Aquella mañana Ravazza estaba
ciertamente desolado. La noche anterior había terminado de cortar una relación
de casi un año y su alma se llenaba con una mezcla de pesadumbre y extrañeza.
Desde joven había sospechado acerca de lo extraño que era aquello que la gente llamaba “amor” y la vida
no hacía otra cosa que demostrárselo. Los años pasaban y se estaba viniendo un
tipo grande, saltando de fracaso en fracaso.
En el lugar donde trabajaba le
habían dado dos semanas de licencia pero
él hubiera preferido seguir yendo al trabajo. Pensaba que aquel vacío de las
horas iba a perjudicarlo en el inevitable duelo.
Ravazza jamás en su vida había ido a un psicólogo
aunque a veces utilizaba la jerga, especialmente cuando le tocaba enfrentar
esas íntimas charlas consigo mismo.
Entonces
no le quedó otro camino que el café.
Le
gustaba frecuentar el bar Los 4 Ases, uno de los últimos que quedaba en Floresta. Allí solía sentirse bien y podía
beber tranquilo. Conocía en general a los parroquianos del lugar y a veces se
quedaba callado un par de horas sin que nadie lo notase.
Aquel
sábado al mediodía, sin embargo, le pareció que Mario, el mecánico, se hallaba
abatido en una pequeña mesa lateral con el hombro derecho apoyado contra la
pared; una copita de ginebra bebida apenas por la mitad y un cigarrillo
convertido por entero en ceniza.
Ravazza sintió que debía acudir a su encuentro
pero luego se detuvo. Prefirió indagar y ser prudente. Así fue que se enteró
que el hombre estaba viudo desde un tiempo atrás y que daba la impresión de no
poder recuperarse del todo. Es que perder para siempre a la compañera del
camino de la vida era, naturalmente, algo mucho más importante que lo que a él
le había pasado.
Un rato después llegó Pedro,
acaso el más cercano amigo de Mario y se aproximó a consolarlo. De a poco lo
ayudó a levantarse de la mesa y luego lo llevó hasta la barra, también le trajo
la copita de ginebra y se sentaron al lado de Ravazza. Entre ambos instaron a Mario a beberse la ginebra que todavía le quedaba.
Era un sábado nublado en la ciudad de Buenos Aires.
Pedro se había jubilado tres
meses atrás y pasaba casi todo el día en el taller de Mario. A veces preparaba
el mate, a veces hacía algún recado para su amigo o le iba a comprar el
repuesto de algún auto.
Cuando Mario quedó viudo
prácticamente se convirtió en su hermano, pero ahora tres meses después le
pareció que iba a ser muy difícil intentar
recuperarlo.
Luego de un tiempo de duelo le
enseñó a manejar la computadora y le abrió una cuenta en un sitio de citas. Iba
todos los días a su casa con una
constancia notable y tanto insistió que Mario, que jamás había tocado una PC,
terminó por usarla de una manera aceptable. También le hizo cambiar el auto por
uno más moderno y hasta deslumbrante. “con éste te vas a cansar de levantar
minas” le susurró al oído en una cierta tarde.
Pedro era de verdad un gran
amigo y Mario comenzó a quedarse en su casa dejando a su cuñado a cargo del
taller mecánico.
–Nunca estarás solo. –siempre
le decía– esto es algo momentáneo. Ya
vas a ver que pronto la vas a olvidar.
Además lo llevó a comprar ropa mucho más moderna de
la que Mario usaba y hasta lo ayudó en Internet para conseguirle un par de encuentros
con mujeres de su edad.
Aunque también tuvo que
aceptar que lo notaba casi siempre taciturno y nunca lograba sacarlo de ese
estado. Mario se la pasaba desarmando, aceitando y lustrando de manera obsesiva
una Beretta 3032 Tomcat que había
comprado para defensa personal en una
armería del Centro. Un arma de bolsillo pero ciertamente efectiva y que llevaba
cuando iba a controlar el estado de su casa en Las Toninas, un PH frente al mar
y al que Mario adoraba.
La rutina comenzó a darse de este modo: Pedro llegaba, con frases de
aliento y con los resultados de los sitios de la computadora y Mario le sonreía
en silencio aceitando y lustrando la pequeña pistola.
Para ese tiempo Ravazza terminó su licencia y dejó de concurrir por un
tiempo al bar Los 4 Ases. Debió viajar por cuestiones de trabajo pero cada
tanto pasaba por allí para beberse un par de tragos. Acostumbraba preguntar por
Mario, en especial si lo encontraba a Pedro cerca pero nunca pudo conseguir de
su parte una respuesta cierta o atinada.
Y así fueron pasando las
semanas. Una mañana Pedro se enteró que Mario había puesto la propiedad y el
departamento en Las Toninas a nombre de su hija que vivía en Australia. Y cada
vez estaba peor, a veces se levantaba de la cama al mediodía, almorzaba
frugalmente y enseguida de nuevo se acostaba. Al parecer no había manera de
quitarlo de la depresión, ni tampoco de enviarlo a un médico o a un psicólogo
porque Mario siempre se negaba. Cierto mediodía en el bar Ravazza le dijo que tal
vez no era conveniente toda esa historia de la computadora y los sitios de
citas.
-¿Qué tal si lo llevamos de
putas? Le comentó con una cierta ironía
y Pedro lo miró entre sorprendido y asombrado.
–Ni siquiera logro que se
levante de la cama-dijo.
Aquellos fueron tiempos de
adviento, no sólo porque se hallaba cerca la Navidad sino porque era conveniente
pensar en prepararse para lo que pudiera pasar. Y una buena tarde Ravazza
preguntó por Mario y le dijeron que había muerto. Asombrado, aguardó la llegada
de Pedro y este le contó que un par de días atrás su amigo se sentó en soledad
en la cocina de su casa frente al retrato de la esposa y lo llenó de besos,
después acercó la Beretta Tomcat a la
sien y se voló la tapa de los sesos.
©2018
Un narrador en tercera persona con un personaje privilegiado (Ravazza) que es el eje de rotación de la historia que se está contando. Un relato demoledor con un desenlace que estremece. Brillante, Néstor, un personaje notable que puede dar para mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarAriel
Gracias Ariel. En realidad me apoyé en ese recurso para salir de la primera persona en la que ultimamente me estaba encerrando. Trataré de "bucear" en Ravazza y ver hasta donde puedo llegar con semejante personaje. Un abrazo.
EliminarHe quedado estremecida por esta historia, te juro Nes que me dejó sin aliento.
ResponderEliminarQue bueno Carlita. Cuando uno escribe quiere llegar al fondo de la emoción del lector. Me alegra haberlo logrado. Un cariño grande para ti muchacha.
EliminarMuy bueno, realmente impresionante. Me ha llegado muy profundo la fuerza de este relato.
ResponderEliminarGracias Graciela, eres muy amable!
EliminarImpactante en su contenido; mucho. Impresiona la narrativa del hombre que se desdobla y toma el papel de protagonista y narrador. Como siempre, hermoso Néstor, eres uno en millones cuando de contar nostalgias se trata. NOTABLE! Te requete abrazo. SOFIAMA
ResponderEliminarGracias Sofy por ser tan consecuente con lo que publico. He buscado una manera oblícua de utilizar la tercera persona. Me alegra que te haya gustado. Estoy muy feliz por tus elogios.
EliminarMe he quedado helada por la trama y el desenlace pero también sorprendida por ese ¿alter ego? de Ravazza. Y la tercera persona a la cual no nos tenes acostumbrados. Excelente!!
ResponderEliminarQue buenooo Lili. Me alegra muchoi que te haya gustado.
EliminarUn alma entristecida, que abandona a otros seres queridos y se refugia en pensamientos egoistas y recurre a la muerte para tener paz; la pérdida de un ser querido es un tiempo dificil y yo en primera persona también me refugie en las páginas, pero de Historia o blog de relatos como el suyo....y aprendí a llorar sobre el hombro de quienes estuvieron presente. Y no quiero un final sin esperanzas; quiero esperanza sin final... Triste y fuerte relato Sr. Nestor. Tengo ganas de llorar!!! Muchas casualidades en un día...
ResponderEliminarGracias Alicia. Estoy muy reconocido por tu comentario. Es dificil, a veces, dilucidar si un suicida ha sido un valiente o un egoista, tienes razón. Puedes llorar, es humano.
EliminarTremendo ese final. Como dice Ariel un relato brillante.
ResponderEliminarGracias Marta, ers muy gentil. Un fuerte abrazo.
EliminarHola Néstor. Muy bueno ese relato en tercera persona. Una historia dura pero muy real. Me conmovió el final.
ResponderEliminarGracias Guille,me alegra que te haya gustado!
EliminarMe gustó este relato.
ResponderEliminar¡Gracias Jorge!
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