Así
suelen ser las cosas.
Hace
pocas semanas he cumplido 34 años. Soy ya una mujer bastante grande pero de
ningún modo una anciana. He nacido en Florencia, eso casi todos lo saben. Y aún
no he podido tener hijos. Mis padres tienen una finca en las afueras, en la
zona de Campi Bisenzio, bastante lejos del Arno y del Ponte Vecchio. Allí disponen de una casa de nueve
habitaciones, un monte de olivares y una
pequeña plantación de nueces que se ha ido agotando a lo largo de los años.
Las
dificultades de dinero son muy grandes para ellos y hace mucho tiempo que han
dejado de ser ricos.
Unos
años atrás me ofrecieron en dote a un comerciante del lugar y terminé por casarme con él en la Iglesia de
Santa Genoveva de Trieste.
Es
un hombre que suele comerciar con extrañas regiones alejadas de Florencia, como
Anatolia, Beirut o Alejandría y que está muy ocupado en sus negocios de compra
de telas y pieles que luego vende por toda Europa.
La
cuestión es que jamás me tocó.
Nunca
tuvimos relaciones.
Yo he sido una especie de figura que decora su
actividad social y que da realce a sus reuniones y negocios pero nada más que
eso. A veces pasa meses enteros en Venecia y cada tanto (si las guerras lo
permiten) viaja con sus mercancías a Turín y a la ciudad de Génova.
Hace
poco decidió encargar dos retratos.
Uno
para él, con el fondo de una galera veneciana y otro para mí en la sala de
estar o en la recámara. Para eso contrató a un pintor del lugar que tiene su
estudio a orillas del Arno y me pidió que colaborara en todo lo que fuera necesario.
Entonces
comencé a concurrir a su taller, junto a mi dama de compañía, todas las
mañanas.
El
hombre me sentaba cerca de la ventana, en una silla bastante dura y se dedicaba
a observarme casi con obsesión. En especial me miraba los labios y los ojos y a
veces estaba más de una hora simplemente mirando mi rostro.
Aquellas
actitudes me desconcertaban un poco y
eran demasiado extrañas para mí.
Con
el tiempo llegamos a entendernos de una manera casi íntima. El apoyaba su
pulgar en mi mentón y luego dirigía mi rostro hacia el ángulo de luz que
deseaba. Por momentos hasta pensé que estaba enamorado de mí pero pronto me di
cuenta que era una opinión equivocada
Lo
obsesionaban los reflejos de la luz y a veces hacía afirmaciones que no comprendía
del todo.
Estaba
todo el día posando para él.
Se
fijaba mucho en mis ojos, pero también anhelaba (según decía) poder
lograr un cierto efecto luminoso para
que mi sonrisa desapareciera al
ser mirada de manera directa por cualquier observador.
–Sólo trato que lleguen a verla –me
dijo un día - cuando la vista de la gente se fije en otras partes del retrato.
Y yo por momentos pensé que estaba
un poco loco.
A veces, por las mañanas, solía
beber junto a él un té negro de Ceilán que le gustaba mucho. Era un hombre
zurdo, sumamente austero, que solo comía vegetales y que utilizaba su mano
izquierda al pintar de una manera inigualable.
Pronto le confesé de mi matrimonio
no consumado y el comenzó a llamarme (con dulce ironía) “Madonna”
Al año de estar posando me dijo que
ya no era necesaria mi presencia en su estudio y entonces dejé de concurrir a
visitarlo.
Hoy me acabo de enterar que ha
muerto.
Gente allegada me ha informado que
hace tiempo que ha terminado su trabajo pero que por razones que desconozco
jamás se lo entregó a mi esposo.
Hoy simplemente recuerdo esos
tiempos en que posaba para él.
Los tiempos en que me recibía en su
taller, con esa especie de aura de luz
que lo rodeaba, mientras sonreía y pintaba mi retrato junto a la ventana.
Los tiempos en que me esperaba en la
entrada diciendo
– ¿Cómo está Madonna Lisa?
Y luego me invitaba a una taza de té
negro de Ceilán por la mañana.
©Safe Creative2015
Sabes, seguro que esa aura de luz provenía de su MUSA hechizante y hechizada. Fluida y bien coordinada narrativa. La historia es, por demás, hermosa. Admiro la riqueza de tu vocabulario tan selectivo y, a la vez, tan accesible por lo bien que lo empleas en tu discurso escrito. Un abrazo full, mi amigo tan amado. SOFIAMA
ResponderEliminarGracias Sofy. Ciertamente singular la historia de aquella mujer, a solas tanto tiempo, posando para el genio. Me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarGenial, Néstor, un relato magnífico. Un argumento ingenioso tratado con suma delicadeza. Uno se ve tentado, cuando aparece ese pintor, a evocar el famoso retrato, pero solo se tienta, hay que esperar hasta que aparece la pregunta final para confirmar la sospecha. Una verdadera joyita.
ResponderEliminarFelicitaciones y un abrazo!!
Ariel
Gracias Ariel. Quise hacer una especie de ejercicio literario acerca de aquella historia artística, casi una leyenda e imaginarme, un poco, a Lisa Gherardini, esposa del Giocondo en el estudio del maestro extraordinario.
ResponderEliminarmaravilloso como escribes
ResponderEliminarTe agradezco RECOMENZAR. Eres muy amable. Un abrazo.
ResponderEliminarMuy bueno Néstor. Un relato distinto a lo que nos tenés habituados. Coincido con Ariel en que uno va "adivinando" la historia a medida que avanza en el relato por sus semejanzas con la realidad, pero lo confirma al final
ResponderEliminarEse fue el propósito Guille. me alegra haberlo alcanzado. Abrazo.
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