La conocí en el East Village,
allá en el Bajo Manhattan. Fue una tarde de otoño en el mes de Octubre de un
año que ya no recuerdo. Hacía bastante frío aquella vez en Nueva York. Me
gustaba ir a correr al John Lindsay Park y luego pasar por una especie de bar
irlandés que se hallaba oculto detrás de un callejón de la calle 14. Sin llegar
a ser pelirrojo, su pelo era castaño pero con tonos de cobre y sus enormes ojos brillaban siempre como en un intenso
claroscuro.
Brenda trabajaba en la
asistencia social de la ciudad.
Llegó
de improviso, se sentó a mi lado en la barra y bebió un shot de whisky en un segundo. Estaba bastante abrigada pero también
se notaba que su figura era pródiga en curvas. Luego pidió que le volvieran a
servir. Y mirando al espejo lateral,
colmado de botellas de bebidas de todo el mundo, dijo por lo bajo “Es mi culpa,
soy una inútil”.
A mí me pareció que deseaba ser escuchada y
la miré. Entonces se presentó, mediante la formalidad de los anglo sajones y comenzó a
contarme lo que había pasado con una angustia digamos, latina. En el Bronx fue
asesinada una abuela que se hallaba a cargo de su nieta porque la hija estaba
presa. La mujer cuidaba de la pequeña y Brenda le había dicho al tribunal que
la abuela resultaba competente para
cuidarla. Sin embargo la mujer se relacionó con traficantes y terminaron por
matarla. Yo la escuché con mucha atención y tan solo le respondí con frases de
compromiso porque no se me ocurrió otra
cosa.
– ¿De dónde eres? –dijo.
– Soy argentino –le respondí.
–Vaya, tienes acento australiano.
A veces pienso que contar la historia de mi
año en Nueva York es contar la historia de Brenda. Me había ido del país porque
ya no podía ni respirar. Tuve ofertas de algunos amigos del exterior para
marcharme y al final me decidí por el lugar que más miedo me daba.
Durante todo ese tiempo atendí la barra del
bar del lobby del hotel donde uno de mis tíos tocaba el piano. Era una especie
de devoto del paisaje urbano. Mi rutina incluía correr dos o tres veces por
semana en el Central Park; aunque a veces buscaba también lugares más pequeños y alejados.
En un agitado atardecer me crucé con Susan
Sarandon.
Ella venía por un sendero lateral y apareció
de pronto frente a mí. Bella, agitada, apenas transpirada. Creo que fue Orson
Welles quien dijo una vez que las diosas no transpiran pero no estoy seguro.
Susan pasó a mi lado como una exhalación y mientras tanto seguí corriendo pasmado
porque no supe bien que hacer luego de mirarla.
Siempre estuve enamorado de Susan Sarandon.
Se lo comenté en su momento a Brenda en la
vereda del Marriot de Broadway y la 46 y ella se rió con aquella risa adorable
que tenía. Poco tiempo después me llevó
a vivir a su departamento del Village. En aquel tiempo había comenzado a
escribir poesía. Incluso lo había intentado en inglés pero el intento fue
inútil porque siempre terminaba remedando a Whitman.
Los días en el bar del hotel eran simplemente
una exhalación. Mi vida real era correr por los parques y acostarme con Brenda.
Nueva York mientras tanto resultaba nada más que la decoración del escenario de
un teatro donde se representaba mi vida.
Y aún así me sentía muy bien en las agitadas
calles.
Gustaba de internarme en el Harlem los
domingos a la mañana para escuchar al azar los coros del góspel y otras veces
me sentaba durante horas en Times Square sin hacer nada.
Brenda era consecuente hasta el hartazgo. Yo
nunca conocí una mujer así. No me hacía ningún tipo de concesión en la cama.
Creo que si fuera por ella tendría sexo todo el día. También se preocupaba por lo
cotidiano, anhelaba que me sintiera bien y cuando tenía un poco de hambre enseguida
cocinaba algo. Una vez ordenamos ensalada Waldorf precisamente en el Waldorf
Astoria. Y ella se interesó por saber bien las cantidades exactas de manzana,
nuez y apio que llevaba la ensalada.
A veces le contaba cosas del país y a ella le
brillaban los ojos.
–Un día me llevarás a Mendoza y nos beberemos
todo el vino. – dijo con una sonrisa extraordinaria.
Era una trabajadora social, adherente al
partido Demócrata y alejada de su familia. Los padres habían imaginado para
ella un futuro universitario pero Brenda no les hizo caso. Consiguió un empleo
en el Ayuntamiento de la ciudad y comenzó a dedicarse a la asistencia social de
la gente más necesitada. Creo que era una mujer feliz, dentro de lo
felices que podemos ser los seres
humanos.
Un buen día emprendí el regreso a la patria y
nos despedimos con un poco de angustia compartida. Ella me abrazó muy fuerte
mientras se le caían un par de lágrimas.
Una de ellas rozó por mi mejilla y me dejó
sin habla.
Hoy los años han pasado y junto con ellos la
tempestad del tiempo y los recuerdos que no se pueden dejar de lado. Es un
torbellino de imágenes y sucesos que hemos vivido y que con dificultad
recordamos. No obstante a veces, en esas charlas en que nos ponemos serios y
profundos, cuando alguna bebida espirituosa desbarata nuestra calma y alguien
pregunta quien fue la mujer de la vida de cada uno, la verdad es que no sé qué
contestarle. Tengo que meditar mucho, lo confieso. Debo buscar en el baúl de la
memoria lentamente y paso a paso
Y allí está Brenda sonriendo desde el fondo
del vaso.
©2018
Una belleza Nes, romanticismo puro. A mí me gustó mucho y la leí dos veces.
ResponderEliminarGracias Carlita por ser tan consecuente con lo que escribo. Un abrazo grande.
EliminarEs posible que las diosas no traspiren, pero tus letras rezumen nostalgia contagiosa y muy humana. Te imagino siempre, amigo querido, cuando escribes estos recuerdos tan hermosos; y cuando lo hago, visualizo al hombre sensible y romántico que eres. Te quiero mucho, amigo hermoso. Un abrazo graaaande, de tu tamaño.
ResponderEliminarLos recuerdos no son otra cosa que el pasado inmerso en el presente de cada persona. Dylan Thomas hablaba del "pasado presente" y de cómo continuaba en la vida de todos. Gracias Sofy.
EliminarAh... Soy Yo, SOFIAMA. Besitos.
ResponderEliminarYa me dí cuenta...:) Besos.
EliminarHas hecho un retrato de Brenda, como al descuido y a mí me ha resultado hermoso. Te felicito. Muy buen relato.
ResponderEliminarGracias Cris, eres muy amable!
EliminarHa hecho un retrato de Brenda que me resultó maravilloso, siga regalándonos sus relatos maravillosos!
ResponderEliminarEres muy amable Alicia, pero desde ya puedes tutearme!
EliminarPuro sentimiento. Recuerdos que sobreviven a esas tempestades del tiempo como tenaces restos de un naufragio. Precioso relato, Néstor.
ResponderEliminarMarta, que alegría verte por acá! Es verdad, es un relato sentimental, aunque me he cuidado mucho de no caer en lo convencional del género. Me alegra mucho que te haya gustado!
EliminarCuánto romanticismo Néstor, todo dentro de tu estilo de nostalgia. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarHe tratado de escribir una historia de amor, lo más lejana posible a los estereotipos. Y sé que ha sido romántica, es cierto. Te agradezco mucho Graciela verte siempre por el blog. Abrazo.
EliminarLindo relato Néstor, da la impresión de lo que parece ser al principio un recuerdo, en el ejercicio de la memoria se va llenadon de detalles y va quedando armada la historia. Mucha claridad en expresar los sentimientos
ResponderEliminarGracias Guille ¡Me alegra que te haya gustado!
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