Partido
de Maipú, seis de la mañana. He detenido mi automóvil a la vera de la ruta y
estoy muy cansado. A mi derecha, el
viejo restaurante vasco Ama Gozua y mirando hacia adelante el infinito horizonte de la autovía.
He pasado allí buenos momentos pero ahora es demasiado temprano para
encontrarlo abierto. Hay una especie de rocío bastante leve que permanece
suspendido en el aire. El viento del espacio despejado trae un inconfundible
aroma a campo y ya han comenzado a cantar los pájaros que suelen cantar cuando
amanece.
La ruta se encuentra semivacía.
Al igual que mi vida sin ella.
Así que decido bajar y caminar por un rato.
Al salir del auto percibo el primer destello. Aún no ha llegado la primavera pero el sol, obstinado, intenta ponerse a relumbrar detrás de un gran monte
de eucaliptus. La mañana de Maipú me recibe de la única manera en la que se
puede recibir a un hombre urbano. Estoy abrumado por la naturaleza y siento que
un viento duro e inclemente me golpea de frente la cara.
Nunca me hubiera imaginado que llegaría el maldito
momento de no tenerla más.
Mientras tanto hay una enorme sugestión en el ambiente y el mismo viento pasa como una
corriente, como un suspiro y como un soplo.
En conjunto con ellos las resonancias del entorno
golpean las escasas ramas de los árboles y el soplo, directamente, es un soplo al
corazón.
Me bajo del automóvil y me largo a
caminar. Desando mis pasos en la
gramilla mientras escucho el ruido de las hojas secas debajo de la suela de mis
zapatos. Nada me interesa, en realidad, en esta mañana de Septiembre. Ni
siquiera sé bien la razón por la que detuve mi automóvil en este lugar.
Para mi ventura, siento que un par de
personas comienzan a abrir las cortinas del Ama Gozua. Al parecer ya no sólo
dan comida como antes sino que ahora también sirven desayuno. Cuando me voy a
acercando a la entrada una de las empleadas me recibe con una sonrisa. Me
siento feliz ya que podré beber café para despabilarme un poco.
Al costado del camino que se dirige a la
entrada encuentro una paloma herida.
Se localiza allí, semioculta al costado de una
especie de barra de metal oxidada. Tiene el ala derecha quebrada.
Sus ojos sin conciencia miran en derredor como buscando una respuesta a
lo que le pasa. Pero no la hay, por supuesto. Ni para la paloma ni para mí, que
soy un ser humano tan pasajero como ella.
Estoy acorralado por mi torpeza.
Nunca debí permitirle a mi amor que se marchara.
Y ahora la extraño como un desdichado que no tiene escapatoria. Si yo me
juzgara a mi mismo en este preciso instante terminaría condenado. En otros
tiempos he sido benigno conmigo y con mi conducta pero ahora no lo soy. He
arruinado mi vida y no sé como remediarlo.
El sol ya se eleva unos grados entre los
eucaliptus y yo termino mi café en el Ama Gozua.
Tal vez la llame, tal vez no.
Me hieren algunas cuestiones que no puedo
evitar.
Al salir vuelvo a encontrar a la paloma
herida. La miro y me vuelve a mirar, acurrucada entre el metal y el pasto.
Entonces me acerco y la tomo entre las manos. El ave no opone resistencia y yo
la llevo conmigo a mi automóvil; la apoyo en el asiento del acompañante y salgo
de allí sin rumbo fijo.
Hay una especie fascinación interior cuando uno no sabe adónde va. Cierto atavismo
inexplicable que nos reconforta dentro del dolor que llevamos en el alma.
Yo tengo otra paloma herida en mi vida y es
una mujer.
Y una vida personal, por otra parte, que ha comenzado
a carecer de sentido desde hace ya
bastante tiempo atrás.
Mientras tanto el sol comienza a enseñorearse
en el cielo de Maipú y sus rayos terminan por doblegar la barrera del monte de
eucaliptus.
Retomo la senda de la autovía pero no tengo
un destino cierto hacia donde viajar.
Pongo música en la radio.
Vaya a saber adónde iré a parar.
©2016
El hombre solo deambula con un vacío en su vida por la ausencia de una mujer que ha tenido y ya no tiene. Por eso ha perdido el interés, la extraña, está desdichado, se carga culpas y una torpeza lo acorrala. Siente que ha arruinado su vida, podría llamarla, pero tiene dudas, lleva una herida, no sabe qué rumbo va a tomar su vida, está como a la deriva, no sabe adónde va a ir, no nos dice quién va a decidir su camino. Con estas vértebras existenciales el autor le da la arquitectura al relato, y a lo largo de ese sendero cruza pequeños hilos para conformar el entramado, como el paisaje de Maipú, el viento, los árboles, la gramilla, el restaurante vasco, el desayuno, la paloma herida, el automóvil, la autovía, el camino. Excelente historia Néstor. Te mando un abrazo.
ResponderEliminarAriel
Gracias Ariel. Es un gusto que comentes mis textos. Dicen que toda literatura es autobiográfica. Y que allí anda el autor entreverado en sus letras. En este caso , la mañana somnolienta y el paisaje de la ruta en Maipú forma parte de algunos recuerdos de mi vida y de otros tiempos mas amables. El resto, hay que llenarlo con alguna metáfora, lo mas bella que uno pueda. Y con la historia que la enmarque. Te agradezco mucho el comentario. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarHacía demasiada falta leerte. Es pulcra tu narrativa, no se puede dejar de leer hasta el final. Te abrazo desde acá, porque escucho tu palabra escrita. Aquí como siempre. Marcela.
ResponderEliminarGracias Marcela. Siempre es un gusto tenerte cerca de mis letras.
EliminarMe gusta la narración...pero me deja un poco triste....! Alicia Balbi
ResponderEliminarGracias Ali por leerme. Es verdad, es una historia triste.
EliminarAh, mí amado amigo. Esa Paloma herida somos todos. Es la esencia tuya y la nuestra, y la de él y la de ella. Es un símil que parece simple, pero es tan complejo como los sentimientos, y tan profundo como la vida. Tu expresión literaria es todo un tratado de filosofía donde derrochas sabiduría y sentimiento. Me parece verte en un gran café argentino, mirando pasar la vida y atrapando sueños. ¡Qué belleza de texto! Un abrazo, amigo tan querido y tan respetado. Besitos. SOFIAMA.
ResponderEliminarGracias Sofía. Estoy muy honrado de tu comentario. Cuando uno se pone a escribir intenta llegar a lo profundo de los lectores. A veces se consigue, a veces no. Me pone muy feliz que hayas disfrutado de esta lectura. Te mando un cariño grande.
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