domingo, 10 de diciembre de 2017

Un piano en el desierto



                No sé lo que pensarás mamá.
                Diez años ya que te fuiste.
                Y aquí me tienes, en el Talampaya. Hace un terrible calor entre las piedras del desierto. Me vine a un lugar de montañas y desfiladeros a una edad impensada. Ando con mi ropa marrón de senderismo agotando los panoramas rocosos de Villa Unión.  Hace menos de un mes que saqué los boletos del avión  y ahora estoy acá. Recuerdo haberle preguntado al operador de turismo. “¿Y dónde queda Villa la Unión”? “Villa Unión”, me respondió secamente.  Así es la gente. Tiene su pequeño orgullo lugareño y bien que se lo merece. Pensaba quedarme un día y una noche y al final pasé aquí dos largas semanas. Algo me enamoró de Villa Unión y no sé bien lo qué fue. Lo mismo me pasaba de jovencito ¿Te recuerdas? Me enamoraba de alguna quinceañera como un tonto y tú me decías: “Cambia tu forma de ser porque si no vas a sufrir mucho en la vida”. Y en cierto modo tenías razón.  De grande cambié un poco, es verdad. En especial después de mi divorcio, pero luego volví a las andadas. A veces pienso que debí de haber nacido un par de siglos atrás. Valoro más lo diferente que lo ordinario. Siento nostalgia de supuestos paraísos que he perdido y que acaso nunca tuve. Hace poco, en Buenos Aires, estuve varios días leyendo solamente Mémoires d'outre-tombe, de Chateaubriand. Pienso que es muy probable que nunca pueda escribir así.
                No sé lo que pensarás mamá.
                He pasado aquí maravillosos días.
                En especial porque he desafiado al medio ambiente. Aunque no desde una posición de soberbia. De ningún modo, te lo juro. Nunca he procedido de esa forma en la vida. Tan solo me atrapaba el paisaje. Ese loco sudor del calor y las gotas que surcaban mi frente al amparo del sombrero, de los anteojos oscuros y del protector solar. Una tarde fui caminando solo hasta unos muros de pircas negras y luego regresé con mi último aliento hasta el centro de la pequeña ciudad. Y allí, sentado en el cordón, bebiendo un refresco de naranja me sentí mucho más joven de lo que en verdad soy.  A veces me internaba en los cerros, siguiendo la huella de arena y escalaba, módicamente las laderas y luego me extraviaba y tenía que  descender guiándome por la antena de TV del pueblo. Otras veces iba mucho más lejos. Andábamos con un matrimonio alemán y dos turistas francesas en camioneta, con un guía, atravesando increíbles cañones, caminando asombrados por sobre senderos de piedra y agua clara.
                 Acaso te asombre un poco que te cuente esto.
                Sucede que me cansé del mediano lujo del hotel donde paraba y me fui a pernoctar a un hostel, junto con las turistas francesas y otros pasajeros aventureros y más alocados que yo. Me asignaron una habitación sencilla, con las paredes pintadas de un color marrón oscuro, con un pequeño y ridículo televisor en la pared y con un piano vertical sobre el extremo contrario a la cama. Y a veces, en las tardes febriles del agotamiento del día, cuando ya por las noches se acallaban los rumores de la gente y los turistas; yo sentía, vencido por el cansancio,  que alguien tocaba el piano mientras dormía. Incluso una noche desperté, a eso de las dos de la mañana porque claramente eras tú, ensayando las sencillas notas de Para Elisa. Y me levanté y fui hasta el instrumento y levanté la tapa pero no, no eras tú, era sólo mi imaginación aturdida y extenuada.
            Así que ya sabes.
De algún modo has estado conmigo en Villa Unión.
Seguro que no es gran cosa para ti, que surcas la eternidad, pero a mí, que ahora estoy grande, me ha venido muy bien escucharte tocar el piano por las noches mientras pasaba mis vacaciones al calor de la montaña.
En fin, que ahora me encuentro en la gran ciudad, bajo el rigor del invierno y al amparo sutil de la distancia. Por eso decidí, con algo de inocencia,  ponerme a esbozar estas líneas dedicadas  a Villa Unión y a tu memoria.
Tal vez nunca pueda escribir como Chateaubriand, aunque pasen muchos años.
Es muy probable.
Pero no dudes que voy a intentarlo.


©2017

24 comentarios:

  1. Una maravilla Nes. El recuerdo de tu mamá metido en el medio de la historia de un viaje. Me gustó mucho. Un beso.

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    1. Gracias Carlita. Me alegra mucho que te haya gustado el relato!

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    2. Nestor Ravazza
      Estaba el diablo mal parado en la esquina de mi barrio. Ah� donde dobla el viento y se cruzan los atajos. Al lado de �l estaba la muerte, con una botella en la mano, me miraban de reojo y se re�an por lo bajo.

      Mis letras van perfectas con tu mente a contramano de una esquina con un ángel que volaba bajo. Sin alas en su cuerpo respiraba mientras la tarde caia, llorando la distancia...

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  2. Muy emocionante! Lo que daría por ver sus dedos deslizarse por las teclas y escuchar ese sonido....mamá está con nosotros siempre.

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    1. Es verdad. Hay quienes jamás nos dejan. Siempre he pensado que hay magia en los dedos del pianista. Gracias Liliana. Un beso.

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    2. Maravilloso texto!!!!
      Tus letras me embriagan de dulce de leche,de melodías lejanas...
      Tu forma de escribir tan porteña que me tomaría el Bus para llegar temprano...

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    3. Gracias mujer lejana. Yo te iría a buscar en el 60 para llevarte a pasear por el centro y tomar un helado. Un beso.

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    4. Volverse a enamorar...
      volver a salpicar
      el alma de deseo
      volver a renacer
      recomenzando con un hombre nuevo

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  3. Este tipo de cuento, bien encuadrado en tu estilo, es de los que me gusta más cuando te leo. Esa mezcla de la realidad cotidiana, en este caso un viaje, con los sentimientos de nostalgia se te da de manera perfecta. Un abrazo Néstor.

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    1. Estoy muy agradecido por tu comentario, querida Graciela. Gracias por ser tan consecuente con las cosas que publico. Te mando un fuerte abrazo.

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  4. Estoy estremecida y conmovida. Ten certeza de que sí era tu mamá; y es así como dice Liliana: siempre estará con ustedes. Tu prosa? Ah... Néstor, tu prosa rebalsa con arte los patrones establecidos y los que vendrán en el futuro. Eres excepcional. Gracias por tanta belleza. Te quiero mucho y te abrazo.

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  5. Gracias "Anónimo" por el gentil comentario. No sé si merezco esos elogios. Yo también te quiero mucho.

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  6. Jajaja. Olvidé decirte que era Yo, "Anónimo". Bechines de terciopelo. SOFIAMA

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  7. Gracias Sofy. ¡Que suaves que deben ser esos besos! Pasa una bella semana quieres que pronto llega la Navidad.

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  8. Buen relato Néstor. Me gustó el formar el recuerdo con un viaje y como está escrita la escena en la habitación escuchando el piano. Siempre con un toque de nostalgia y romanticismo

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  9. Gracias Guille ¡Qué bueno que te haya gustado!

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  10. Adrián Méndez Larray12 de diciembre de 2017, 3:08

    Si hay algo que me gusta en tus escritos Néstor es la emoción. Generalmente te ocultas detrás de un cierto escepticismo, describes situaciones que no alcanzan el cinismo pero que le andan cerca y sin embargo cuando te leo siempre encuentro un lugar para la emoción.

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    1. Muchas gracias Adrián. Que alegría verte pasar por el blog. Tu sabes que (por lo menos en mi caso) cuando uno se pone a escribir trata de adquirir algún "tono" de voz propia en lo que escribe. Y creo que es verdad lo que señalas, la emoción ocupa un lugar de prioridad en mis propósitos literarios aunque no sé si siempre lo consigo. Te mando un fuerte abrazo.

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  11. Me llevaste al origen de todas las cosas, a los recuerdos de mi niñez en la cual la estrella que brillaba, tal vez la única, era mi madre. Y yo leía tus reflexiones y los sentimientos que te acompañaban relatados con tanta delicadeza que no pude menos que conmoverme como si de los míos se tratara.
    Mi madre no tocaba el piano, pero es un detalle solamente. Te mando un abrazo.
    Ariel

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    1. Gracias Ariel. Para mi siempre es un placer verte comentando en el blog. Somos parte de una generación y de un país que siente veneración por la madre. Hemos disfrutado de ella de muy niños; su amor, su protección, sus reconveciones y su dedicación nos acompañaron luego para toda la vida. Con los años y el tango se convirtió en "la vieja". LO máximo, lo más. Y así pasó nuestra vida con ella, brillando como una estrella, como sabiamente señalas en el comentario. Acaso los cambios de época y el psicologismo pongan hoy en duda estas cosas que digo. Pero bueno, es imposible cambiar los verdaderos sentimientos. Te reitero mi agradecimiento al verte por acá. Un fuerte abrazo.

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  12. Emocionante Nestor, esas mamás imprescindibles, ese amor incondicional y generoso siempre. Mamá qué bonita palabra y todo los recuerdos que despierta en nuestra memoria y el agradecimiento siempre a nuestras queridas mamás.
    Besos

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  13. Gracias Conxita. Todavía siento que fue cierto haber escuchado "Para Elisa" aquella noche en el hostel de Villa Unión del Talampaya. Un beso.

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  14. Ni te imaginas Nestor como comprendo ese reencuentro emocional con los seres queridos durante la soledad de un viaje. A Norte le ocurren con mucha frecuencia,... pero desgraciadamente no las sabe expresar tan bien como tú.

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  15. Ciertamente Norte. La profunda convicción de emprender un viaje no solo incluye conocer gente distinta o contemplar grandes paisajes. Hay algo interior que conmueve a veces al viajero y tu lo plasmas en bellísimas imágenes. Es para mí una gran alegría verte por el blog. Te mando un fuerte abrazo.

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