jueves, 11 de febrero de 2021

Avenida Joyce

He perdido un amor estoy cansado y hoy por la mañana ella me ha llamado como una mujer despechada y eso es lo último que yo me esperaba eso ha convertido al día en algo muy sórdido para mí Me ha arrojado una catarata de insultos por el móvil primero con mensajes  de texto y luego de manera verbal de una forma oral hiriente y vejatoria estaba preparado para perderla estaba preparado para su ausencia pero no estaba preparado para eso he recurrido a gente amiga y aún a mi propia hermana para que me ayude el último mensaje fue amenazante de violencia y el siguiente de suicidio Por eso le pedí a mi hermana que intentara sacarme del desastre le pedí perdón por involucrarla pero ella enseguida me contestó que se sentía responsable por habérmela presentado no siento dolor siento una especie de aturdimiento que no me deja evaluar las cosas quiero recuperar la vertical la vertical de mi vida la que tuve o la que supongo que tuve hasta apenas dos días atrás  mareado ensordecido atolondrado parezco cualquier cosa menos un hombre dolorido  Me lleva de costado el viento del sudeste el que llega desde el río flameo como un trapo ante las incertidumbres de mi alma estoy arponeado un barco ballenero me llevó contra la playa y los peñascos y sin embargo no grito ante el dolor ni me rebajo ante lo imposible ni ante lo que ya fue y ni ante lo que ya nunca podrá ser La ciudad mientras tanto me rodea bulliciosa y yo no sé si entregarme al bullicio o refugiarme dentro de mi propio pecho como un ave solitaria en una rama solitaria de un bosque solitario  anhelo paraísos pastillas miligramos y rechazo consejos y palabras y diarios y hasta la luz azul de la Internet me parece el pozo más profundo más oscuro y mas inhumano Ella no volverá ni yo tampoco iré hacia ella y el bien y el mal se han confabulado para estar el uno junto al otro eso no es normal en el Universo no puedo soportarlo claramente estoy en una trampa dialéctica que envuelve mis emociones y me provoca un dolor en el costado Me gustaría salir de esta trampa atravesar lo literario como una avenida escribir como Joyce y decirte sin que te des cuenta que yo también estoy atribulado que cambiaría mis noches de insomnio por un reencuentro porque el dolor de la separación me resulta insoportable como contemplar la herida del animal político y literario que soy y acercarme a tu lado y morderte como antes pero ya no puedo porque no puede ser porque debo aceptarlo y porque es mejor para mí según pienso yo y según piensan otras personas Iré a una zona aparte de Buenos Aire abriré una avenida y la llamaré “Joyce” y luego regresaré a mi casa volveré a mi barrio a sentarme en el sillón y a escuchar el reloj hacer tic tac tic tac tic tac tic tac.

©2021 


 

lunes, 1 de febrero de 2021

Don Juan


 

                Don Juan está bastante agotado y siente ganas de dormir. Por momentos lo agobia el casco. Ese morrión algo curvo que siempre solía vestir su cabeza, en  la expedición y en la batalla. El suyo era de ala ancha y lo cubría por delante y por detrás y siempre le gustaba mucho usarlo, pero aquel día tan ajetreado, sin embargo, sintió que  le empezaba a molestar.     

Siendo un caballero y un personaje notable,  tal vez  hubiera podido utilizar un yelmo de los que usaban los nobles, pero él siempre lo había descartado. Apartó también la coraza y la colocó detrás porque ya no necesitaba ni la armadura ni el arnés.

Don Juan miró a lo lejos para descansar la vista y pasó por su cara un pañuelo blanco. Le asombraba mucho el extenso horizonte del estuario. Aquella mezcla entre río y mar que nunca había visto en otro lugar del mundo. Sentía que el atardecer de invierno le otorgaba al paisaje una incierta melancolía y también se puso melancólico.

Recordaba aquel primer viaje a América a los quince años con mucha ternura. Su tío, un Adelantado, lo trajo en un agitado trayecto y ya no regresó nunca más. Poco quedaba en su memoria de los recuerdos de la niñez en Vizcaya. Esta nueva tierra tan salvaje y diferente le había rodeado la vida y ya nunca pudo escapar. 

De todos modos,  pasados los cincuenta años se sentía un hombre feliz. Su tío el Adelantado, había muerto y otro lo había reemplazado. De él recibió las órdenes de fundar una ciudad junto a aquel río extraordinario y hoy  había terminado de cumplirlas. La ciudad y el puerto habían sido fundados.

Y bien que cumplió los requisitos. Plantó el «árbol de justicia» o símbolo de la ciudad, y tal como se acostumbraba y era obligatorio, blandió la espada en las cuatro direcciones y dio un tajo a la tierra para señalar la posesión.  La ciudad se llamaría Santísima Trinidad y el puerto Santa María del Buen Ayre.

Lo dejó todo bien aclarado en el acta fundacional.

Llegaron junto a él desde Asunción unas doscientas personas y 63 iban a quedarse a vivir. Sabían que arriesgaban sus vidas permaciendo allí pero no les importaba.  Para ellos parceló las tierras y otorgó los terrenos para que edificaran sus casas.

Por eso estaba feliz, pero con mucho sueño y cansancio.

Un misterio existencial acompañó sus pensamientos nostálgicos. ¿Qué pasaría con aquella ciudad?, se preguntó. Y desde ya que no obtuvo respuesta alguna. Acaso creciera  y se volviera próspera y grande. Acaso fuera destruida pronto.

Eran todos interrogantes inútiles y con muy poco sentido. Don Juan era un hombre creyente y sabía que todas aquellas preguntas tan solo podrían ser respondidas por Dios.

El sueño después se acentuó, sus párpados comenzaron a pesarle en la mirada.  Entonces Don Juan entrecerró  los ojos y casi sin darse cuenta, comenzó a dormirse poco a poco.

 

   ©2021