La
luna; la enigmática luna, cae ahora perpendicular sobre el Río de la Plata.
Su
reflejo dibuja contornos imposibles en el agua del estuario.
Oh
luna que brillas sobre el cielo oscuro y que tantos miles de millones de ojos
te han mirado. Aquí me tienes, en la soledad de mi departamento, sentado en el
sillón que prefiero, junto al ventanal y algo asombrado. Cierro el libro de
Byron, corro las cortinas y me acerco a tu lado.
Quiero
verte a lo lejos en el cielo, quiero sentirme devastado.
Ya
sabes luna que me gustan los poemas pero no las traducciones. A veces he
intentado leerlos en inglés pero siempre he fracasado.
Y
aquí estoy solo y recordando a Paula.
Pongo
algo de música, algún sonido italiano que me la recuerde, y me sirvo una copa
antes de que un agujero negro se lleve mi vida o antes de que estalle el
universo en mil pedazos. Los científicos son claros en estos casos. Saben que
en cualquier momento puede pasar cualquier cosa y nadie puede negarlo.
Todo
está determinado.
A
lo lejos escucho el carrillón de la iglesia de La Merced. La medianoche se
instala en la ciudad y yo me pongo a pensar –arbitrariamente– en las
motivaciones humanas, en la muerte y en lo frágil de nuestras relaciones
personales.
Y
allí está Paula en pleno verano, saliendo de las aguas del océano Atlántico.
Con su blanco traje de baño de dos piezas, envuelta en las olas, sonriente,
maravillosa, extraordinaria.
Luego
busco sus fotos pero me cuesta mucho encontrarlas.
Siento
que algo arrasó con mis recuerdos. Algo que está insertado en el tiempo y que
no conoce nadie. Y entonces salgo al balcón y vuelvo a entrar a la casa porque
un molesto y fuerte viento recorre las esquinas y las calles.
Exactamente
a las 4:38 horas el sol se detendrá.
Aunque
aquí no lo veamos porque es de noche igual se detendrá. Y entonces llegará el
solsticio de verano y un nuevo ciclo habrá de comenzar en éste ínfimo planeta
que vaga sin sentido por el espacio.
Nada
de eso me importa demasiado. Solo pienso en Paula.
Ella
y yo bailando Fra Noi. Su
mejilla pegada a la mía, la playa, los médanos y la bienaventuranza. No
sé bien cómo evaluar las cosas pero Paula era tan tersa, su pelo tan negro y su
sonrisa tan perfecta que no hago otra cosa que añorarla.
Luego
del solsticio de verano cambiará todo. Habrá un punto de inflexión.
La
curva de la luz, que iba en un sentido se modificará hacia el otro mientras yo
seguiré viviendo con mi soledad a cuestas sin que al parecer estas cosas
le importen demasiado a nadie.
Volveré
con la copa, a sentarme en mi sillón y a leer el libro de Byron.
Mañana
será otro día en la ciudad de Buenos Aires.
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