Me he dejado caer en el sillón.
El vaso de whisky ha quedado en la alfombra y a lo lejos, en el equipo de
música suena el bueno de Neil Young.” No dejes que nada te deprima, solo están ardiendo los
castillos…” Es cierto, solamente están ardiendo los castillos de los
últimos meses de mi vida, nada más. La luna, mientras tanto, aparece por detrás
de las cortinas del ventanal principal.
Una blanca y pálida luna,
perdida entre la bruma de la noche y la humedad. Ciertamente estoy muy solo; aunque
también sé lo que es estar solo desde hace mucho tiempo atrás. Soy una especie
de experto en soledad.
Pero ahora, sin embargo, lo único que me importa es el dolor; he dejado
de tener en cuenta a la soledad.
“Solo tienes que encontrar a alguien que esté dando vueltas allí cerca”,
insiste Neil. Es una vieja canción de los años setenta. Ni siquiera sé porque
me la he puesto a escuchar. Lo cierto es que quito mi vista de la luna y me pongo
a ver en el cristal de la ventana. Y detrás del cristal la veo a ella sonriendo
entre el brillo y los reflejos.
Su flequillo acentuado, su
pelo amanecido, las delgadas manos que he besado, el lóbulo de la oreja y el
pendiente de perlas, con el que jugueteaba por las noches y que tanto me
gustaba morder y apresar. Y además, su sonrisa de mujer lejana, los ojos brillantes y
un tanto asombrados y esa increíble
chispa en la mirada que yo le notaba cuando empezábamos a amar.
Una nube furtiva pasa y oculta
la luna.
Termina la canción de Neil
Young.
Tomo el vaso de whisky de la
alfombra, le pego un leve sorbo y me pongo a pensar. Una especie de
caleidoscopio de imágenes nítidas comienza a desfilar por mi memoria. Y la veo,
y nos veo, haciendo el amor en la bañera del hidromasaje, comiendo comida asada
en oscuros lugares del suburbio, donde
muchas veces la solía llevar. Y también caminando tomados de la mano en la húmeda
mañana de Gesell. Corriendo carreras alocadas por la costanera y mirando
películas de Woody Allen en la pantalla de mi casa, a las tres de la mañana,
mientras ella trataba de arrastrarme de los brazos a la cama, quien sabe con
qué intenciones, porque yo ya no daba más.
Hoy todo eso ha terminado y sé
que tengo mi responsabilidad.
Han comenzado a arder los
castillos. Un tiempo de hecatombe me señala, como si fuera un sonido repetido y vuelve a susurrar en los
oídos que ahora, para mi vida, es mucho más importante el dolor que la soledad.
Tengo miedo pero me cuesta mucho
admitirlo.
A través de la ventana miro y
sostengo su imagen en la noche oscura.
Tal vez nunca la pueda
olvidar.
©2015
ResponderEliminarA pesar de la melancolía que trae tu relato con ese echar tanto de menos en el que se intuyen las risas cómplices, el amor y compañerismo compartidos y sabes que nunca la podrá olvidar, aunque igual en algún momento el dolor no es tan vivo. ¿Quién no tiene miedo del dolor?
Un saludo
El protagonista en realidad tiene miedo a no poder olvidarla. Y también a su propio dolor, antes que a la soledad. Hay melancolía en el texto , es cierto. Gracias por darte una vuelta por el blog Conxita!
EliminarDemasiada nostalgias, amigo mío. Tampoco es necesario olvidar. Se dice que cada quien sigue vivo mientras haya alguien que nos recuerde. Perdón por ponerme a comentar sobre el contenido y no sobre la forma.
ResponderEliminarCierto, aunque es una limitada verdad. En algún momento ya nadie nos recordará más. Borges decía que lo único que existe es el olvido. Gracias por la visita y el comentario!
EliminarQue hermosa historia de un amor que ha terminado. Disfruté mucho al leerla, Nes. No quiero ni pensar cual fue tu "responsabilidad". Un abrazo.
ResponderEliminarHola Nes. Estoy intentando comentar pero no lo logro. Espero que este te llegue. Me gustó el cuento. Un beso.
ResponderEliminarEs verdad Carlita, alguien me ha dicho que no se "toman" los comentarios en el blog. Supongo que pasará pronto. Otro beso.
EliminarHola Nes. Me resulta agradable este cuento. Invita a pensar en el pasado que ya fue, pero hay presente y todavía bastante futuro. Por qué olvidar tan lindos recuerdos?
ResponderEliminarQue bueno Guille. Me alegra que te agrade el cuento. No, claro que no, pero según como se recuerde el pasado. Gracias por darte una vuelta por acá.
Eliminar¡Que bueno Néstor!
ResponderEliminarGracias por leerme, Loco. Te mando un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuy romántico con una resignación que estremece. Muy bueno! El título es impresionante.
ResponderEliminarGracias Liliana. Me pone muy feliz que te haya gustado. Sos muy gentil. Estremecer al lector colma de felicidad a quien escribe.
EliminarMuy bueno. A mí me gustó mucho. Una historia triste pero muy romántica y muy bien contada. ANDREA
ResponderEliminarGracias Andrea, me alegra que te haya gustado!
EliminarHola Néstor. Ese "temor al olvido" o "temor a olvidar" creo que es lo que acrecienta la sensación de soledad en este relato. Si el protagonista olvida esos momentos, esa mujer, esas sensaciones, algo en él se apaga, algo deja de estar, alguna parte de él deja de ser.
ResponderEliminarEsa es la sensación final que me dio la lectura.
No es sensación o miedo a la soledad sino miedo a perder las propias cosas referenciales que lo completan.
Un abrazo grande.
Es verdad Simón. A veces perder "las cosas referenciales" de episodios pasados nos dirige directamente al olvido. Gracias por pasar por el blog. Un abrazo.
EliminarDemasiado triste.Debe ser un amor roto muy reciente.Buen texto .Un abrazo
ResponderEliminarGracias Betty por pasar por el blog. El texto es del 2015. Aunque tienes razón. la ruptura pudo ser cercana al propio año en que el texto fue escrito, porque no. Habría que preguntarle al protagonista. Otro abrazo.
Eliminar¡Hola Nestor!
ResponderEliminarTambién coincido con mis contertulios anteriores sobre la melancolía que envuelve esta historia casi onírica, excepto por ese dolor palpitante en el alma del protagonista y que además desborda de lágrimas amargas la lectura de tus bellas letras.
Afirmo que a medida que pasa el tiempo se van empañando esas imágenes que quedaron impregnadas en ese frío vidrio de la memoria, quizás en el fondo nos libere de una tremenda crisis de soledad, aunque al principio nos autoengañemos con esa falsa apariencia de consuelo.
Un placer visitarte y al mismo tiempo también te invito a conocer mis nuevas publicaciones que últimamente solo edito en mi perfil.
Un abrazo.
Es verdad. Hay ciertas constantes en la vida de los seres humanos. Una de ellas es esa especie de ritual que jugamos entre los recuerdos y el olvido. Y en el medio, desde ya, la soledad. Gracias Estrella por darte una vuelta por acá. Será un placer visitarte. Otro abrazo.
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