Anoche estuve viendo en la TV
por cable un programa que trataba acerca del Padre Carlos Mugica. Las imágenes
me trajeron recuerdos de aquellos primeros años de la década del setenta. Y
nadie que no haya vivido en aquel tiempo puede saber el estado enardecido y
apasionado que se vivía en el país en esos años. Entonces recordé un par de
visitas que le hice a Carlos en su departamento del Barrio Norte. Era un hombre
rubicundo y si mal no recuerdo de ojos azules muy claros con una fría y
permanente determinación en la mirada. Hincha de Racing (igual que yo) me
miraba con algo de desconfianza debido a la sorpresiva irrupción que había
hecho en su vida en aquel año.
En la segunda de aquellas
visitas le solicité que oficiara la ceremonia de mi casamiento pero él se negó.
Me dijo que no celebraba “bodas burguesas” de carácter fastuoso y yo le acepté
la explicación. Aunque, naturalmente, mi casamiento no iba a tener nada de
fastuoso. Era la sencilla y modesta gala de un muchacho y una chica que andaban
en eso de cumplir los mandatos de la sociedad de aquel tiempo. Luego lo
acompañé a visitar a algunos presos políticos al barco “Granadero” que estaba
anclado en el Puerto de Buenos Aires.
El gobierno de Lanusse los
colocaba en camarotes y allí permanecían detenidos por un tiempo indeterminado.
El barco no se hallaba en
ninguna dársena. Lo habían recalado de manera precaria en el Dique 2 de lo hoy
es Puerto Madero y cuando llegué pude oír (desde lejos) a los presos cantar una
canción acerca de la libertad, de la película Z, que estaba muy de moda en esos
años. Más tarde llegó el actor Alberto Fernández de Rosa y Mugica me saludó y
se retiró junto a él. Aquella fue la última vez que lo vi con vida. Y junto a
mi mujer estuvimos en su velorio un par de años después, cuando lo asesinaron.
El cura Carlos Mugica estaba
muerto y yo estaba casado.
Ahora bien, debo confesarles
que no estoy muy seguro que todo esto sea verdad. Los años han pasado y junto
con su paso se oscurece la memoria. Y acaso mi vanidad y mi nostalgia han armado
una historia imposible y falaz; no lo sé.
A veces pienso que nunca
conocí a Carlos Mugica, que nunca le pedí que me case y que jamás estuve en el
buque Granadero junto con él. Son juegos y articulaciones de la mente que van
pasando en una serie de imágenes (como si fuera la proyección de diapositivas)
donde el pasado y el presente se confunden muchas veces con eso que llamamos
realidad.
Tal vez nunca conocí al Padre
Mugica. Acaso nunca estuve en el Aula Magna de la Facultad de Medicina
escuchando a Piero y al Cuarteto Vocal Zupay ni tampoco me bañé en Villa Gesell
a medianoche en el mar. Los orbes y los símbolos se confunden junto con los
recuerdos en una cronología extraña y difusa que nos hace desconfiar del tiempo
que pasó. Qué quieren que les diga, tal vez nunca compré aquel Long Play de
Joan Báez en la disquería de la esquina de mi casa. Acaso nunca me fumé un
porro con Diego en el Parque Chacabuco.
Y lo que es peor: tal vez el
Equipo de José nunca existió.
©2019
Muy buen relato, hemos vivido en esa época. Me parece muy real, creo que esas cosas sí pasaron, lo que puede ser que no haya ocurrido, es el equipo de José☺️
ResponderEliminarBueno, gracias Guille. Reforzaste mi memoria y al mismo tiempo me dejaste con una duda! :)
EliminarUna historia muy personal y lejana en el tiempo. Hay una fina ironía en lo que contás. ¿De verdad te bañaste de noche en el mar?
ResponderEliminarCreo que sí Carlita. Aunque no estoy muy seguro. :)
Eliminar¡Me encanto!
ResponderEliminarGracias Diego, un abrazo!
ResponderEliminarEn ocasiones me pasa algo similar a lo que dice el narrador. A veces se me oscurece la memoria y los recuerdos quedan ocultos o deformes; a veces aparece con una claridad inusitada el terror de aquellos años turbulentos. Muy buen relato, Néstor.
ResponderEliminarAriel
Gracias Ariel. He jugado un poco con mis propias vivencias y recuerdos. Ciertamente han sido años de intensos conflictos. Pero el tiempo inexorable, poco a poco los va convirtiendo en algo cada vez más lejano.
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