Cae la
tarde en el Parque Lezama.
Sentado en
un banco de madera sobre la barranca de Paseo Colón, miro hacia el cielo de
oriente y las sombras invaden la intemperie del río. Es un negro piadoso, un
azul oscuro que recorre las casi centenarias fachadas italianas del lado par de
la avenida.
Siempre he
sentido una fuerte nostalgia cuando estoy en el Bajo.
Lo mismo
me pasa del lado de Leandro Alem y la Recova. Es algo indeterminado, pero muy
profundo y que tal vez no sepa explicar bien. Existe un abismo debajo de la
barranca. Una especie de despeñadero fantasmal de los siglos que pasaron; algo
intangible que mezcla a don Pedro de Mendoza y a los inmigrantes que vinieron
después desde muy lejos. A mis espaldas, el templete grecorromano, el sendero
de copones y de jarrones de mármol y la estatua de Diana Fugitiva.
Por
momentos siento que el precipicio de mi vida se esconde tras la barranca.
Aquí en el
Parque Lezama, en un banco igual a este, Sábato imaginó a su Alejandra. Creo
recordar que en el libro, ella estaba sentada junto a la estatua de Ceres y el
banco no era de madera sino de cemento armado. La verdad es que no sé muy
bien dónde se encuentra la estatua de Ceres. El parque Lezama es tan
grande como mi desconsuelo.
En medio
del paisaje se acerca una muchacha, es joven, bella y algo pálida. Me pide que
me aleje hasta el extremo del banco con un cierto desparpajo. Carga con un par
de bolsos grandes. Enseguida noto que no es pálida sino que tiene un cosmético
claro en la cara. Deposita los dos bolsos en el banco, y yo quedo confinado en
el extremo. Luego comienza a maquillarse. Ella es increíblemente joven. Supongo
que debe tener algo más de veinte años.
-¿Cómo te
llamas? –le digo.
-
Alejandra –contesta.
Comienza a
sacar prendas negras de uno de los bolsos.
De manera
instantánea pienso en el personaje de Sábato, pero no se lo menciono. Me parece
tan joven que supongo que no sabe nada de los héroes y las tumbas.
-Este
banco es mío, –dice- no sé cómo te has atrevido a ocuparlo.
Ella
sonríe y yo también.
Toma
asiento entre los bolsos y para mi estupor se quita la pollera y comienza a
ponerse una especie de pantalón de cuero negro ajustado al cuerpo. Por
momentos la escena me parece irreal. La miro sin decir palabra y ella se pone
de pie y comienza a apretar la malla contra su piel. Estira la pierna derecha y
la apoya en el banco y, luego, hace lo mismo con la izquierda. Vuelve a
sentarse. Claramente no es un pantalón y sus dos largas piernas quedan
enfundadas en el cuero negro.
-¿Qué está
pasando? –digo.
-¿Te
sorprende? –contesta.
En
realidad, más que sorpresa es una cierta admiración lo que siento al mirarla.
No le respondo y dejo que siga. Se quita la blusa y el sostén; y ante mi
desconcierto, se pone algo como una marinera, también de cuero negro y
después un enorme cinturón oscuro con una hebilla grande y plateada.
Finalmente se calza botas con taco largo.
-¿Se puede
saber qué pasa? –insisto.
-Nada del
otro mundo –dice. Trabajo de estatua y suelo venir a este banco porque
casi nunca hay nadie aquí sentado y, además, cuando me cambio, me protegen de
las miradas indiscretas los árboles de la barranca. ¿He sido clara?
El cielo
ya estaba oscuro por completo en el Parque Lezama, pero las fuertes luces del
sendero parecía que lo ignoraban. Alejandra terminó de vestirse y empezó a
pasarle a la ropa un cierto polvo que la opacaba. Más tarde, intensificó
el maquillaje y al final se puso una especie de antifaz negro con
pequeñas lentejuelas alrededor de la cara.
Ella
también era una luz en el paisaje, y yo no podía quitarle la mirada.
-¿Y de qué
te disfrazaste? –pregunté.
-De
Gatúbela. ¿No se nota? Es mi mejor caracterización. Hoy es sábado y me quedaré
hasta muy tarde.
La frase
me hizo sentir en ese momento todo el poder de la edad que tenía. Años muy
largos pasaron desde la última vez que vi a Batman, y Gatúbela no
estaba en mi registro visual de tipo grande.
Cuando
Alejandra terminó de vestirse de estatua, quedó perfecta.
Ella me
dijo que era “gótica” y yo asentí con la cabeza, pero no tenía la menor idea de
qué me hablaba.
-Llegué a
este arte porque toda mi vida fui gótica –dijo. Siempre me ha
gustado usar ropa oscura y lucir prendas muy sensuales; ahora las uso
cuando trabajo en el parque.
Lo cierto
es que ella iluminó mi oscuro atardecer justo cuando más sombrío me encontraba.
Alejandra tomó los dos bolsos y pareció dispuesta a irse, entonces me ofrecí
a ayudarla. Juntos atravesamos los senderos de tierra, rodeamos el anfiteatro y
llegamos al Bar Británico, donde ella guardaba sus cosas. Allí le dieron
un pequeño pedestal negro al que se subía para su trabajo, y regresamos a la
zona del templete griego donde se hallaban las verdaderas estatuas. Luego
eligió el lugar en que se cruzaban cuatro senderos y donde transitaba más
gente. Mientras caminábamos, me dijo que tenía la ilusión, algún día, de
hacer la estatua de Diana y no supe qué contestarle.
-Bueno –
dijo- gracias por ayudarme. Enseguida voy a concentrarme y a relajarme para
hacer bien mi trabajo y ya no hablaré por muchas horas.
-¿Puedo
volver y ayudarte el sábado que viene? –dije.
Alejandra
me miró algo extrañada.
-¿Por qué
no? Me gustaría que vinieras.
Me dio un
beso en la mejilla y se subió a su pedestal. Me alejé caminando para el
lado de Paseo Colón, donde había dejado mi automóvil; después de algunos metros
giré para saludarla, pero ella no lo notó. Tenía los ojos cerrados, supongo que
para concentrarse; me alcé de hombros y caminé hacia el auto. Me tocaba
regresar y atravesar las calles y avenidas de esta loca ciudad mundana.
La noche
ya no era tan oscura en el Parque Lezama.
Sublime historia, amigo querido. La dibujas como un surrealismo extraño siendo, a la vez, tan real. De ahí que podríamos decir que estás creando un nuevo género literario tan peculiar como la figura retórica del oxímoron. Maravillosamente contada, con ese dejo de quietud y observación del hombre experimentado que hay detrás del GRAN escritor. Es un deleite para mi alma; sinceramente, así lo viví al leerte. Un abrazo eterno y sentido que te rompa los huesitos. SOFIAMA
ResponderEliminarGracias Sofy, corazón, por este hermoso comentario. Tu sabes que suelo ser un escritor realista, alejado del surrealismo. Sin embargo tienes razón. Hay algo surreal en esta historia. Hay algo "surreal-real" de allí tu atinado comentario acerca de un cierto oximorón, digamos, temático. Respecto de que haya sido un deleite para tu alma, nada me pone más feliz. Viniendo de una escritora y catedrática de tu nivel es un honor. En cuanto al abrazo que me rompa los huesos (y ya que de oximorón estamos), para mi será un doloroso deleite, no lo dudes.
ResponderEliminarEsta historia me ha parecido muy original. Y te juro que desde acá, desde tan lejos, he vuelto a caminar por el parque. Gracias Nes, siempre vuelo con la imaginación cuando te leo. Muchos besos. (acá en la sierra no para de llover.)
ResponderEliminarGracias Carli. ¿Y que te dice la imaginación? ¿Habré conocido de verdad a la "chica estatua"? Pero no pidas que yo te lo diga :) Otro beso para vos y espero que pare de llover allá en tus lares.
EliminarSiempre tuve en mi corazón el recuerdo del parque Lezama y leer este cuento me trajo muchos recuerdos. Me gusto muchoi y tiene como algo de magia el encuentro con esa chica estatua.
ResponderEliminarMe gusta lo de la "chica estatua". Es sorprendente lo que hace esa gente. Y la determinación que tienen de estar tantas horas quietos. Me alegra que te haya gustado el texto!
ResponderEliminarTe diré algo. Me gustó mucho lo de Gatubela. Pienso que eso es lo que nle da el toque surrealista a la historia. Acá desde lejos también me gustó volver a imaginarme el Parque Lezama de mi colegio secundario. Es un gusto tu blog.
ResponderEliminarGracias Daniel, sos muy amable. Un fuerte abrazo.
EliminarCorto pero contundente relato que para mi tiene más de realismo mágico que de surrealismo. Me encanta como siempre la capacidad de meter al lector dentro de la historia tan rápidamente. Genial
ResponderEliminarGracias Lili. Sos muy amable. En realidad la historia es real y de ese modo he querido contarla. Tal cual como suele ser mi estilo. Es que no tengo otra manera de expresarme. Me gusta de ese modo. Sucede que una "mujer estatua" y además disfrazada de "Gatúbela" irrumpiendo un anochecer en el parque seguramente puede ser algo mágico.Un beso. Me alegra mucho que te haya gustado.
ResponderEliminarMisteriosos personajes y lugares en la misteriosa Buenos Aires. Me gustó mucho.
ResponderEliminarEs cierto Eytán. Hay mucho de misterio en el Parque Lezama. Un abrazo.
EliminarGenial!!!!
ResponderEliminarQue bueno Diego. Un comentario breve, lacónico pero muy elogioso. :) :) :) Se agradece mucho.
ResponderEliminarGracias, Néstor, un relato muy agradable, a mi entender, muy bien escrito, tanto es así, que por momentos me parecía que fuera real. Me gustó mucho leerlo e imaginarme la escena en Parque Lezama
ResponderEliminarGracias a vos Guille, por leer y comentarme. Digamos que lo sucedido fue un poco mágico y otro poco real. Te mamdo un fuerte abrazo.
ResponderEliminarBrillante, Néstor, un relato que tiene todos los condimentos de tu prosa. De un suceso cotidiano, como la aparición de las estatuas vivas que solemos ver en diversos sitios de esta ciudad, sacás un texto admirable, situando la escena en parque Lezama, haciendo un guiño a Sabato, tejiendo una trama deslumbrante, como un mago que saca palomas de la galera.
ResponderEliminarTu forma de contar siempre atrapa, encandila, uno no puede dejar de leer hasta que no se encuentra con el punto final.
Un abrazo, Néstor.
Ariel
Que bueno Ariel. Me alegra que te haya gustado. Lo de las estatuas humanas surgió en medio del cuento. Yo lo había comenzado con la intención de poner en primer plano tanto el parque como la soledad del hombre que relata y luego irrumpió la muchacha- Es como en la vida. Nunca sabe uno lo que va a pasarle. Gracias por los elogios. Un abrazo.
ResponderEliminar