No sé lo que pensarás mamá.
Diez años ya que te fuiste.
Y aquí me tienes, en el
Talampaya. Hace un terrible calor entre las piedras del desierto. Me vine a un
lugar de montañas y desfiladeros a una edad impensada. Ando con mi ropa marrón
de senderismo agotando los panoramas rocosos de Villa Unión. Hace menos de un mes que saqué los boletos
del avión y ahora estoy acá. Recuerdo
haberle preguntado al operador de turismo. “¿Y dónde queda Villa la Unión”? “Villa Unión”, me respondió
secamente. Así es la gente. Tiene su
pequeño orgullo lugareño y bien que se lo merece. Pensaba quedarme un día y una
noche y al final pasé aquí dos largas semanas. Algo me enamoró de Villa Unión y
no sé bien lo qué fue. Lo mismo me pasaba de jovencito ¿Te recuerdas? Me
enamoraba de alguna quinceañera como un tonto y tú me decías: “Cambia tu forma
de ser porque si no vas a sufrir mucho en la vida”. Y en cierto modo tenías
razón. De grande cambié un poco, es
verdad. En especial después de mi divorcio, pero luego volví a las andadas. A
veces pienso que debí de haber nacido un par de siglos atrás. Valoro más lo
diferente que lo ordinario. Siento nostalgia de supuestos paraísos que he
perdido y que acaso nunca tuve. Hace poco, en Buenos Aires, estuve varios días
leyendo solamente Mémoires d'outre-tombe, de Chateaubriand. Pienso que es muy probable que nunca pueda
escribir así.
No sé lo que pensarás mamá.
He
pasado aquí maravillosos días.
En
especial porque he desafiado al medio ambiente. Aunque no desde una posición de
soberbia. De ningún modo, te lo juro. Nunca he procedido de esa forma en la
vida. Tan solo me atrapaba el paisaje. Ese loco sudor del calor y las gotas que
surcaban mi frente al amparo del sombrero, de los anteojos oscuros y del
protector solar. Una tarde fui caminando solo hasta unos muros de pircas negras
y luego regresé con mi último aliento hasta el centro de la pequeña ciudad. Y
allí, sentado en el cordón, bebiendo un refresco de naranja me sentí mucho más
joven de lo que en verdad soy. A veces
me internaba en los cerros, siguiendo la huella de arena y escalaba,
módicamente las laderas y luego me extraviaba y tenía que descender guiándome por la antena de TV del
pueblo. Otras veces iba mucho más lejos. Andábamos con un matrimonio alemán y
dos turistas francesas en camioneta, con un guía, atravesando increíbles
cañones, caminando asombrados por sobre senderos de piedra y agua clara.
Acaso
te asombre un poco que te cuente esto.
Sucede
que me cansé del mediano lujo del hotel donde paraba y me fui a pernoctar a un
hostel, junto con las turistas francesas y otros pasajeros aventureros y más alocados
que yo. Me asignaron una habitación sencilla, con las paredes pintadas de un
color marrón oscuro, con un pequeño y ridículo televisor en la pared y con un
piano vertical sobre el extremo contrario a la cama. Y a veces, en las tardes
febriles del agotamiento del día, cuando ya por las noches se acallaban los
rumores de la gente y los turistas; yo sentía, vencido por el cansancio, que alguien tocaba el piano mientras dormía. Incluso
una noche desperté, a eso de las dos de la mañana porque claramente eras tú,
ensayando las sencillas notas de Para
Elisa. Y me levanté y fui hasta el instrumento y levanté la tapa pero no,
no eras tú, era sólo mi imaginación aturdida y extenuada.
Así
que ya sabes.
De algún modo has estado
conmigo en Villa Unión.
Seguro que no es gran cosa
para ti, que surcas la eternidad, pero a mí, que ahora estoy grande, me ha
venido muy bien escucharte tocar el piano por las noches mientras pasaba mis
vacaciones al calor de la montaña.
En fin, que ahora me encuentro
en la gran ciudad, bajo el rigor del invierno y al amparo sutil de la
distancia. Por eso decidí, con algo de inocencia, ponerme a esbozar estas líneas dedicadas a Villa Unión y a tu memoria.
Tal vez nunca pueda escribir
como Chateaubriand, aunque pasen muchos años.
Es muy probable.
Pero no dudes que voy a
intentarlo.
©2017
Una maravilla Nes. El recuerdo de tu mamá metido en el medio de la historia de un viaje. Me gustó mucho. Un beso.
ResponderEliminarGracias Carlita. Me alegra mucho que te haya gustado el relato!
EliminarNestor Ravazza
EliminarEstaba el diablo mal parado en la esquina de mi barrio. Ah� donde dobla el viento y se cruzan los atajos. Al lado de �l estaba la muerte, con una botella en la mano, me miraban de reojo y se re�an por lo bajo.
Mis letras van perfectas con tu mente a contramano de una esquina con un ángel que volaba bajo. Sin alas en su cuerpo respiraba mientras la tarde caia, llorando la distancia...
Muy emocionante! Lo que daría por ver sus dedos deslizarse por las teclas y escuchar ese sonido....mamá está con nosotros siempre.
ResponderEliminarEs verdad. Hay quienes jamás nos dejan. Siempre he pensado que hay magia en los dedos del pianista. Gracias Liliana. Un beso.
EliminarMaravilloso texto!!!!
EliminarTus letras me embriagan de dulce de leche,de melodías lejanas...
Tu forma de escribir tan porteña que me tomaría el Bus para llegar temprano...
Gracias mujer lejana. Yo te iría a buscar en el 60 para llevarte a pasear por el centro y tomar un helado. Un beso.
EliminarVolverse a enamorar...
Eliminarvolver a salpicar
el alma de deseo
volver a renacer
recomenzando con un hombre nuevo
Este tipo de cuento, bien encuadrado en tu estilo, es de los que me gusta más cuando te leo. Esa mezcla de la realidad cotidiana, en este caso un viaje, con los sentimientos de nostalgia se te da de manera perfecta. Un abrazo Néstor.
ResponderEliminarEstoy muy agradecido por tu comentario, querida Graciela. Gracias por ser tan consecuente con las cosas que publico. Te mando un fuerte abrazo.
EliminarEstoy estremecida y conmovida. Ten certeza de que sí era tu mamá; y es así como dice Liliana: siempre estará con ustedes. Tu prosa? Ah... Néstor, tu prosa rebalsa con arte los patrones establecidos y los que vendrán en el futuro. Eres excepcional. Gracias por tanta belleza. Te quiero mucho y te abrazo.
ResponderEliminarGracias "Anónimo" por el gentil comentario. No sé si merezco esos elogios. Yo también te quiero mucho.
ResponderEliminarJajaja. Olvidé decirte que era Yo, "Anónimo". Bechines de terciopelo. SOFIAMA
ResponderEliminarGracias Sofy. ¡Que suaves que deben ser esos besos! Pasa una bella semana quieres que pronto llega la Navidad.
ResponderEliminarBuen relato Néstor. Me gustó el formar el recuerdo con un viaje y como está escrita la escena en la habitación escuchando el piano. Siempre con un toque de nostalgia y romanticismo
ResponderEliminarGracias Guille ¡Qué bueno que te haya gustado!
ResponderEliminarSi hay algo que me gusta en tus escritos Néstor es la emoción. Generalmente te ocultas detrás de un cierto escepticismo, describes situaciones que no alcanzan el cinismo pero que le andan cerca y sin embargo cuando te leo siempre encuentro un lugar para la emoción.
ResponderEliminarMuchas gracias Adrián. Que alegría verte pasar por el blog. Tu sabes que (por lo menos en mi caso) cuando uno se pone a escribir trata de adquirir algún "tono" de voz propia en lo que escribe. Y creo que es verdad lo que señalas, la emoción ocupa un lugar de prioridad en mis propósitos literarios aunque no sé si siempre lo consigo. Te mando un fuerte abrazo.
EliminarMe llevaste al origen de todas las cosas, a los recuerdos de mi niñez en la cual la estrella que brillaba, tal vez la única, era mi madre. Y yo leía tus reflexiones y los sentimientos que te acompañaban relatados con tanta delicadeza que no pude menos que conmoverme como si de los míos se tratara.
ResponderEliminarMi madre no tocaba el piano, pero es un detalle solamente. Te mando un abrazo.
Ariel
Gracias Ariel. Para mi siempre es un placer verte comentando en el blog. Somos parte de una generación y de un país que siente veneración por la madre. Hemos disfrutado de ella de muy niños; su amor, su protección, sus reconveciones y su dedicación nos acompañaron luego para toda la vida. Con los años y el tango se convirtió en "la vieja". LO máximo, lo más. Y así pasó nuestra vida con ella, brillando como una estrella, como sabiamente señalas en el comentario. Acaso los cambios de época y el psicologismo pongan hoy en duda estas cosas que digo. Pero bueno, es imposible cambiar los verdaderos sentimientos. Te reitero mi agradecimiento al verte por acá. Un fuerte abrazo.
EliminarEmocionante Nestor, esas mamás imprescindibles, ese amor incondicional y generoso siempre. Mamá qué bonita palabra y todo los recuerdos que despierta en nuestra memoria y el agradecimiento siempre a nuestras queridas mamás.
ResponderEliminarBesos
Gracias Conxita. Todavía siento que fue cierto haber escuchado "Para Elisa" aquella noche en el hostel de Villa Unión del Talampaya. Un beso.
ResponderEliminarNi te imaginas Nestor como comprendo ese reencuentro emocional con los seres queridos durante la soledad de un viaje. A Norte le ocurren con mucha frecuencia,... pero desgraciadamente no las sabe expresar tan bien como tú.
ResponderEliminarCiertamente Norte. La profunda convicción de emprender un viaje no solo incluye conocer gente distinta o contemplar grandes paisajes. Hay algo interior que conmueve a veces al viajero y tu lo plasmas en bellísimas imágenes. Es para mí una gran alegría verte por el blog. Te mando un fuerte abrazo.
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