A José Lezama Lima.
La dinámica luz de Enero comenzaba a cubrir
de dorado y de sol las grises baldosas del patio. Había en el aire una extenuada
gratitud al silencio que reinaba en el recinto. Apenas algunos minutos atrás
los niños se habían retirado del jardín. Rosendo aguardaba con su enorme tijera
de podar y con el canasto de mimbre de la India que había comprado cuando era
marinero en las afueras de Bombay. La tijera tenía sus hojas afiladas como
grandes navajas y los vástagos terminaban
en dos manijas de madera ya gastada pero pintadas de un lánguido celeste que
ocultaban lo viejo y carcomido de las empuñaduras. Rosendo se aprestaba a
cosechar los higos. Y la higuera estaba allí, pletórica y exultante como una
doncella de Camagüey. Ninguna daba tantos higos como su higuera. Eso dijo
siempre en el bar del pueblo y algunos le creyeron y otros no. En cambio la de su vecino estaba envejecida,
arruinada y maltratada por el paso de los años.
La suya no podía compararse con nada. Rosendo amaba su higuera. Y ahora
que los niños se habían retirado del lugar se aprestaba con alegría, con un
poco de alegría, en realidad, ya que nunca había sido un hombre alegre, a
cosechar los frutos y a guardarlos en el canasto de mimbre de Bombay.
Tomó su pequeña escalera doble
de seis escalones y la apoyó lo mejor que pudo cerca del tronco de la higuera
centenaria. Aunque también recordó con emoción
que su abuelo le había dicho en su momento que era probable que, en
verdad tuviera ciento veinte e incluso ciento treinta años.
Al subir a la escalera algo lo
turbo profundamente.
Colgando de una de las ramas
principales se notaba un importante avispero. Aquello enfureció a Rosendo. La
sangre comenzó a correr como un caudal bermellón sobre su cuerpo, sus ojos se
nublaron y sus mejillas enardecieron. Para Rosendo la higuera era como la
doncella de Camagüey. Sintió la presencia del avispero como una afrenta, como
un inconcebible agravio. Y aunque hubiera podido cosechar los higos sin tocarlo
igual decidió quitarlo de allí. Ingresó en su casa, consiguió algunos trapos
viejos y una larga viga de madera liviana. Empapó los trapos de queroseno los
puso en la punta de la viga y los prendió fuego. Luego los trapos se
convirtieron en una bola incandescente de lumbre. Una llamarada vengativa, una fogata que
arrasó con el avispero cubriendo de humo negro y de también de un extraño olor el patio. Tres o cuatro avispas lo
atacaron pero el resto murió incinerada.
Aquello lo envolvió en una
extraña paz. Estaba feliz de que el avispero se hubiera convertido en una
hoguera. El honor de su higuera estaba salvado. Tenía el rostro todavía
enrojecido por el disgusto y lo salpicaban algunas manchas de ceniza y hollín y
una picadura en el brazo izquierdo.
Sabía que los niños tardarían todavía un par de horas en volver. No podía
perder el tiempo. Volvió a acercar la escalera al tronco principal y subió los
peldaños uno por uno. Cada fruto y cada higo llenarían su canasto de mimbre sin
ninguna duda.
La tarde se hallaba ardiente en
Santiago de Cuba.
©2018
Una maravilla esta historia fuera de tu estilo habitual. Muy buena Nes. Me gustó mucho.
ResponderEliminarGracias Carla. Eres muy amable!
EliminarImpresionante. A partir de ese hombre cosechando los higos armaste una situación que se me hizo real como si la estuviera viendo. Felicitaciones Néstor.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te haya gustado, Graciela. Un fuerte abrazo.
EliminarSimpática comparación entre el honor de la doncella de Camagüey y la higuera de Rosendo, Néstor, es un relato simple y a la vez completo, como una historia casual, que en el fondo tiene una especial relevancia para su protagonista, no en vano arriesga "su vida" por proteger a "su amada". Abrazos desde el otro lado del Atlántico :)
ResponderEliminarEn realidad quise imitar el estilo ( a modo de homenaje) de José Lezama Lima, un escritor, digamos, barroco, nacido en Cuba. Realmente Rosendo enfurece al ver "mancillada" a su amada, como con sagacidad has notado. Me pone muy feliz tu visita. Un cariño grande Eva. Gracias por el comentario.
EliminarHay una fuerte intensidad en este texto, sencillo perop cargado de fuerza. Me pareció ver arder las llamas y la furia del protagonista. Te felicito-
ResponderEliminarGracias Adrian, eres muy amable. Me alegra mucho que te haya gustado el relato.
EliminarAh mi amigo, haces que tus mujeres lectoras nos sintamos como "la doncella de Camagüey". Extraordinario. Sí, el honor de la higuera estaba salvado porque tú le rendiste un homenaje póstumo. Eres brillante y nostalgicamente hermoso. Te requete quiero. SOFIAMA
ResponderEliminarGracias Sofy. Eres muy generosa comentando. Escribi este breve relato intentando utilizar el estilo exuberante del cubano, a modo de ensayo literario. Gracias por tus conceptos. Yo tambien te quiero mucho.
ResponderEliminarUna belleza Nes ¡Gracias!
ResponderEliminarSos muy amable Mónica!
EliminarPara mi todo el relato está lleno de simbolismos,... es como un homaje a las mujeres, ... la fecundidad con la producción de higos, la hermosura de la higuera, que por cierto es un árbol cuyo nombre es femenino, la defensa de su honor,... en fin la belleza del árbol. Como siempre, te felicito!
ResponderEliminarCiertamente Norte. Yo solo quise remedar, a modo de homenaje, la prosa rica y barroca del cubano. Y sin embargo, los símbolismos "nacieron" solos. Cosa que, por otra parte, me alegra. Un abrazo.
EliminarHola Néstor. Me gustó muchísimo la forma en que el texto trasmite el amor que Rosendo profesa a su higuera, sentí que narrado en tercera persona había una comunión mayor entre ellos, un acercamiento sentimental entre el personaje y la personificación de la planta como "doncella de Camagüey". Es un relato corto, casi una escena, pero que tiene algo poderoso en cuyo centro está el árbol magnífico. Y hay en su seno una atmósfera que remite a Lezama Lima, a esa fusión entre la poesía y la reflexión especulativa que llamó "sistema poético". Por eso este escrito, breve, tiene la fuerza inusitada de los textos importantes: uno disfruta de su excelencia y luego se sienta con paciencia a "reflexionarlo" en el cuarto solitario de su intelecto. Un trabajo magnífico, te felicito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ariel
Gracias Ariel. Estos últimos días he estado leyendo fragmentos de "Paradiso", su única novela. Yo sé que es caótica pero hay partes que son maravillosas. Me lancé a remedar su estilo (no sé si lo he logrado) y de paso pude alejarme por un rato de Buenos Aires y de la primera persona. Gracias por tu visión certera. Te mando un fuerte abrazo.
EliminarGracias por haber vuelto
ResponderEliminarHas traído aroma a Buenos Aires ....Mi blog feliz de volver a recibirte.
Me encantan tus letras
porque son
Vos. y tu estilo inconfundible
saludos
always