Hoy es la tarde del eclipse y el
invierno ha terminado de apoderarse de la ciudad de Buenos Aires. Se acercan
los días de la intemperie y del obsesionado viento sudoeste que aquí llamamos “pampero”.
Mis días transcurren, de todos modos,
sin ningún alegato ¿A quién voy a apelar por mi desgano? Hace rato ya que he
perdido el incentivo, no hay motivación y no hay musa que me alcance. Rubén Darío
solía decir que cuando hablamos de “musa” tan solo estamos nombrando una
falacia. Le gustaba afirmar que hasta las sirenas de Ulises eran falsas. “Ellas
nunca cantaron –decía- Ulises simplemente creyó
que cantaban y se engaño como nos engañamos siempre los varones”.
Lo cierto es que esta inédita
combinación (por lo menos para mí) del invierno de la ciudad y del invierno de
mi vida termina siempre con los dedos inertes frente al teclado.
Podría escribir al azar, por
ejemplo, y recordar a Mirta y a su flequillo legendario: aquel que me seducía tanto
como su breve falda. Lo cierto es que a
medida que me he vuelto un tipo grande suelo tener distinta la mirada. El
pasado ya no es algo fraccionado en evocaciones. Ahora es una especie de túnel
que lo abarca todo. Cada vez que miro hacia atrás distingo una especie de conducto
decorado como el set de una escenografía. Y allá en el fondo del túnel, como en una
pintura impresionista, mi infancia.
Decía Chavela Vargas que el amor
no existe, que es solo un invento de noches de borrachera y ahora que estoy,
digamos, sin amor, tiendo a creer en la frase. El hecho de estar enamorado es
similar a estar borracho. La sentencia la leí el otro día en la Internet. El
departamento de neurociencia de una vieja universidad inglesa coincide con
ella.
De momento me refugio en la
calidez del vino en estos atardeceres de la ciudad que amo, cuando me pongo a
escuchar música sentado en el sillón de cuero que hace tantos años me acompaña.
Y en el fondo de todo, ese retintín mezclado con el sonido, ese énfasis
imperceptible que me advierte que, haga lo que uno haga, finalmente igual el tiempo pasa.
©2019
Me gustaron estas reflexiones. Me quedé con ganas Nes, que lo hubieras hecho mas largo!
ResponderEliminarGracias Carlita. Un sencillo texto escrito un atardecer!
EliminarMe gusta mucho tus nostálgica reflexión; pletórica de poesía y sabiduría. Bechines. SOFIAMA
ResponderEliminarMuchas gracias Sofi, siempre me alegra tu visita!
EliminarInteresantes reflexiones al amparo de ese "vino cálido". Excelente Néstor. Lo leí con interés-
ResponderEliminarMuchas gracias Siego. Fuerte abrazo.
EliminarEs buenos y da ganas de releerlo, coincido en que podría ser un poco más largo, las tardecitas de invierno son cortas....Igual consigue transmitir tu estado.
ResponderEliminarGracias Guille por la visita!
EliminarNos quedamos sin aliento ante el teclado y de repente aparece nuevamente el deseo de dejar algo por escrito; un día se va el invierno y abandonamos el refugio en el que estamos; dejamos la melancolía para contemplar alguna delicia con la cual nos sorprende la vida aunque el tiempo pase implacable.
ResponderEliminar¿Vos sabés que sí Ariel? Creo que es verdad, que los árboles tienen que dejar caer hasta la última de sus hojas para luego esperar el cambio. Gracias por pasar por el blog.
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