Querida
Mónica.
Te
escribo esta carta treinta y cinco años después. Lo más probable es que jamás
la recibas. Aunque eso de lo más probable
dicen los científicos que es bastante dudoso. Mientras sea probable puede pasar.
Así suele decir esa gente tan estricta.
Acá
en la patria está terminando Octubre. Y el tiempo hace varios meses que se
volvió un poco loco. No sé cómo será allá en la América del Norte. Sabrás que
desde hace unos quince años que sigo tus pasos. Desde que existe Internet y
Google. Tu apellido tan especial y tan diferente me ayudó mucho. Sé que
estuviste bien al norte, cerca del Canada y que ahora andás más al sur, en
alguna ciudad de La Florida que prefiero no nombrar.
Acabo
de ver tu foto en Linkedin, pero no me hagas caso.
Me
conoces desde aquellos años tan jóvenes y alevosos. Sabes bien como soy y de la manera en que te
he amado. Así que te lo puedo decir tranquilamente, tus ojos son los ojos
celestes más hermosos de la historia del mundo.
Punto.
Hoy
estoy solo en mi casa. Imposible que comprendas lo que siento y lo que me pasa
esta noche. La soledad me rodea por los cuatro costados. Miro Hacia todos lados
y no encuentro una salida. Y tampoco me importa demasiado.
Te
juro que vengo de cruzar el desierto, igual que tus antepasados.
He
recuperado mi salud a un costo importante.
Tengo un mediano pasar y una familia fabulosa.
¿Te
recuerdas Mónica?
Aquella
vez en la Biblioteca Nacional de la calle México cuando fuimos juntos a charlar
con Borges. Llevabas un Sony a pilas y a carrete. No sé si conservas la cinta.
Es altamente improbable dirían los científicos famosos.
Pero
allí estuvimos tú y yo, a medio metro del más grande, del más grandioso.
¿Y
eso quien nos lo quita?
Además
te diré que tu pelo rubio, con rizos muy pequeños, tan rubio y tan luminoso,
enmarcaba el mar insondable del fulgor de tus ojos. Yo acostumbraba a decir que
eras mi Barbra Streisand personal aunque a ti no te gustaba mucho.
Nunca
me hubiera convertido al judaísmo. Eso bien lo sabes. He nacido y moriré
agnóstico. Pero seguro que te hubiera acompañado a las reuniones familiares.
Y
ahora, de repente, no sabes lo que te extraño.
Necesito
una musa y no tengo ninguna. Cada rato me paso mirando tu foto en Linkedin. Es
increíble lo bien que han salido tus legendarios ojos celestes en la foto.
En
fin, que no le tengo miedo a la soledad, Mónica. Pero el paso del tiempo y la vejez la verdad
es que me inquietan un poco.
Te
mando un beso grande rubia.
No
le hagas demasiado caso a este loco.
Que declaración de amor exquisita. Las Mónicas del mundo la celebran y los científicos tal vez acepten que el amor existe sin dudar.
ResponderEliminarGracias Liliana. Es sólo una carta que le he escrito a Mónica. Y claro, lleva una declaración de amor implícita. Me alegra que te haya gustado.
EliminarQuerido Néstor. Seguramente habrá muchos hombres que, como yo, envidiamos tu prosa. Cómo nos gustaría contar con ella para enamorar aún más la mujer que tenemos, para seducir a la que deseamos, o para deslumbrar a la que anhelamos y todavía no sabemos su nombre. Un abrazo.
ResponderEliminarAriel
Gracias Ariel. Anoche estaba solo y me pareció que era muy difícil que alguien entendiera lo que me pasaba. Mónica me entendió (es algo que supongo, claro) y yo le retribuí con el escrito.
EliminarGracias Néstor por dar esta caricia de romanticismo que algunas veces olvidamos ...nunca pierdas esas ganas de contar puramente esos sentimientos que se mueven en tu ser !!!un abrazo enorme !!!!
ResponderEliminarTe agradezco Gra. Cuántos años no? Cuánto tiempo que ha pasado y todavía llevamos bien arriba el estandarte. Hemos sido una generación fuertemente romántica (si vale el término)porque ahora se encuentra un poco devaluado. El tiempo no representa merma para nosotros. Te mando un cariño grande.
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