¡Oh alma mía, no
aspires a la vida inmortal,
Pero agota toda la
extensión de lo posible.
Y
vaya si en aquellos tiempos nos guiábamos por Píndaro respecto de lo posible.
Lo imposible no lo hicimos
pero les juro que anduvimos bastante cerca.
Hellfrut Pantera me conseguía
la cocaína. Yo lo llamaba Hellfrut por
una caprichosa asociación de nombres que se me daba por hacer. Hell por infierno y frut por fruta. Llamábamos de ese modo a la merca, a la frula y por
transposición a la fruta. Qué sé yo todos los nombres que le dábamos a la droga;
ya casi no los recuerdo. Además,
panterita era tan rubio como un alemán y ese Hell, podría perfectamente ser el Heil del saludo de Hitler.
No
estuvimos demasiado tiempo juntos pero los dos sentimos en el interior del alma
la verdadera amistad. Ese sentimiento indescriptible y que se vive pocas veces en
la vida. Generalmente la amistad se refiere a convenciones sociales, a cierta camaradería o compañía y también al respeto
entre dos personas.
Entre Hellfrut y yo, en cambio,
había sentimiento.
Y los años no hicieron otra
cosa que confirmarlo.
Pero volvamos a Píndaro que es lo que ahora me interesa.
En el techo de la heladera del
trabajo, todas las mañanas, dejábamos hechas unas diez o quince líneas blancas
y un tubo de lapicera para aspirarla. El que deseaba aspirar lo hacía y el que
no lo deseaba no. Así de simples resultaban las cosas.
Solo que la sencilla
aspiración te confortaba mucho.
Estábamos alegres, superiores y diáfanos. Quien no lo ha probado no lo
sabe. Quien no lo ha probado no conoce lo que es disfrutar de la más grande
alegría en el momento más común y corriente.
A veces resultaba fabuloso.
En cualquier instante uno aspiraba
el polvo blanco y el mundo dejaba de ser el mundo y se convertía en una especie
de universo personal donde todas las cosas se hallaban donde tenían que estar.
Hoy los años han pasado y los
recuerdos me traen cosas bellas.
Aunque también hay algo muy
duro que quiero decir. No hay que tomar cocaína cuando se es demasiado pobre. No
combinan esas dos cosas. Es imposible que te sientas supermán en la
miseria. De repente escuchas la guitarra de Clapton como jamás la
escuchaste. Y hay un tono de Freddy que nunca percibiste tan alto. Y la
sociedad que te rodea. Y ese anillo que quieres comprarle a tu amor porque
tienes el dinero suficiente. Y la
suavidad del terciopelo en la habitación del hotel. Y el sexo alucinado que compartiste.
Y ella que tornaba a la ducha cuando ya no te quedaban fuerzas para nada.
Quien no lo vivió no conoce lo
que pasa.
Por eso me parece que de estas
cosas no deben opinar los que no saben.
Yo era joven, corrían los años
de la década del noventa y en algún momento comprendí que todo se había terminado.
No daba más. Mi salud se derrumbaba por los excesos. Fui manejando mi automóvil
casi dos mil kilómetros y huí hacia el Brasil, donde los dealers no podían
encontrarme. Y allí estuve en las
cálidas aguas purificando el cuerpo y apaciguando el alma durante algunos meses.
Hoy ya las cosas finalmente han
pasado. En especial aquellos días tan seductores donde se aspiraba el polvo blanco y todos imaginábamos que el
mundo se encargaba a pedido.
Ahora soy un tipo grande,
camino despacio y a veces bebo algunas copas en el bar donde antes nos
encontrábamos con Hellfrut Pantera.
A panterita lo internaron
mientras estuve en Brasil y cuando regresé me enteré que la familia lo había
convertido en integrante de una congregación evangélica cristiana. Allí le
dijeron que su comportamiento era culpa del diablo y él se lo creyó.
Por esas cosas de la vida
estuvimos muchos años sin vernos pero cuando nos reencontramos a los dos se nos
cayó una lágrima en medio del fuerte abrazo.
Esta ha sido, un poco
resumida, la historia del año de la cocaína; hoy tan solo la veo como un viejo
amor al que ya no quiero ni extraño. Es que todo pasa finalmente en la vida con
el mero transcurrir del tiempo. Es una exhalación y es el breve destello de un
beso.
Apenas nos quedan algunos
recuerdos lejanos.
Nada más que eso.
©2017