Sentado
en un bar de la calle Varela vi pasar por la puerta a un hombre muy extraño. Estaba
vestido de manera rústica y se abrigaba con un viejo sobretodo gris. Sus
zapatos se hallaban ajados por el paso del tiempo y el aspecto general que
tenía era el de un abandono deliberado de su propia persona. Parado debajo del
dintel de la entrada noté que miraba con cierta angustia en dirección a la
calle y también lo vi vacilar, aunque luego recuperó la compostura y entró al
local con paso firme. El hombre se sentó
en una mesa aledaña a la mía y pidió una copita de ginebra que luego bebió de
un solo trago. Yo aproveché su cercanía para mirarlo con detenimiento. Tenía el
pelo de un color intenso y colorado. Algo muy difícil de hallar en un hombre
grande porque el pelirrojo oscurece con los años. Observé las raíces del
cabello y no hallé ninguna señal que
delatara el uso de tinturas. El hombre también me miró durante un largo rato,
después se quitó el abrigo, pidió otra ginebra y la volvió a beber de un solo
trago.
Casi media hora transcurrió en
silencio, aunque noté que cada tanto me miraba de soslayo.
El cielo se puso oscuro y
entonces comenzó a llover. Aquella lluvia sorpresiva cargó la tarde de una
profunda melancolía, de esas que solo pueden suceder en Buenos Aires y yo, que
no tenía nada mejor que hacer, pedí otro café y decidí quedarme. Al rato el
hombre del pelo colorado se acercó a mi mesa y me pidió permiso para sentarse.
Obviamente
le dije que sí.
— ¿Conoce usted algo verdadero
del fenómeno OVNI? – dijo de improviso.
Aquella frase inicial me
desconcertó por completo y dudé algunos segundos en contestarle.
—Extraterrestres. –insistió—
Seres que vienen en naves desde el espacio exterior.
—Pues no. –le dije— tal como
usted lo plantea mi respuesta es no. No conozco nada verdadero de ese fenómeno
y más aún, tengo mis serias dudas de que en realidad existan.
El hombre sonrió y prendió un
cigarrillo. Tenía los dientes manchados de tabaco y un aire burlón en la
mirada. También se le notaba triste.
—Puedo contarle una historia
–dijo— si tiene ganas de escucharla.
La lluvia en esos momentos
arreciaba. Miré hacia la calle y la noté inundada; entonces le dije que sí, que
si tenía una historia que la contara.
—Me llamo Lisandro Arenas. Soy un hombre del Bajo Flores y acabo de
cumplir sesenta años. Mi vida ha transcurrido siempre en estos parajes, aunque
no nací aquí, sino en Boedo, en una pensión de la calle Castro Barros. Mis
padres me trajeron cuando era niño y luego nunca me fui del barrio. Soy, se
podría decir, de la última generación del tango. En la década del 50 llegué a
ver y a disfrutar todos los grandes. Después vino el rock pero era otra cosa.
Siempre odié el rock. Me disgustaba ver a esos monos saltando. Esto, que tal
vez le parezca banal tiene mucha importancia. No es la misma visión de la vida
que tienen los tipos del rock que la que tenemos los hombres del tango. Somos
gente seria, somos formales. No andamos inventando historias de marcianos.
El hombre se tomó un respiro y
luego prosiguió.
—De joven hice estudios técnicos
y abrí un pequeño taller metalúrgico con dos tornos y una fresadora. Siempre
viví de eso y todavía lo hago. Después me casé y tuve dos hijos varones. Mi
señora, pobre, murió muy jovencita y yo solo y sin ayuda crié a los dos
muchachos. Uno vive en Suecia, está instalado allá y no creo que regrese. Era montonero y tuvo que exiliarse. El otro es médico y está trabajando en La
Plata. Los dos tienen la vida asegurada.
En ese momento un relámpago iluminó
el rostro demacrado del hombre de pelo colorado. El violento sonido del trueno
tomó el bar casi por asalto. El piso y los vidrios temblaron. El hombre siguió:
—Usted se preguntará, tal vez,
la razón por la cual le estoy contando todo esto. Es muy sencillo. Tan solo
quiero que conozca lo simple y lo seria que ha sido mi vida. Una vida
arrinconada por la soledad y las obligaciones. Tal es así que, por mi propia
decisión, una vez viudo no he vuelto a formar pareja. Mis amigos me pedían que
me case pero yo nunca les hice caso.
El hombre detuvo luego la
narración y dirigió después la mirada hacia la calle. Un vidrio empañado se
interponía entre sus ojos y el paisaje pero a él parecía no importarle.
Mas tarde continuó:
—Tres meses atrás estaba
trabajando junto a la vieja máquina fresadora cuando noté que de la radio
salían ruidos extraños. Entonces me acerqué al artefacto pensando que había
sufrido un desperfecto. Estaba sintonizando en frecuencia modulada. Para ser
exactos en FM Tango. Tomé el receptor y revisé las conexiones pero no encontré
nada en mal estado. El ruido después cesó y comenzó un sonido fuerte, agudo e
invariable. Modifiqué la frecuencia pero el sonido se oía en todas partes.
Luego apagué la radio y regresé a la fresadora para seguir trabajando. A los
pocos minutos el sonido agudo se escuchó
otra vez pero con el aparato apagado. Eso me desconcertó. No entendía
bien lo que estaba pasando. Entonces escuché una voz. Era una voz metálica, de
una modulación pareja y sin matices. La voz dijo:
—Sr Lisandro, sr Lisandro… ¿Nos
escucha?
—Yo casi pegué un salto en el
aire y permanecí algunos instantes aturdido. Luego me aferré a los controles
del torno como si tuviera vértigo. Enseguida pensé en una broma de una barra de
amigos que tengo en otro bar de acá cerca y salí a la calle para tratar de
ubicarlos en alguna parte. Pensé que tal vez ellos tenían algún aparato moderno
japonés o algo por el estilo y que lo usaban para engañarme y burlarse de mí. Busqué
por todas partes pero no hallé nada que pudiera delatarlos. Entonces regresé
corriendo al taller. Estaba agitado, me sentía ridículo y hasta tenía un leve
temblor en el cuerpo. La voz metálica volvió a escucharse.
—Sr. Lisandro, conteste por
favor. Hable con confianza que le estamos escuchando.
— ¿Quien habla? –dije en tono
enérgico.
—Somos de un planeta alejado
–replicó la voz— cuyo nombre no puedo traducir porque su idioma carece del
concepto y del vocablo. Se encuentra en esta galaxia y es parte de una
constelación que ustedes llaman Orión.
—¿Cómo sé que no es una broma? –dije— Cómo sé si en este mismo momento no hay
alguien filmando y grabando mis palabras para luego burlarse en la televisión?
–Salga a la calle y mire hacia
el norte, me contestó la voz.
Yo salí y miré.
Atardecía.
El cielo estaba límpido y claro
y en el norte se notaba la presencia del lucero. Entonces una luz se le acercó,
y luego otra y todas bailaron en círculos alrededor de la luz central durante
un largo rato hasta desvanecerse por completo.
Azorado regresé al taller,
cabizbajo y caminando lentamente. Pensé por un momento que estaba perdiendo la
razón y me senté desconcertado al lado de la radio.
—Serénese. –dijo la voz— Solo
deseábamos saber si usted está preparado para el contacto. Pronto le llamaremos
otra vez, hasta pronto.
Estuve alrededor de una hora
sentado y cavilando sin cesar sobre lo que había pasado. Después me levanté, saqué
una botella de ginebra del armario y la puse en el congelador de la heladera.
Luego tomé una larga ducha de agua tibia y continué pensando. No hallaba razón
alguna que explicara los hechos. Especulaba con mi situación personal. Tal vez la soledad, la
larga soledad, era culpable de mis desvaríos. O tal vez no. Tal vez simplemente
estaba volviéndome loco. Esa noche no cené. Cuando la ginebra estuvo fría me
bebí poco a poco la botella hasta la mitad. Después me tiré en la cama para
dormir y olvidarme de todo.
Un
trueno sonó a lo lejos y la lluvia volvió a hacer muy copiosa. El hombre del
pelo colorado miraba hacia la calle como quien ya no espera nada de las cosas
de este mundo.
— ¿Y qué pasó después? –dije.
—Estuvieron casi un mes sin
comunicarse conmigo. Yo retomé mi vida, podría decirse “normal”. Aunque estaba
abrumado por la angustia y ninguna alternativa me gustaba. Si ellos reaparecían,
la renovada presencia de lo desconocido iba a resultarme insoportable. Y si no lo hacían iba a pensar que en
realidad estaba loco o sufriendo alguna clase de enfermedad alucinatoria. Una
tarde, sin embargo, volvieron a llamarme por la radio y –aunque usted no lo
crea— me puse contento con el llamado. Aunque les pedí, eso sí, una prueba
definitiva de su procedencia extraterrestre. Ellos me citaron a la medianoche
en la esquina sur del cementerio de Flores y dijeron que concurriera solo. Fui
caminando por la calle Varela, casi sin miedo a pesar del lugar y de la hora
porque yo siempre le he temido más a los vivos que a los muertos. Al llegar a
la zona de la avenida Castañares noté que una luz en forma de cigarro se
acercaba muy rápido en el cielo. La luz finalmente se detuvo en un lugar
perpendicular a mi cabeza. Yo miré hacia arriba pero fui incapaz de calcular la
altura a la que se encontraba. Entonces desde el cigarro surgió un rayo de luz
muy compacto, unos pocos centímetros de diámetro que fue a dar justo en mi
cabeza. Allí me dijeron todo. En un solo instante comprendí un mensaje que, si
lo hubieran transmitido con palabras hubiera durado varias horas. El cigarro se
elevó luego en el cielo y despareció. Luego regresé a casa caminando despacio y
me recosté en la cama con la ropa puesta. Tenía la intención de descansar un
rato y aclarar las ideas pero sin embargo dormí profundamente durante doce
horas. Desperté al día siguiente al mediodía con desconcierto y alegría. Había
aprendido cosas que no sólo no sabía sino que jamás pensé que existían. Un
tanto eufórico salté de la cama dispuesto a afeitarme pero tuve una visión
diferente que casi me paralizó frente al espejo. Tenía el pelo colorado, pero
colorado por completo. No era el habitual pelirrojo que luce alguna gente sino
bien colorado, tal cual usted lo está viendo ahora. El descubrimiento aplacó la
euforia y entonces me puse a pensar en el aspecto ridículo que iba a lucir al
salir a la calle, pero después, con más calma, acepté que era un precio menor
que debía pagar ante la extraordinaria situación por la que había pasado.
El hombre del pelo colorado hizo
entonces un alto en el relato y pidió que le sirvieran la tercera ginebra. Sus
ojos parecían cansados, pero eran, sin embargo, iguales a los miles de ojos
cansados que circulan por la ciudad a cualquier hora. Su mirada, en cambio, era
distinta. Oscilaba entre la desesperación y la amargura y ostentaba un enorme
desencanto.
Parecía
como si nadie pudiera sufrir más desencanto.
La
lluvia, mientras tanto, seguía cayendo con fuerza y la calle continuaba
anegada. El hombre me miró entre el humo de los cigarrillos de los parroquianos
y la bruma de la humedad condensada en el aire. El cielo se iluminó por un
relámpago.
—
¿Qué significa eso de que le dijeron
todo? —pregunté.
—Mire,
no sé si lo va a entender pero voy a tratar de explicarlo. Ellos hablan de una
relación. Hay una relación entre el seno del ángulo de inclinación del eje de
la tierra y la longitud de su recorrido alrededor del sol. Es una valor relativo pero que puede
expresarse perfectamente en nuestros números habituales, solo que esta gente
utiliza un factor que modifica la relación y que incluye conceptos de tiempo y
espacio ajenos a la posibilidad actual de la ciencia humana. Ahora bien, esa relación, modificada por el
factor que ellos conocen da por resultado que la Tierra se encuentra en una
situación de desequilibrio cósmico. Que va a terminar con ella y con todo el
sistema solar. Algo que ya ha sucedido
en otras partes del Universo donde se dieron condiciones similares.
La
luz del relámpago precedió por un instante el sonido atronador del cielo. La
cara de Lisandro Arenas se apagó y luego se encendió en el claroscuro que
desataron las fuerzas naturales. Yo
quise articular una nueva pregunta pero preferí que continuara hablando.
—Hay
que hacer modificaciones en los curso de seis ríos del planeta. Tengo la lista
que ellos me dieron. Lo tengo todo en la cabeza y lo tengo todo tan grabado que
no necesito ponerlo por escrito. Uno de los ríos tiene una represa que hay que
demoler. Tengo valores secuenciales y estadísticos, datos hídricos y
pluviométricos. Tengo todo el cálculo
necesario, la cantidad de mano de obra que hay que utilizar y la tecnología que
debe emplearse. Usted se preguntará ¿Y
cómo este hombre sabe eso? Pues bien, se lo diré. Creo que fue a través de la
luz que dejó mi pelo colorado. Me parece que de esa manera ellos hicieron
llegar una especie de programa de computación a mi cabeza. Por eso lo sé todo.
—Pero
dígame una cosa. –pregunté— ¿Por qué hay que modificar los ríos?
—Eso
no lo sé –contestó— Eso lo saben ellos. Tal vez sea una cuestión de energía. No
estoy seguro.
La
lluvia en esos momentos amainó y ya no caía con tanta fuerza como antes.
—¿Y
usted que hizo? –dije curioso.
—Vea,
–contestó— a partir de ese momento comenzó mi calvario. Primero hablé con mis
hijos por teléfono. Al que está en Suecia le pareció gracioso. En cambio el
médico, el que vive en La Plata, se enojó conmigo y me pidió que dejara de
llamarlo por tonterías. Después hablé con un amigo mío, un subcomisario, que
después de palmearme la espalda me derivó a un conocido suyo en la SIDE. Allí,
en Inteligencia, me derivaron hacía un agente que investigaba “cosas raras”
pero el tipo lo que menos tenía era inteligencia. Recurrí entonces a la
Presidencia de la Nación. Fui por mesa de entradas y llegué hasta una especie
de tercer secretario pero nadie me hizo caso.
También mandé una carta a la NASA pero sin conseguir ningún resultado.
Todos, en general, y aunque no me lo dicen, piensan que estoy mintiendo o que
estoy loco. Finalmente me pregunté el porqué y el para qué estaba haciendo yo
todo eso y no obtuve ninguna respuesta. Un hombre de sesenta años como yo –me
dije— ¿Cuánto tiempo más puede vivir? Y además ¿Qué problema debe hacerse si la
Tierra se encuentra en “desequilibrio cósmico”?
La
lluvia en ese momento recrudeció y el hombre de pelo colorado se quedó callado.
—
¿Porqué lo eligieron a usted? –dije.
—Buena
pregunta –contestó— Ellos me han dicho que no saben muy bien donde está el
poder en el planeta. Tal vez en presidentes, en dictadores en soberanos. O acaso en sociedades que se mueven en las
sombras. No están seguros de nada.
Incluso piensan que si se lo hubieran dicho al propio Papa, este tal vez lo hubiera
mantenido en secreto. Y aún en el caso de que lo hubiera hecho público, muchos
no le habrían creído. Decidieron entonces comunicárselo a un hombre común
porque parece que en otro lugar les dio resultado. Pero en el caso mío, por lo
visto, se equivocaron. En fin, tendré que vivir hasta el fin de mis días o
hasta el fin de los días del planeta, sabiendo algo que nadie está dispuesto a
creer a ciencia cierta.
Dicho
esto el hombre se levantó, corrió la silla hacia adelante y apoyándose en el
respaldo dijo:
—
¿Usted tampoco me cree, no es cierto?
—Qué
importancia tiene. —contesté.
—Es
verdad, —dijo— tiene muy poca.
Y
se fue lentamente por la puerta del bar tal como había llegado. Lo vi luego
perderse entre la humedad y la bruma y entonces su figura desapareció de mi
vista por completo.
Estuve
algunos minutos pensativo, mirando a través del ventanal aquel paisaje desolado
hasta que en un momento me di cuenta que
la lluvia había cesado. Entonces salí, puse mis manos en los bolsillos y
levanté las solapas del saco. Después
fui caminando despacio por Varela en dirección a la Avenida del Trabajo.
N.R.
1996
Guauu! que historia. Te diré algo Néstor. Me has transportado a esa tarde de lluvia en un bar de Buenos Aires. Una historia extraña pero que también la sentí real.Me gustó mucho. ANDREA.
ResponderEliminarEl texto es de hace mas de veinte años. En aquel tiempo yo paraba en ese bar.Y quise ser lo mas fiel posible a su ambiente. Gracias Andrea por tu visita.Un abrazo.
EliminarUna cuento para mi muy sorprendente. Muy diferente a tu estilo general. Me sorprendió pero también me pareció auténtico y hasta posible que pase, como casi todo lo que te leo.
ResponderEliminarGracias Carlita por ser tan consecuente con tus visitas. Beso grande.
EliminarLo leí con interés del principio al final.
ResponderEliminarEs de mucha alegría para mí que cada tanto te des una vuelta por el blog, Gra. Me alegra que te haya interesado. ;)
Eliminar“Ellos me han dicho que no saben muy bien dónde está el poder en el planeta. Tal vez en presidentes, en dictadores, en soberanos. O acaso en sociedades que se mueven en las sombras”. Creo que ahí radica el mensaje de tu extraordinario y bien narrado texto. Nadie cree nada hasta que no lo vive porque NINGUNO sabe quién lo maneja detrás del poder.
ResponderEliminarUna historia muy notable, amigo. No estamos solos, aunque nos creamos únicos en el universo. Tu texto tiene ese toque de misterio y ficción mezclado con frases que nos mueven a pensar sobre quiénes somos y con quiénes convivimos, a pesar de nuestra indiferencia por lo que no entendemos o no vivenciemos directamente. El hecho de que no experimentemos ciertos eventos extraordinarios, no quiere decir que no existan.
Como siempre, tienes la virtud de escribir, plasmando descripciones que nos hacen visualizar todo lo narrado; de ahí, que nos creamos el cuento, aunque sea ficción.
Un abrazo eterno, mi tan amado amigo. SOFIAMA.
Gracias Sofy, corazón. me pone muy feliz recibir este tipo de comentarios. Es que es verdad, el núcleo del relato se basa en el misterio. En lo incognoscible. En la desconocida razón por la que se le encomienda esa misión a un hombre común. Como bien has remarcado, el poder es inasible, hasta que uno lo experimenta. Y nunca sabemos del todo quien se encuentra detrás. Gracias mi corazón. Beso grande.
ResponderEliminarPor más que haya pasado mucho tiempo desde que escribiste este cuento se aprecia en él tu forma de narrar: inalterable. Es muy interesante notar esa permanencia. Y, en este caso, advertir el interés por el poder que emana de todo el relato. Me gustó mucho el modo en que lo hiciste, centrado en ese monólogo largo, extenso, apenas salpicado por preguntas que le hace el narrador al hombre del pelo colorado. Todo rodeado siempre en una atmósfera de misterio, enmarcada en una tormenta que agiganta el encanto de la historia. Brillante Néstor. Un abrazo.
ResponderEliminarAriel
Gracias pibe. Y es cierto, releyendo este cuento de hace 21 años se nota que he logrado mantener mi voz. Y eso me pone, digamos, orgulloso. Te mando un fuerte abrazo.
EliminarNéstor, tus relatos siempre generan algún tipo de sorpresa. En este caso un tema, que podría tener algo de real, un cuento que, vos decís, fue escrito hace 20 años, pero que se mantiene tan actual. Por qué los extraterrestres confían este asunto a una persona cualquiera?, porque saben que si lo hacen con quienes detentan el poder sobre este mundo, sólo serviría para generar grandes negocios, se ve que nos conocen.
ResponderEliminarGracias Guille. Te diré algo. Algunos amigos que aquí han comentado le han encontrado ese nucleo a la historia. Yo, en aquel momento, cuando lo escribí, recuerdo que buscaba algo que combinara la porteñidad (el bar) con lo fantástico. No más que eso. Pero se ve que me he abierto a otros caminos a medida que lo escribía. Lo que en verdad me complace. Un abrazo.
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