor. Es un relato fragmentado y a la vez unido a los recuerdos del pasado. He visto como en flashes lo que cuentas en el texto. De lo mejor que te he leído.
ResponderEliminarMuchas gracias Graciela. Me pone feliz que te haya gustado el texto. Un abrazo.
EliminarMuy bueno especial para reflexionar.
ResponderEliminarGracias Alicia ¡Eres muy amable!
EliminarMientras leía tu relato se agitaban en mi memoria pedazos de recuerdos que, de algún modo, asociaba a la hojarasca que se menciona en el texto, porque parecían contenidos separados, hojas sueltas movidas por el viento de la vida. Me pregunté al final si realmente somos trozos de existencia o hay algo que los aglutina, los une, en algún sitio dentro de nosotros mismos, para convertirnos en un individuo completo. Hermoso relato, Néstor.
ResponderEliminarAriel
Gracias Ariel. En realidad mi propósito era traer fragmentada la realidad a la memoria del lector sin desviarme de un núcleo central. Sin que perdiera "unidad". Me alegra que te haya gustado! Abrazo.
EliminarUn relato acorde con una etapa de la vida con cierto grado de confusión propia de la adolescencia. Entretenido y como siempre, lo hace pensar a uno por vivencias parecidas
ResponderEliminarMuchas gracias Guille por ser tan consecuente con el blog. Un abrazo!
EliminarQuebraste la línea del tiempo en palabras sabias y bien urdidas; así se quiebra la vida cuando de nostalgia se trata. Así puede un buen narrador quebrar la vida en letras bien plasmadas para hacerla una unidad comprensible, amena y sobre todo sentida. EXCELENTE, amigo hermoso. Un abrazo sin quiebres, uno bien fuerte. Te requiero. SOFIAMA
ResponderEliminarGracias Sofi. Es verdad, no es un texto que siga la linea del tiempo. Por momentos tiene imágenes que salen de esa línea. Me alegra que hayas notado su unidad en lo diverso. No sé si lo he logrado pero ése ha sido mi propósito. Otro abrazo. Y un beso, ya que estamos...
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuCha, te invito a reponer el comentario. Te lo advierto porque sino esta noche no duermo. Cariños porteños.
EliminarGenial! Me ha encantado el tono del narrador y su forma de atrapar chispazos del pasado.
ResponderEliminarGracias Marta! Es una alegría verte por acá!
EliminarHermoso texto. Yo también tuve el privilegio de ser joven en Argentina en la década del setenta. Recuerdos inolvidables. De todo un poco, como en botica.
ResponderEliminarMuchas gracias Noemí por tan lindo comentario!
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