Ciudad de Buenos Aires, Febrero de 1964. Cali se pasa el peine por su pelo
rubio frente al espejo del baño. Intenta hacerse una especie de jopo que sin
embargo no llegará a elevarse. Mi madre, por su parte, arregla mi camisa con
charreteras (planchada de manera impecable) y con el auxilio de la brillantina
intenta dominar mis rizos indomables. Hoy es sábado de Carnaval y siendo niños
iremos solos a nuestro primer baile. A lo lejos resuena el rumor de la música,
cantan algunos cantantes de tango, parece, porque el sonido es muy distante.
Afuera hay agitación y ella nos despide en la puerta con pocas recomendaciones,
(no eran tiempos aquellos para recomendar nada). La vida discurre en 1964 con
muchas carencias pero con la seguridad de las cosas amadas. Cali y yo caminamos
rumbo al club Sportivo Campos. Al acercarnos notamos el humo de la carne asada.
Y resuena el tango Bahía Blanca de Carlos Di Sarli por el sonido de los
precarios altoparlantes. Un tocadiscos raspa sin piedad el vinilo. Y es así que
el sonido sale a circular por el aire. Compramos paquetes de papel picado.
Miramos a las inaccesibles chicas de quince años y allí nos quedamos, junto a
la diversión, hasta que la noche de Carnaval pasa, como pasan todas las cosas,
como pasa la vida y la flecha del tiempo, como pasan los años.
Ciudad de Buenos Aires, Febrero de 2014.
La oscuridad se hecho larga y callada. No sé por donde andará mi hermano
Cali. Acaso en las preocupaciones de sus tres hijos varones o en algún problema
de salud o en alguna reunión con sus amigos en el marco de beber un vino
amable. El mundo ha cambiado mucho, en Buenos Aires ya casi no hay bailes de
carnavales. Estoy oculto en la penumbra de mi casa, acabo de apagar la PC y mi
sesión de Internet porque me siento solo y estoy algo cansado. Sentado en mi
mejor sillón, tengo en la mano un pendrive
que aloja unos dos mil quinientos temas musicales. Uno de ellos es el tango Bahía
Blanca de Carlos Di Sarli. Lo escucho en
el DVD, con SenSorround, y el sonido en
verdad está impecable. Hoy hace mucho calor en la ciudad. Algunos dicen que el
planeta se está recalentando. Y esto a mí, la verdad, no me importa demasiado, Mientras tanto la
imagen de las mujeres que amé, de las alegrías, de los sinsabores y los
desengaños me acompañan en la sombra cálida del sillón donde me he sentado. Ya
no necesito brillantina. Mis rizos indomables
son hoy un pelo de color bastante gris y ciertamente ajado. La noche del
Carnaval ha pasado, como pasan todas las cosas, como pasa la vida y la flecha
del tiempo, como pasan los años.
©2019
¡Cuanta nostalgia! Me ha resultado fantástico ese contrapunto entre presente y pasado. Muy bueno Nes.
ResponderEliminarGracias Carlita. Un beso.
EliminarUna belleza llena de ternura este relato, con tu mostalgia habitual. Me gustó mucho.
ResponderEliminarMuy amable Graciela. Me alegra que te haya gustado.
EliminarGenial! Cuanta nostalgia emotivo relato. Gracias Nestor.
ResponderEliminarGracias a vos Alicia, por el comentario!
EliminarAquellos tiempos ♥... me encantó "no eran tiempos aquellos para recomendar nada"
ResponderEliminarQue bueno Noemí. Realmente de ese modo eran las cosas. Gracias por pasar por el blog.
EliminarMe hacés vivir otras épocas. Muy lindo Nes.
ResponderEliminarGracias Cris!
ResponderEliminarMe gusta esa dosis adecuada de nostalgia. No recordaba que la brillantina era de Palmolive, si habré usado...Las viejas siempre salían a dar recomendaciones, esa escena me la imagino, aunque en realidad, nosotros estábamos convencidos de que nunca pasaba nada y ante cualquier circunstancia, la íbamos a resolver adecuadamente. Muy bueno Néstor, este relato me hace acrdar de muchas cosas.
ResponderEliminarMuchas gracias Guille por la visita y por los recuerdos. Un abrazo.
EliminarMe encantan tus nostalgias porque reflejan una gran vivencia de tu parte. Además, escribes re bien, y eso lo admiro. Un besote, amigo lindo. SOFIAMA
ResponderEliminarMuchas gracias Sofy! A veces pienso que escribo para que a vos te guste. Otro beso.
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